lunes, 4 de enero de 2016

2016: De horóscopos y otras falacias.

Dice Rodolfo Llinás que una de las características que nos hace inteligentes es poder proyectar la consecuencia de nuestros actos, empezando por el movimiento. Entender que si hacemos A logramos B, o al menos poder prever las consecuencias, nos permite planificar nuestra vida diaria y avanzar en la consecución de nuestras metas.
Pero esa misma capacidad es la que nos genera incertidumbre, porque somos conscientes de que no podemos asegurar en la mayoría de los casos el resultado de nuestros actos, porque hay variables externas que no controlamos. Esa incertidumbre, ese temor por el futuro que no conocemos y esa angustia por las variables externas nos han llevado a construir diversos sistemas para tratar de controlar el universo o al menos hacerlo más amigable y benévolo hacia nosotros.
Lo primero que hizo el hombre fue antropomorfizar todo aquello que no entendía o controlaba. Así surgieron los espíritus que animaban a la naturaleza, los rayos, el fuego, la cosecha y todo lo demás de su entorno. Estos espíritus evolucionaron en diversos dioses con los cuales se comunicaba el hombre mediante la intercesión de la casta sacerdotal, y finalmente evolucionaría hacia un dios único, propio de las religiones monoteístas, acompañado por una pléyade de santos, ángeles o vírgenes, según corresponda. 
Pero, los dioses sólo permiten encomendarse a sus buenos oficios o buenas intenciones, y normalmente exigen de sus seguidores algún tipo de sacrificio: Desde los animales cuya sangre corría por los primitivos altares, hasta la exigencia de un comportamiento intachable apegado a unas rigurosas normas. Obviamente sería más fácil seguir sacrificando becerros que comportarse bien, pero el monoteísmo moderno trajo esas dificultades. 
Para compensar esas exigencias, el hombre buscó otras formas de controlar el futuro, o al menos de poder conocerlo. La principal pseudociencia que busca predecir el futuro es la astrología, que surge de la adoración de los astros como cuerpos superiores que comparten el espacio con los dioses, y que sirvieron para medir el ritmo de las vidas de nuestros antepasados. De esta ciencia que surgió en Babilonia recibimos los primeros avances científicos en lo que se convertiría en la astronomía moderna.
La premisa de la astrología es que hay una relación entre los fenómenos astronómicos y nuestras vidas. La ciencia ha demostrado que estadísticamente no hay relación demostrable, y matemáticamente es improbable. El horóscopo que leemos en los periódicos asume que todas las personas tendrán un futuro similar según su signo. Teniendo en cuenta que son 12 los signos zodiacales, significa que cada día cerca de 583 millones de personas tienen un futuro casi igual. Si alguien dijera que eso es sólo orientativo, pero que la carta astral si es exacta porque aplica la situación de los astros al momento exacto del nacimiento, significa que 254 personas comparten un futuro idéntico, ya que esas son las personas que nacen cada minuto, eso si creemos que los cambios en el mapa celeste son lo suficientemente fuertes cada minuto como para cambiar su supuesta injerencia en los hechos mundanos. En principio la carta astral tiene cambios significativos cada hora, es decir, 15.240 personas en el mundo deben compartir el mismo futuro.
Adicionalmente, la ciencia ha demostrado que al momento del nacimiento es más fuerte la fuerza de gravedad generada por la masa del cuerpo físico del médico que recibe al bebé, que la generada fuerza generada por cualquiera de las estrellas visibles, que están a varios años luz de nuestro planeta. Es decir, si acaso la luna puede generar una influencia física o energética percibible. El resto de los astros no funciona más allá de ser un adorno estelar. En conclusión, es evidente que ni las estrellas, que forman las constelaciones zodiacales, ni los planetas, están en capacidad de influenciar en los hechos de nuestras vidas o de determinar nuestro futuro.
En el campo de las predicciones, otros muchos sistemas se caen de su peso en cuento a su inutilidad. La numerología, que busca establecer una relación mágica entre los seres vivos, los espíritus y los números,que heredamos de los pitagóricos; la lectura de las entrañas de diversos animales; la lectura de la taza del chocolate, café, la olla del arroz o cualquier otro elemento culinario; los caparazones de las tortugas o las monedas del I Ching; los palitos chinos; por supuesto, el tarot y sus diferentes variaciones; la infaltable bola de cristal, que canaliza la energía del adivinador para poderse poner en contacto con el mundo metafísico.
En conclusión, no hay ninguna prueba científica, estadística o inclusive vivencial que permita creer en que alguno de estos métodos para anticipar el futuro funcione. Lo que si hay son pruebas de lo que se conoce como profecía autocumplida, que es cuando asumimos que un hecho ocurrirá e inconscientemente hacemos todo lo necesario para que ocurra. Es decir, si el horóscopo nos dice que este año nuestro matrimonio fracasará nos dedicamos inconscientemente a hacer que fracase, para al final del año aceptar como cierto lo que el horóscopo predijo. 
No quiero terminar sin tocar un tema que discutía hace poco con una amiga: Nostradamus y otros profetas menores, entre quienes se destaca una supuesta profetiza anciana rusa, que según los mitos de las redes sociales profetizó con acierto varios hechos modernos y anuncio otros por cumplirse aun. Por un lado, para quienes no creemos en los espíritus o en el mundo metafísico, estos profetas no tendrían esta fuente de información. Lo que queda como posibilidad es que tengan un canal abierto hacia curvaturas del tiempo y el espacio que de alguna forma les permita "ver" el futuro. Pero estos posibles agujeros de gusano son aun improbables en el mundo real y no pasan de ser un postulado de la física. Así, que lo que nos queda es lo de siempre; una persona con una capacidad literaria que le permite verbalizar predicciones lo suficientemente etéreas para que se apliquen a casi cualquier hecho con facilidad. 
Tratar de saber que nos depara el futuro tiene lógica: necesitamos disminuir al máximo la incertidumbre del mañana. Llevamos cientos de años construyendo modelos de diversa índole que nos permitan sentir que tenemos algún tipo de control, o al menos algún tipo de ayuda o protección del más allá para sobrevivir en el más acá. Pero, indudablemente, lo mejor que podemos hacer es no preocuparnos sino ocuparnos. El futuro será lo que nosotros hagamos de él, sabiendo que hay cosas que no podemos controlar. A veces el viento va en la dirección que queremos; otras debemos ajustar las velas y cambiar el rumbo, sin perder de vista el norte de nuestra brújula.