lunes, 21 de diciembre de 2015

Abandono animal

Hoy encontré en El Tiempo las cifras de perros y gatos que viven en situación de abandono en el país. Las cifras son alarmantes: el 38% de los perros que viven en Bogotá lo hacen en situación de abandono, es decir, que no tienen dueño o que su cuidador es irresponsable. Según un estudio de la UDCA citado en el mismo artículo, esto corresponde a  935.374 perros y 334.666 gatos. Si estos son los que están en abandono, tomando para ambos casos el porcentaje citado inicialmente, significa que en Bogotá hay 2.461.000 perros y 880.000 gatos. 
Según las proyecciones de la Secretaría Distrital de Planeación, Bogotá tiene cerca de 4.500.000 hogares. Esto significa que en promedio la mitad de los hogares Bogotanos tiene mascota (algunos tienen más de una, con lo cual baja el número de hogares con tenencia).
Con estos números, podemos sacar conclusiones interesantes:

Respecto al abandono, uno no entiende como una persona adopta o compra un animalito para después saciar con él sus resentimientos. Porque, quien maltrata a un ser en condiciones de inferioridad y dependencia debe ser porque está calmando su sed de venganza contra el mundo o sus resentimientos contra la vida. De otra forma uno no entiende como alguien puede maltratar o inclusive, ser simplemente indiferente ante seres que siempre están dispuestos a mostrarnos su amor incondicional y su sumisión a cambio de algo de cariño y respeto. Ojalá que la recién aprobada ley contra el maltrato animal funcione adecuadamente y se impongan las sanciones respectivas. Pero, más allá de las sanciones se deben reforzar las campañas educativas que le recuerdan a las personas que las mascotas no son juguetes, que adquirir una es un compromiso de por vida y conlleva responsabilidades. 
El artículo menciona que al centro de zoonosis llegan al año cerca de 4.000 perros en situación de abandono y con signos de maltrato. Así no hay campaña de adopción que de abasto, y muchos de ellos tendrán que ser sacrificados. Y lo que es peor, significa que solamente reciben algún tipo de atención el 1% de los perros que están en situación de abandono. 

Respecto al tamaño del mercado, las cifras confirman la tendencia que se ve en las calles. De los 2.461.000 perros que habría en Bogotá, 1.500.000 viven en condiciones adecuadas. En promedio un perro gasta $ 30.000 en alimentación mensual (perro mediano, una marca nacional de costo medio), lo que significa que en solo comida los bogotanos gastamos $ 45.000 millones mensuales en comida para perros. La cifra parece exagerada, pero según la revista Dinero, en el 2015 las ventas de las empresas dedicadas a la fabricación de alimentos para animales fueron de $ 7.859.000 millones. Es decir, Bogotá concentraría cerca del 7% del mercado de alimentos para animales, lo cual suena proporcionado. Estamos cruzando números de diversas fuentes y haciendo inferencias, pero evidentemente hay un fenómeno económico que vemos a diario en la proliferación de locales de alimentos y accesorios, salones de belleza, veterinarias, paseadores y todo tipo de ofertas para mascotas. El tema de las mascotas se ha vuelto un motor importante de la economía y de alguna manera jalona el consumo y permite el crecimiento de un nuevo mercado dinámico, pujante y generador de empleo.

Pero, frente al crecimiento de hogares con mascotas, al movimiento proderechos de los animales, al crecimiento económico y la reserva de cada vez más dinero por parte de las personas a sus hijos peludos, como los llaman ellos mismos, siempre me ha surgido un sentimiento encontrado. ¿Cuánto de lo que destinamos a nuestras mascotas, porque tengo una, podríamos destinarlo a ayudar a familias necesitadas que viven en peores condiciones que las de los perros y gatos de casa? Lupe, mi perrita, gasta mensualmente lo suficiente para mantener a un niño en condiciones sanas de alimentación y vestido. Y la mía vive en condiciones si no austeras, al menos racionales para un animal. No sobran los que van a diario al colegio, comen concentrado importado, tienen entrenador personal, salón de belleza cada quince días y otras excentricidades que buscan humanizarlos.
¿Somos ya tan insensibles al dolor humano que no protestamos en Facebook pidiendo ayuda por los niños de la calle pero si por los perritos callejeros? ¿Es tan normal ver a los recicladores escarbando en las canecas que no nos mueve a publicar protestas ni "likes", pero si lo hacemos por miles para promover los comederos automáticos para perros? ¿Nos resistimos a regalar una moneda en la calle a algún anciano hambriento pero compartimos sin problema las galletas de nuestro perro con algún vecino de cuatro patas en la terraza del restaurante donde almorzamos? 

Definitivamente, cuando nos conmueve más el corazón un perrito que lo que nos lo conmueve un niño pidiendo plata en un semáforo, un reciclador acarreando una carretilla de media tonelada o un anciano pidiendo para un plato de sopa, entonces con seguridad vivimos en una sociedad que somete a sus iguales a un abandono animal. Y tal vez ni siquiera eso, porque los animales suelen ser más solidarios de lo que hemos demostrado ser nosotros. ¿Será necesario promover leyes que nos obliguen a ser solidarios?

viernes, 11 de diciembre de 2015

Los rencores de Maduro

Cuando comencé este blog no tenía intenciones de escribir sobre política; mi intención era reflexionar sobre la ética, que es el arte de saber vivir. Pero, lo cierto es que para saber vivir hay interactuar con los otros, y la política es parte de esa interacción.
Así que, hablemos de política.
El Presidente Nicolás Maduro, contra todo pronóstico, tuvo que reconocer la aplastante derrota en las elecciones legislativas de la semana anterior. Digo contra todo pronóstico, porque algunos creíamos que no reconocería un triunfo de la oposición si se presentaba, como se presentó. Todo parece indicar que no logró el respaldo de las fuerzas armadas para desconocer el resultado electoral y por eso tuvo que reconocer la derrota. Puede ser. Suena lógico. O tal vez tuvo la hidalguía y la rectitud moral. 
Para ya demostró el Presidente Maduro como piensa desconocer ese triunfo y como va a contrarrestar la mayoría de la Asamblea Nacional. Por una parte va a desconocer las iniciativas del órgano legislativo que no le sean favorables, con las artimañas que hasta ahora ha utilizado para manipular el régimen a su gusto. Por otra parte, vetará las iniciativas que logren salir adelante. Esta opción pondrá a la democracia venezolana en un aprieto, ya que según la manipulada constitución, el legislativo puede promulgar las leyes aunque el Presidente las haya vetado. Esto, más que un choque de trenes, se convertirá en un cataclismo institucional que podría terminar por llevar al país a un enfrentamiento interno que destruya lo poco que queda en pie.
Pero más allá de esta reacción institucional, lo que me ha llamado la atención son las declaraciones rencorosas de Maduro contra el pueblo que dice defender y representar. Hoy en la mañana lo escuche decir que está pensando seriamente en ya no hacer las 500.000 viviendas que tenía previstas porque había solicitado el apoyo del pueblo y no lo había recibido. Y no es la primera declaración que hace de este tenor; ya le ha echado en cara a sus gobernados que recibirán las consecuencias de no haber votado como él lo necesitaba.
Desconoce así los pésimos resultados de su gestión, que llevaron a los seguidores del chavismo a quitarle su apoyo, a pesar de las presiones y las amenazas. Es así como bastiones chavistas como el estado Barinas, o el sector conocido como 23 de Enero, que hace parte del Circuito 2, fortines tradicionalmente chavistas, acabaron en las pasadas elecciones eligiendo diputados de la oposición. 
Lo que pareciera venirse encima es un revanchismo del gobierno para castigar a los votantes y devolver así el golpe del castigo electoral. Los gobiernos que se engolocinan con el poder o se sienten mesiánicos nunca reconocerán sus errores y siempre serán victimas de las conspiraciones del imperio de la derecha o la izquierda (ahí está la Presidenta Fernández de Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil o Alvaro Uribe en Colombia). Lo malo es que, en estas luchas de poder, los que llevan las de perder son los ciudadanos. Poco le importa a Maduro castigar a sus gobernados si con eso siente que les está dando su merecido; poco le importa a Cristina Fernández desestabilizar la institucionalidad argentina y polarizar al país; poco le importa a Dilma poner en peligro el equilibrio económico de la nación más grande de latinoamérica; poco le importa a Alvaro Uribe poner en riesgo la estabilidad democrática y la seguridad de los colombianos con tal de demostrar que su seguridad democrática era el único camino de pacificación, aunque no logró derrotar a las Farc en 8 años de guerra frontal. Afortunadamente la mayoría respeta los procesos democráticos y sigue su lucha desde otros estrados.
Estas actitudes demagógicas se parecen mucho a los estilos totalitarios de Mao, Lenin, Hitler, Mussolini y cualquier otro ególatra que haya llegado al poder. Los gobernantes se olvidan que fueron elegidos para servir a sus gobernados, para hacer lo mejor por ellos hasta el último minuto de su mandato, y no para que fueran sus gobernados quienes les sirvieran o les debieran lealtad. Están convencidos de que sin ellos los países habrían caído en desgracia, y por eso se niegan a entregar el poder o dejar gobernar tranquilamente a quien lo asume. 
Si nuestros países tuvieran un norte único, y los gobernantes de turno se dedicaran a navegar con ese rumbo, pero cambiando de barco o de estilo o de marco ideológico, terminaríamos por avanzar. El problema es que nuestro sistema de gobierno funciona no como un barco que avanza, sino como un péndulo que va hacia la izquierda o derecha, pero que siempre acaba regresando al mismo punto central, sin lograr avances fundamentales. Así, siempre estaremos dando vueltas alrededor del mismo punto. 

viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Tiene sentido la vida de un ateo?

"Si eres ateo, entonces, ¿tiene sentido para ti la vida?"
Hacerse uno mismo esa pregunta no es extraño, pero cuando otra persona te la formula en voz alta toma una resonancia que te hace enfrentar tus más profundos sentimientos. ¿Cuál es el sentido de la vida?
En un creyente, aunque hay un sentido inmanente, es evidente la importancia que tiene el más allá, la prometida vida eterna. Lo que se siembra en este mundo es lo que permite asegurar la cosecha en el otro: Si eres bueno vas al paraíso, si no lo eres, vas al infierno. Puede que hayan cambiado los conceptos de paraíso e infierno, que pasaron de unos lugares físicos medievales a unos estados del alma contemporáneos.
La vida en este mundo se destina a soportar ese proceso de búsqueda del mundo prometido, ese asegurarse el destino. A esto se unen entonces unos valores morales y una ética que son los que permiten obtener la meta deseada.
Lo otro importante es que si bien la persona no puede llevarse los bienes que acumuló en este mundo, lo que su espíritu haya ganado si lo podrá disfrutar en el otro. Inclusive la creencia puede llegar a suponer que la información que tenemos en nuestra mente pasa con el espíritu al más allá y eso nos permitiría reconocer a quienes ya llegaron y continuar con ellos una relación espiritual. Así, quien ya está en el anhelado cielo nos ve, nos escucha, nos acompaña y nos espera para continuar con nuestras vidas en común en el más allá. ¿Será por eso que la formula matrimonial va "hasta que la muerte nos separe", para no hipotecar la felicidad del paraíso?
En el caso de los ateos, no tenemos un más allá que nos sirva de recompensa para que lo hagamos en este mundo. Nuestros actos bondadosos, desinteresados, que hacemos por otros, inclusive anónimos, no nos aseguran ninguna recompensa en el otro mundo y muchas veces tampoco en este. Un amigo suele decir que toda buena obra tiene su merecido castigo. Para rematar, al momento de nuestra muerte todo lo que hemos hecho, aprendido, sacrificado, se quedará en este mundo y desaparecerá con nosotros. Nos convertiremos en polvo y solamente persistirá un recuerdo en la memoria de los más allegados, que pronto se perderá en el tiempo. 
Pero, más allá de esta mirada pesimista y vacía, hay un sentido que reside en nuestro espíritu de superación, de crecimiento. Por una lado, como ateo sé que tengo esta vida por un milagro de la naturaleza; el azar no sólo permitió el surgimiento de este universo y de la vida en este planeta, sino que además permitió que un espermatozoide específico alcanzara su objetivo y diera como resultado el cuerpo y la mente que escriben estas líneas.
Además de este milagro que es mi vida, es valiosa porque es única. Solamente sucederá en este mundo, en este tiempo y en este momento. Lo que no viva hoy no lo podré vivir mañana, pero si eso no duele, lo que no haya vivido al momento de morir ya no podrá ser vivido. No tendré tiempo de volver a amar a los que amo, de volverlos a ver, o ni siquiera podré volver a ver el amanecer o a sentir el pasto en  mis manos. Esta es la única oportunidad de vivir que tenemos.
Y por si fuera poco, en mi caso hay un deseo de aprender que me obliga a estar creciendo. Si es cierto que en este mundo competitivo debemos prepararnos constantemente para tener un trabajo decente, con un salario decente que nos permita tener una vida decente. Pero esto de alguna forma está atado a una necesidad como seres humanos de superarnos, de aprender, de conocer y de construir. Hay algo instintivo en nosotros que nos lleva a explorar, a crear, a unirnos aunque compitamos. 
También están las razones externas a nosotros mismos. Si tenemos una pasión o una habilidad nos gusta desarrollarla y crecer en ella. Si tenemos familia disfrutamos el tiempo que compartimos con ellos. Si tenemos un hijo, tenemos una de las razones más valiosas para vivir; legarle a este mundo una persona que aporte, que construya y que sea bondadosa. Y al momento de la muerte, no nos asustará ese más allá que no existe, esa recompensa o ese castigo que no llegará; simplemente sentiremos una pequeña nostalgia por la vida que dejamos, pero deberemos sentir alegría si la hemos vivido plenamente.
Puede que el resultado pleno de la vida de un ateo y un creyente sean el mismo, o se parezcan mucho. Pero con seguridad, el ateo no necesita de ningún tipo de creencia para ser feliz, para crecer y para encontrarle sentido a esta maravillosa existencia.