miércoles, 25 de enero de 2017

De toros y otras matanzas.

Por cortesía de una amiga que gusta de la tauromaquia, estoy tratando de aprender y entender el arte del toreo y, por mi parte, de explicarle a ella y sus seguidores mis argumentos en contra del maltrato a los animales. Trataré aquí de esbozar los argumentos de las dos partes, para que cada quien llegue a las conclusiones que considere adecuadas.

La primera afirmación es que es una expresión artística y cultural, que hace parte del patrimonio de los pueblos Iberoamericanos y que debería hacer parte del patrimonio inmaterial de la humanidad. Es cierto, es una tradición que nació en el siglo XII en España y que se extendió a Portugal y a varios países de influencia española en América. Si bien sus orígenes se remontan a ritos iniciáticos de la edad de bronce y en la Roma antigua hubo practicas similares en el coliseo, es en la edad media cuando comienza a configurarse la tauromaquia con el lanceo de toros. En sus inicios fue un espectáculo en el cual los nobles demostraban su valentía castigando y matando al toro, para transformarse después en el arte actual, cuando los criadores de ganado vacuno en el siglo XVI perfeccionaron los lances y las piruetas en el manejo de los toros.

El hecho de que sea una expresión artística no significa que debe preservarse en la forma actual. Bien puede evolucionar hacia formas que mantengan la elegancia del capoteo y el rejoneo sin lastimar al toro. No por la falta de sangre en el ruedo tiene que disminuir su valor artístico, como se ha visto en las corridas en Portugal donde no se sacrifica al toro. Porque, siendo así el argumento, ¿deberíamos rescatar la muerte de cristianos en el circo romano que en su momento se consideró un espectáculo artístico y cultural? ¿O la lucha de gladiadores? ¿Son los taurófilos partidarios de llevar los juegos del hambre a la realidad?

El otro argumento con el que pretenden tocar la conciencia de los animalistas es que gracias a la fiesta brava la raza de los toros de lidia existe, y que si esta se perdiera ya no tendría sentido criarlos y desaparecerían. En primer lugar, no necesariamente tienen que desaparecer los toros de lidia. Si implementamos la lidia portuguesa, se necesitan los toros. Si se prohibe del todo, se pueden seguir criando para zoológicos y parques naturalistas. Inclusive se pueden utilizar para fertilizar vacas en criaderos que no utilizan la inseminación artificial, y hasta se pueden tener estos toros con el fin de tener el semen necesario para inseminar a las vacas. Es decir, se perdería el objetivo de la lidia en los toros, pero no tendrían porque desaparecer los toros como especie. Lo que si desaparecería sería el negocio especifico de producir animales con las características de peso, tamaño y personalidad para la lidia, pero los intereses económicos no deberían definir el maltrato al que se somete a una especie.

El cuarto argumento con el que buscan remover ya la conciencia de todos haciéndonos compartir otras culpas, es el de la forma en que sufren y mueren los animales en el matadero. Hay que reconocer que es muy poca la información que tenemos el común de las personas sobre la forma en que se cría el ganado de engorde y consumo. Pero, por difícil que suene, una cosa es criar ganado para el consumo y otra para hacerlo sufrir y verlo morir en fiestas, simplemente para el disfrute de unas cuantas personas. Estoy de acuerdo en que las condiciones de crianza y explotación del ganado de consumo son deplorables y los estudios demuestran que estamos sometiendo a los animales a un sufrimiento al no permitirles desarrollar sus necesidades instintivas. Destetamos las crías mucho antes de lo debido y las madres las mantenemos en ciclos reproductivos que no les permiten recuperarse entre una camada y otra, hasta sacrificarlas para su consumo. Esta práctica ha llevado a muchos a rechazar el consumo de productos de origen animal, pero lo cierto aunque lamentable es que el ser humano necesita las proteínas animales para asegurarse un desarrollo adecuado y el exceso de población nos obliga a criar animales de forma industrial para poder garantizar la nutrición adecuada. Pero de allí a equiparar la muerte de las vacas en el matadero a la muerte de un toro en una plaza de toros creo que hay una diferencia muy grande. El simple hecho del placer que genera el maltrato y de la euforia que genera el sufrimiento ya denota un comportamiento poco compasivo.

Por último está el argumento del derecho de las minorías. Una minoría de personas que ven en la tauromaquia una expresión artística y cultural tiene derecho a desarrollar su gusto. Puede ser cierto, pero entonces lo primero es no utilizar para ello los recursos públicos. Deberían hacerlo en espacios privados, cerrados y aportando sus propios recursos. Además, hay un punto de alto riesgo en este argumento y es que si respetamos los derechos de los taurófilos deberemos respetar los derechos de otras minorías que pedirán los propios. Esto podría significar la legalización de las peleas de perros, o las peleas de perros contra toros o contra osos que también fueron populares en la Europa del siglo XVI. Inclusive, no faltarán quienes pidan retomar las peleas de gladiadores, para las cuales podríamos utilizar las mismas plazas de toros. Podría ser un recurso interesante para dirimir diferencias entre grupos sociales o étnicos, pero me preocupa las repercusiones éticas de este tipo de prácticas.

Insisto en que personalmente no estoy de acuerdo con hacer sufrir a un animal para el deleite de las personas. Es posible que el placer no esté en la muerte del toro sino en el arte del toreo, pero entonces lo que esto significa es que podemos evolucionar a un espectáculo que no incluya el sufrimiento, como lo hay en Portugal y como quedó legislado en Ecuador en el plebiscito de 2011. Creo que es el momento adecuado para que los partidarios del toreo busquen cambiar la práctica, antes de que la presión social la lleve a su desaparición forzada. Si es una forma de arte, al menos que sea una forma de arte que comulgue con la naturaleza y no una expresión de nuestro sadismo como raza depredadora.







miércoles, 18 de enero de 2017

Facebook o la caverna de Platón.

Todos recordamos de nuestro paso por el colegio la alegoría de la caverna de Platón: Hay una caverna, narra en boca de Sócrates, con unos prisioneros encadenados mirando sus propias sombras proyectadas en un muro, tras ellos el fuego cuya luz genera esas sombras y, después de un largo corredor, la salida de la caverna, al encuentro del sol que proyecta la luz verdadera sobre las cosas. Los hombres perciben como reales esas sombras que ven sobre el muro, sin poder reconocer su propia realidad:  "no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados" dice Sócrates en el diálogo.

Dejando atrás los análisis ontológicos y políticos de esta alegoría, nos encontramos con un texto que hoy en día pareciera ser profético, si no apocalíptico.

Los seres humanos hoy en día vivimos sumidos en la caverna de lo virtual, de lo digital. Esta inició con los medios de comunicación masivos en los años 50 y la tecnología permitió que esos medios se diversificaran y se volvieran omnipresentes. Internet y su conectividad rompieron todos los límites espaciales y temporales y crearon un mundo realmente globalizado, transformando nuestra realidad. Y esa nueva realidad ha sido tan sobrecogedora y angustiante que de forma voluntaria nos metimos en la caverna, nos encadenamos y preferimos vivir en el mundo de las sombras que se proyectan en el muro de Facebook.

Hablar solo de Facebook es simplificar las cosas, pero indudablemente es la principal de las redes sociales. En Facebook validamos nuestra existencia, porque es allí en donde el otro nos aprueba con sus likes, reconoce nuestros logros, comparte nuestras penas y se alegra públicamente con nosotros cuando estamos felices aunque en el fondo lo carcoma la envidia o no sepa quienes somos. Nuestro reconocimiento ya no es el que tenían nuestros abuelos al interior de su círculo de amigos o de su círculo laboral: Nuestro reconocimiento hoy en día se mide por likes o corazones o caritas felices virtuales en un mundo de amigos virtuales y sobre hechos virtuales. 

Porque esa es otra dimensión de nuestra nueva realidad: Vivimos y trabajamos en el mundo real, enfrentando retos reales para lograr cumplir un presupuesto o un cronograma de trabajo o salvarle la vida a un paciente o cualquier otro objetivo. Pero en Facebook publicamos como nos rompe el corazón el problema de los refugiados en Europa, repudiamos el asesinato de una niña en manos de un degenerado o rechazamos el maltrato animal. Un dolor virtual en un mundo virtual que nunca llevaremos al mundo real porque estamos huyendo de esa misma realidad.

Nuestra vida se valida por lo que el otro nos concede en Facebook, en Instagram, en Twiter o en cualquier otra red. ¿Porque los líderes de opinión tiene Twiter si deben recortar sus ideas a 140 caracteres? Todos los grandes columnistas y escritores se han obligado a sí mismos a plasmar lo que les toma una o dos páginas en una sola frase llena de abreviaturas, simplemente porque si no están en Twiter no existen como personas. Y tan es así, que muchos están no solo una vez, en su cuenta oficial, sino varias veces en cuentas falsas que han creado seguidores que creen pensar igual o mejor que sus ídolos.

El otro problema es la inmediatez. Nuestro jóvenes leen ideas de 140 caracteres o máximo pequeñas columnas como esta, aunque en ese caso prefieren escuchar a sus youtubers que son más rápida y divertidos y permiten el ejercicio multitarea: Escuchar el mensaje mientras se ve televisión, o mejor, no entender el mensaje mientras tampoco se entiende lo que se ve en televisión. Pero cada vez son más reacios a leer en detalle y con atención un libro o un artículo de más de una página o inclusive un e-mail de más de dos párrafos. Y la verdad es que los e-mails no los leen ni los jóvenes, ni los viejos, ni los aprendices, ni los grandes ejecutivos. Hay que leer decía un personaje virtual. 

(Donald Trump es un claro ejemplo de una persona que si puede hacer uso adecuado de Twiter sin tener que recortar sus ideas: son tan básicas que 140 caracteres en más que suficiente para expresarlas. Evidentemente hay muchos más).

Los niños de hoy en día viven inmersos en ese mundo digital. Cualquier cosa que ven en You Tube es cierta. Difícilmente podrán diferenciar los hechos históricos reales de los hechos creados por el cine y la televisión. Lo decía alguna vez Humberto Eco en uno de sus escritos: Los jóvenes de hoy no diferencian la realidad de la existencia de Sherlock Holmes de la de Winston Churchill. La realidad de nuestra historia la han conocido más por el cine y la televisión que por el estudio. Algo así como lo que nos puede pasar a nosotros con el Rey Arturo o Jesucristo.

Este mundo virtual es un hecho. Podríamos discutir su alcance, su materialidad, pero es un hecho que vivimos día a día. El punto crucial es: ¿Debemos luchar como los nostálgicos o debemos aceptarlo y construir sobre esta nueva realidad?

La nostalgia nos lleva a oponer resistencia a esta nueva realidad, a imponer reglas, sanciones, manejos que nos permitan tratar de regresar a nuestro mundo que considerábamos más real y más humano. Pero, tal vez el mejor camino sea entender este nuevo mundo virtual, definirlo, asimilarlo y utilizarlo para que a través de sus canales llevemos la información necesaria de una realidad que no deja de existir. No se trata de darles a escoger entre una píldora azul y una roja como tuvo que hacer Neo en The Matrix; se trata de abrir los puentes necesarios para que nuestros hijos conozcan la realidad y entiendan la virtualidad de las redes. La ideal es aprovechar la tecnología, su ubicuidad, su alcance, su democratización del conocimiento.

La nueva habilidad mandatoria es saber como navegar en ese mundo de información y escoger lo necesario, lo real, lo verdadero sin perder el poco tiempo disponible en ello. 

PD: Ese mundo virtual es el que me permite escribir este texto y compartirlo con cientos de personas, y medir su aceptación con los likes que genera en la página de Facebook con la cual lo promociono. Bien lo dice Umberto Eco: "Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles".