lunes, 21 de diciembre de 2015

Abandono animal

Hoy encontré en El Tiempo las cifras de perros y gatos que viven en situación de abandono en el país. Las cifras son alarmantes: el 38% de los perros que viven en Bogotá lo hacen en situación de abandono, es decir, que no tienen dueño o que su cuidador es irresponsable. Según un estudio de la UDCA citado en el mismo artículo, esto corresponde a  935.374 perros y 334.666 gatos. Si estos son los que están en abandono, tomando para ambos casos el porcentaje citado inicialmente, significa que en Bogotá hay 2.461.000 perros y 880.000 gatos. 
Según las proyecciones de la Secretaría Distrital de Planeación, Bogotá tiene cerca de 4.500.000 hogares. Esto significa que en promedio la mitad de los hogares Bogotanos tiene mascota (algunos tienen más de una, con lo cual baja el número de hogares con tenencia).
Con estos números, podemos sacar conclusiones interesantes:

Respecto al abandono, uno no entiende como una persona adopta o compra un animalito para después saciar con él sus resentimientos. Porque, quien maltrata a un ser en condiciones de inferioridad y dependencia debe ser porque está calmando su sed de venganza contra el mundo o sus resentimientos contra la vida. De otra forma uno no entiende como alguien puede maltratar o inclusive, ser simplemente indiferente ante seres que siempre están dispuestos a mostrarnos su amor incondicional y su sumisión a cambio de algo de cariño y respeto. Ojalá que la recién aprobada ley contra el maltrato animal funcione adecuadamente y se impongan las sanciones respectivas. Pero, más allá de las sanciones se deben reforzar las campañas educativas que le recuerdan a las personas que las mascotas no son juguetes, que adquirir una es un compromiso de por vida y conlleva responsabilidades. 
El artículo menciona que al centro de zoonosis llegan al año cerca de 4.000 perros en situación de abandono y con signos de maltrato. Así no hay campaña de adopción que de abasto, y muchos de ellos tendrán que ser sacrificados. Y lo que es peor, significa que solamente reciben algún tipo de atención el 1% de los perros que están en situación de abandono. 

Respecto al tamaño del mercado, las cifras confirman la tendencia que se ve en las calles. De los 2.461.000 perros que habría en Bogotá, 1.500.000 viven en condiciones adecuadas. En promedio un perro gasta $ 30.000 en alimentación mensual (perro mediano, una marca nacional de costo medio), lo que significa que en solo comida los bogotanos gastamos $ 45.000 millones mensuales en comida para perros. La cifra parece exagerada, pero según la revista Dinero, en el 2015 las ventas de las empresas dedicadas a la fabricación de alimentos para animales fueron de $ 7.859.000 millones. Es decir, Bogotá concentraría cerca del 7% del mercado de alimentos para animales, lo cual suena proporcionado. Estamos cruzando números de diversas fuentes y haciendo inferencias, pero evidentemente hay un fenómeno económico que vemos a diario en la proliferación de locales de alimentos y accesorios, salones de belleza, veterinarias, paseadores y todo tipo de ofertas para mascotas. El tema de las mascotas se ha vuelto un motor importante de la economía y de alguna manera jalona el consumo y permite el crecimiento de un nuevo mercado dinámico, pujante y generador de empleo.

Pero, frente al crecimiento de hogares con mascotas, al movimiento proderechos de los animales, al crecimiento económico y la reserva de cada vez más dinero por parte de las personas a sus hijos peludos, como los llaman ellos mismos, siempre me ha surgido un sentimiento encontrado. ¿Cuánto de lo que destinamos a nuestras mascotas, porque tengo una, podríamos destinarlo a ayudar a familias necesitadas que viven en peores condiciones que las de los perros y gatos de casa? Lupe, mi perrita, gasta mensualmente lo suficiente para mantener a un niño en condiciones sanas de alimentación y vestido. Y la mía vive en condiciones si no austeras, al menos racionales para un animal. No sobran los que van a diario al colegio, comen concentrado importado, tienen entrenador personal, salón de belleza cada quince días y otras excentricidades que buscan humanizarlos.
¿Somos ya tan insensibles al dolor humano que no protestamos en Facebook pidiendo ayuda por los niños de la calle pero si por los perritos callejeros? ¿Es tan normal ver a los recicladores escarbando en las canecas que no nos mueve a publicar protestas ni "likes", pero si lo hacemos por miles para promover los comederos automáticos para perros? ¿Nos resistimos a regalar una moneda en la calle a algún anciano hambriento pero compartimos sin problema las galletas de nuestro perro con algún vecino de cuatro patas en la terraza del restaurante donde almorzamos? 

Definitivamente, cuando nos conmueve más el corazón un perrito que lo que nos lo conmueve un niño pidiendo plata en un semáforo, un reciclador acarreando una carretilla de media tonelada o un anciano pidiendo para un plato de sopa, entonces con seguridad vivimos en una sociedad que somete a sus iguales a un abandono animal. Y tal vez ni siquiera eso, porque los animales suelen ser más solidarios de lo que hemos demostrado ser nosotros. ¿Será necesario promover leyes que nos obliguen a ser solidarios?

viernes, 11 de diciembre de 2015

Los rencores de Maduro

Cuando comencé este blog no tenía intenciones de escribir sobre política; mi intención era reflexionar sobre la ética, que es el arte de saber vivir. Pero, lo cierto es que para saber vivir hay interactuar con los otros, y la política es parte de esa interacción.
Así que, hablemos de política.
El Presidente Nicolás Maduro, contra todo pronóstico, tuvo que reconocer la aplastante derrota en las elecciones legislativas de la semana anterior. Digo contra todo pronóstico, porque algunos creíamos que no reconocería un triunfo de la oposición si se presentaba, como se presentó. Todo parece indicar que no logró el respaldo de las fuerzas armadas para desconocer el resultado electoral y por eso tuvo que reconocer la derrota. Puede ser. Suena lógico. O tal vez tuvo la hidalguía y la rectitud moral. 
Para ya demostró el Presidente Maduro como piensa desconocer ese triunfo y como va a contrarrestar la mayoría de la Asamblea Nacional. Por una parte va a desconocer las iniciativas del órgano legislativo que no le sean favorables, con las artimañas que hasta ahora ha utilizado para manipular el régimen a su gusto. Por otra parte, vetará las iniciativas que logren salir adelante. Esta opción pondrá a la democracia venezolana en un aprieto, ya que según la manipulada constitución, el legislativo puede promulgar las leyes aunque el Presidente las haya vetado. Esto, más que un choque de trenes, se convertirá en un cataclismo institucional que podría terminar por llevar al país a un enfrentamiento interno que destruya lo poco que queda en pie.
Pero más allá de esta reacción institucional, lo que me ha llamado la atención son las declaraciones rencorosas de Maduro contra el pueblo que dice defender y representar. Hoy en la mañana lo escuche decir que está pensando seriamente en ya no hacer las 500.000 viviendas que tenía previstas porque había solicitado el apoyo del pueblo y no lo había recibido. Y no es la primera declaración que hace de este tenor; ya le ha echado en cara a sus gobernados que recibirán las consecuencias de no haber votado como él lo necesitaba.
Desconoce así los pésimos resultados de su gestión, que llevaron a los seguidores del chavismo a quitarle su apoyo, a pesar de las presiones y las amenazas. Es así como bastiones chavistas como el estado Barinas, o el sector conocido como 23 de Enero, que hace parte del Circuito 2, fortines tradicionalmente chavistas, acabaron en las pasadas elecciones eligiendo diputados de la oposición. 
Lo que pareciera venirse encima es un revanchismo del gobierno para castigar a los votantes y devolver así el golpe del castigo electoral. Los gobiernos que se engolocinan con el poder o se sienten mesiánicos nunca reconocerán sus errores y siempre serán victimas de las conspiraciones del imperio de la derecha o la izquierda (ahí está la Presidenta Fernández de Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil o Alvaro Uribe en Colombia). Lo malo es que, en estas luchas de poder, los que llevan las de perder son los ciudadanos. Poco le importa a Maduro castigar a sus gobernados si con eso siente que les está dando su merecido; poco le importa a Cristina Fernández desestabilizar la institucionalidad argentina y polarizar al país; poco le importa a Dilma poner en peligro el equilibrio económico de la nación más grande de latinoamérica; poco le importa a Alvaro Uribe poner en riesgo la estabilidad democrática y la seguridad de los colombianos con tal de demostrar que su seguridad democrática era el único camino de pacificación, aunque no logró derrotar a las Farc en 8 años de guerra frontal. Afortunadamente la mayoría respeta los procesos democráticos y sigue su lucha desde otros estrados.
Estas actitudes demagógicas se parecen mucho a los estilos totalitarios de Mao, Lenin, Hitler, Mussolini y cualquier otro ególatra que haya llegado al poder. Los gobernantes se olvidan que fueron elegidos para servir a sus gobernados, para hacer lo mejor por ellos hasta el último minuto de su mandato, y no para que fueran sus gobernados quienes les sirvieran o les debieran lealtad. Están convencidos de que sin ellos los países habrían caído en desgracia, y por eso se niegan a entregar el poder o dejar gobernar tranquilamente a quien lo asume. 
Si nuestros países tuvieran un norte único, y los gobernantes de turno se dedicaran a navegar con ese rumbo, pero cambiando de barco o de estilo o de marco ideológico, terminaríamos por avanzar. El problema es que nuestro sistema de gobierno funciona no como un barco que avanza, sino como un péndulo que va hacia la izquierda o derecha, pero que siempre acaba regresando al mismo punto central, sin lograr avances fundamentales. Así, siempre estaremos dando vueltas alrededor del mismo punto. 

viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Tiene sentido la vida de un ateo?

"Si eres ateo, entonces, ¿tiene sentido para ti la vida?"
Hacerse uno mismo esa pregunta no es extraño, pero cuando otra persona te la formula en voz alta toma una resonancia que te hace enfrentar tus más profundos sentimientos. ¿Cuál es el sentido de la vida?
En un creyente, aunque hay un sentido inmanente, es evidente la importancia que tiene el más allá, la prometida vida eterna. Lo que se siembra en este mundo es lo que permite asegurar la cosecha en el otro: Si eres bueno vas al paraíso, si no lo eres, vas al infierno. Puede que hayan cambiado los conceptos de paraíso e infierno, que pasaron de unos lugares físicos medievales a unos estados del alma contemporáneos.
La vida en este mundo se destina a soportar ese proceso de búsqueda del mundo prometido, ese asegurarse el destino. A esto se unen entonces unos valores morales y una ética que son los que permiten obtener la meta deseada.
Lo otro importante es que si bien la persona no puede llevarse los bienes que acumuló en este mundo, lo que su espíritu haya ganado si lo podrá disfrutar en el otro. Inclusive la creencia puede llegar a suponer que la información que tenemos en nuestra mente pasa con el espíritu al más allá y eso nos permitiría reconocer a quienes ya llegaron y continuar con ellos una relación espiritual. Así, quien ya está en el anhelado cielo nos ve, nos escucha, nos acompaña y nos espera para continuar con nuestras vidas en común en el más allá. ¿Será por eso que la formula matrimonial va "hasta que la muerte nos separe", para no hipotecar la felicidad del paraíso?
En el caso de los ateos, no tenemos un más allá que nos sirva de recompensa para que lo hagamos en este mundo. Nuestros actos bondadosos, desinteresados, que hacemos por otros, inclusive anónimos, no nos aseguran ninguna recompensa en el otro mundo y muchas veces tampoco en este. Un amigo suele decir que toda buena obra tiene su merecido castigo. Para rematar, al momento de nuestra muerte todo lo que hemos hecho, aprendido, sacrificado, se quedará en este mundo y desaparecerá con nosotros. Nos convertiremos en polvo y solamente persistirá un recuerdo en la memoria de los más allegados, que pronto se perderá en el tiempo. 
Pero, más allá de esta mirada pesimista y vacía, hay un sentido que reside en nuestro espíritu de superación, de crecimiento. Por una lado, como ateo sé que tengo esta vida por un milagro de la naturaleza; el azar no sólo permitió el surgimiento de este universo y de la vida en este planeta, sino que además permitió que un espermatozoide específico alcanzara su objetivo y diera como resultado el cuerpo y la mente que escriben estas líneas.
Además de este milagro que es mi vida, es valiosa porque es única. Solamente sucederá en este mundo, en este tiempo y en este momento. Lo que no viva hoy no lo podré vivir mañana, pero si eso no duele, lo que no haya vivido al momento de morir ya no podrá ser vivido. No tendré tiempo de volver a amar a los que amo, de volverlos a ver, o ni siquiera podré volver a ver el amanecer o a sentir el pasto en  mis manos. Esta es la única oportunidad de vivir que tenemos.
Y por si fuera poco, en mi caso hay un deseo de aprender que me obliga a estar creciendo. Si es cierto que en este mundo competitivo debemos prepararnos constantemente para tener un trabajo decente, con un salario decente que nos permita tener una vida decente. Pero esto de alguna forma está atado a una necesidad como seres humanos de superarnos, de aprender, de conocer y de construir. Hay algo instintivo en nosotros que nos lleva a explorar, a crear, a unirnos aunque compitamos. 
También están las razones externas a nosotros mismos. Si tenemos una pasión o una habilidad nos gusta desarrollarla y crecer en ella. Si tenemos familia disfrutamos el tiempo que compartimos con ellos. Si tenemos un hijo, tenemos una de las razones más valiosas para vivir; legarle a este mundo una persona que aporte, que construya y que sea bondadosa. Y al momento de la muerte, no nos asustará ese más allá que no existe, esa recompensa o ese castigo que no llegará; simplemente sentiremos una pequeña nostalgia por la vida que dejamos, pero deberemos sentir alegría si la hemos vivido plenamente.
Puede que el resultado pleno de la vida de un ateo y un creyente sean el mismo, o se parezcan mucho. Pero con seguridad, el ateo no necesita de ningún tipo de creencia para ser feliz, para crecer y para encontrarle sentido a esta maravillosa existencia.


viernes, 27 de noviembre de 2015

Violencia contra la mujer: 2.000 años de herencia.

El 25 de noviembre se celebró el día de la no violencia contra la mujer. Cuesta trabajo creer que a la altura evolutiva de nuestra civilización occidental debamos tener un día para reflexionar sobre la violencia contra la mujer y otro para reflexionar sobre la importancia de la mujer en nuestra vida. Cuesta trabajo creer que las mujeres deban luchar por la igualdad social, laboral e intelectual. Que en muchos casos esa igualdad deba defenderse por decreto muestra el retraso que aun tenemos en materia de equidad de género, que es un término más adecuado de lo que debemos lograr.
Biológicamente hay una diferencia evidente entre el macho y la hembra. En la gran mayoría de animales las hembras cazan, paren, cuidan a los cachorros y muchas veces lideran la manada. Los machos, por su parte, comen, de vez en cuando aportan alimento, y se encargan de asegurar la reproducción de la especie. Animalmente hablando, una posición bastante cómoda para el macho.
En el proceso evolutivo, en la gran mayoría de tribus humanas, la organización tendió a que la mujer se quedaba en la casa trabajando y cuidando los cachorros y el hombre salía a cazar. Con el desarrollo de la agricultura y los asentamientos, el hombre se convirtió en guerrero, y utilizó el tiempo libre para gobernar e inventarse la religión y los dioses. Así, desde el inicio detentó el poder, y los poderosos escriben las leyes. Por lo tanto le fue fácil establecer la supremacía a partir de ese poder físico, político y religioso.
Los mitos primitivos de las culturas politeístas, gracias a ese amplio panteón, tenía dioses y diosas por igual, inclusive con capacidad de competir entre sí en grandes batallas. Pero el advenimiento del monoteísmo y la necesidad de reglamentar la convivencia y la sociedad en las leyes religiosas terminó por radicalizar la prevalencia del hombre y satanizar a la mujer. 
En occidente es evidente como se castigó a la mujer haciéndola responsable de la condena de Adán en el paraíso; después de ese incidente la Biblia está llena de citas y sentencias en contra de la mujer, que los patriarcas de la Iglesia magnificaron y que aun hoy en día algunos exégetas siguen citando. Son muchas y muy fáciles de encontrar, pero no puedo quedarme sin citar algunas:

Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre. Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre. 1 Corintios 11:5-8
Las mujeres guarden silencio en las iglesias, porque no les es permitido hablar, antes bien, que se sujeten como dice también la ley. 1 Corintios 14:34
La mujer aprenda en silencio, con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, pues el primero fue formado Adán, después Eva. Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará por la crianza de los hijos, si permanece en la fe, en la caridad y en la castidad, acompañada de la modestia. Epístola I a Timoteo 2:11, en adelante (escrito por San Pablo).

Y por supuesto, las interpretaciones de los padres de la Iglesia en estas citas que se les atribuyen:

Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer. San Agustín.
La mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno, ella ha expulsado a Adán del Paraíso. Juan Damasceno.
Soberana peste es la mujer, dardo del demonio. ¡Por medio de la mujer el diablo ha triunfado de Adán y le hizo perder el Paraíso! San Juan Crisóstomo.
La mujer es un error de la naturaleza, nace de un esperma en mal estado. Santo Tomás de Aquino.
Los hombres tienen hombros anchos y caderas estrechas. Están dotados de inteligencia. Las mujeres tienen hombros estrechos y caderas anchas, para tener hijos y quedarse en casa. Martín Lutero.

Esta tradición misoginia, muy marcada en el antiguo testamento, está presente en las tres religiones monoteístas: El Judaísmo en donde se originan, el Cristianismo que es la más expandida en occidente y el Islamismo que tomó los textos fundamentales de sus predecesoras. Es lamentable que las revisiones cismáticas posteriores en las tres hayan profundizado esta visión de la mujer en vez de corregirla. 
Como era obvio, el desarrollo de nuestras leyes civiles tomó como base la legislación religiosa, por lo cual reflejó en un principio esta visión de la mujer. Muchos años y muchas luchas fueron necesarias para que la mujer pudiera opinar sobre las propiedades de la familia, pudiera estudiar, pudiera trabajar, pudiera votar o inclusive pudiera competir deportivamente contra los hombres.
Nuestra leyes han evolucionado y han plasmado la igualdad de género. Pero nuestra sociedad sigue siendo inequitativa. lo cual no es de extrañar en una sociedad de animales que buscan imponer su poder sobre los otros (recordemos que debemos estar dispuestos a ser o yunque o martillo). 
Cuando pensamos en la violencia contra la mujer tendemos a pensar en la agresión física. La mujer que es objeto de guerra en las zonas de conflicto, la mujer explotada sexualmente por los proxenetas y traficantes, o la mujer golpeada por su compañero sentimental. Pero la violencia va más allá, a situaciones que podemos llegar a repetir en nuestro día a día y que no identificamos adecuadamente. La violencia económica del esposo que controla los gastos del hogar o que hace pasar necesidades innecesarias a su familia para demostrar que es él quien tiene el poder; la violencia emocional que se expresa en situaciones de tensión o maltrato verbal, tanto en el hogar como en el entorno laboral; la violencia sexual que va desde el chantaje para obtener la relación deseada hasta el uso de la fuerza; y la inequidad social y laboral.
La más frecuente y menos perceptible, creo yo, es esta última. Porque lo que debemos defender no es la igualdad, sino la equidad, y la equidad nace de entender la diferencia. La revolución sexual de los años 70 resaltó y luchó por la igualdad, que en los derechos ya está ganada. Ahora viene reconocer la diferencia y luchar por la equidad, que es reconocer a cada género sus derechos en función de sus deberes y de su rol.
Pero lo más difícil, efectivamente, es llevar la teoría a la práctica. Los derechos están ganados, pero serán letra muerta si no logramos que cese la violencia en cualquiera de sus formas, que se abandone el modelo mental que considera a las mujeres inferiores, objeto de burla, de sátira o de cinismo. Hasta que no cambiemos ese modelo mental no lograremos que la violencia de género desaparezca. Las estadísticas demuestran como, a pesar de las campañas y de una evidente toma de conciencia, los actos de violencia contra la mujer en todas sus formas apenas han disminuido.
La oportunidad, como siempre, es el cambio generacional. Nuestros hijos deben ser educados para pensar un nuevo modelo social en donde no existan diferencias de género, de raza, sociales. El solo hecho de reflexionar sobre la diferencia, aunque sea de forma constructiva, la hace latente. El momento en que podamos obviar la necesidad de un día de la no violencia contra la mujer, será el día en que hayamos superado ese flagelo.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Religión y felicidad

RELIGIÓN Y FELICIDAD

Alguna vez me dijeron que si yo creyera en dios sería más feliz. Por obvias razones me molesté: No me gustaba que pusieran en duda mi felicidad. Pero, para poder justificar que mi estilo serio y meditabundo es feliz, debía encontrar una buena definición de felicidad.
Eduard Punset afirma que la felicidad es ausencia de miedo, y que quien se lo propone puede ser feliz si sabe administrar adecuadamente sus emociones. Me parece una buena definición en la medida en que la ausencia de incertidumbre permite un estado de plenitud y tranquilidad que lo lleva a uno a la felicidad. Y me parece positivo saber que la felicidad es alcanzable, gestionable y que depende de nosotros, no de los demás.
André Comte-Sponville, mi filósofo favorito, afirma en La felicidad, desesperadamente que la filosofía es un camino de búsqueda de la felicidad, o de la sabiduría que es en donde la felicidad se reconoce a sí misma. Es una afirmación cercana a la de Punset, en la medida en que la felicidad se gestiona, pero ya no desde las emociones sino desde la razón.
Para poder tener el contrapeso respectivo, y ver que tan acertado es lo que me diagnosticaron, busque lo que ha dicho el Papa Francisco sobre la felicidad. Cabe decir que dentro de mi ateísmo y algo de anticlericalismo, disfruto de muchas de las cosas que dice el Papa y admiro su revolución. Pero, en lo que pude encontrar sobre la felicidad, veo más pequeñas pildoritas para la alegría que verdaderas orientaciones para alcanzar la felicidad (Buena traducción la de esta página de la Universidad de la Sabana. Encontré otra en una página de evangelización católica que adaptó los términos a su conveniencia. Los patriarcas de la Iglesia siguen en sus andanzas): http://www.unisabana.edu.co/nc/la-sabana/campus-20/noticia/articulo/diez-consejos-para-encontrar-la-felicidad-segun-el-papa-francisco/
Entonces, queda aquí en evidencia otro punto. Muchas personas tienden a confundir la alegría con la felicidad, y está confusión está especialmente alimentada por los pseudofilósofos de bolsillo, que caminan más por las líneas de la autoayuda. La alegría es ese estado transitorio, difícil de mantener en el tiempo, que se orienta a una expresión abierta de exaltación y júbilo. Debe ser alimentado constantemente, como una adicción, y por eso es el objeto de tanto libro de corta vida y muchas ventas y de las películas edulcoradas de Hollywood. Podemos tener muchos momentos alegres, podemos sonreír con frecuencia, pero no podemos estar siempre en este estado dulzón, porque ni los músculos de la cara resisten tanta tensión ni las neuronas del cerebro tanto vacío.
Las felicidad en cambio consiste en un estado de equilibrio placentero, de comunión con la vida, con los otros, un estado en el cual reconocemos nuestra capacidad de evolucionar y encontramos que a pequeños pasos evolucionamos. La alegría es lo que puede sentir un niño cuando da sus primeros pasos, y la felicidad es lo que siente un hombre cuando ve que camina, puede ser lentamente, pero camina.  La alegría no produce carcajadas, ni siquiera risas, pero si una sonrisa tranquila y permanente. La felicidad no embriaga, y por eso puede ser duradera. Inclusive, es posible ser feliz mientras se viven duras dificultades en la vida, porque el que vive plenamente sabe que los dolores de la vida hacen parte de esa experiencia milagrosa y los acepta como fuente de su experiencia, como camino de su sabiduría.
Pero, si yo he entendido bien, la religión es un movimiento que me lleva a la vida compartida, en grupo, por un lado, y a la reflexión individual para adaptar mi vida a unos valores grupales, por el otro. Si puede llevarme a estados de alegría y exaltación en sus ritos comunales, pero en el fondo lo que realmente busca es plantear un camino para superarme como persona siguiendo las enseñanzas de un ser espiritualmente especial. Puede ser Jesús, Buda o Mahoma, lo que debería lograr es mi crecimiento a partir de la reflexión. En donde falla la propuesta de la religión es cuando entran en escena los patriarcas de las iglesias que interpretan a su conveniencia y  malversidad las propuestas originales para darse un poder que les permita construirse un falso paraíso en este mundo a costa de venderle a los creyentes un paraíso en el otro mundo. Más allá de las perversiones de los regentes eclesiásticos y los tan de moda fanáticos y extremistas religiosos, la religión si puede hacernos más felices, e inclusive más alegres, pero no es el único camino para lograrlo.
En conclusión, creo que el problema con mi interlocutor era que tenía la expectativa de que yo fuera más alegre. Y lo soy, me río cuando oigo una historia que lo merezca, o cuando alguna buena película me hace reír, o con los chistes de mi hija de siete años. Pero, en general, vivo feliz, en ese equilibrio suave y placentero como la brisa de la madrugada en una playa. Y pensar, leer o escribir ladrillos como este también me hacen feliz, y sonrío plácidamente cuando lo hago. 
No es religión lo que me falta, al menos no para practicarla, pero si para reírme algunas veces de sus locuras. Mi felicidad, por fortuna, la tengo garantizada con lo que soy.




viernes, 13 de noviembre de 2015

¿En qué creen los que no creen?

Tomaré prestado el título de este magnifico diálogo epistolar entre Umberto Eco y el obispo de Milán, Carlo Maria Martini, publicado en 1997, aunque en su momento me hubiera desilusionado su alcance que esperaba más radical. La idea en estas líneas es darle respuesta a las muchas personas que ponen cara de asombro, consideración o pesar cuando digo que soy ateo, y me preguntan con cierta consternación "de verdad, ¿no crees en nada?"
La preocupación real de mis interlocutores no es en qué creo, sino en qué no creo, así que empecemos por eso. Ateo es el que no cree en dios, el que no tiene dios. Es decir, yo como ateo no creo en dios. Los agnósticos son aquellos que consideran que el tema de dios es imposible de entender o definir, y por lo tanto lo dejan a un lado y definen su espiritualidad como un estado de duda cierta. Asumen que hay una entidad superior pero se eximen de definirla. Es lo que los ateos llamamos "aguas tibias".
Los creyentes por su parte, reconocen la existencia de un ser supremo, y según la forma en que lo perciben pueden ser deístas (un ser supremo indefinido), panteístas (todo cuanto existe participa de la naturaleza divina porque dios es inmanente al mundo) y teístas (dios es un ser especifico, definido, creador del universo y que interviene en el devenir; inclusive puede tener forma física humanoide).
Así que, para los ateos no hay dios, sino que el mundo, el universo, es una manifestación de la materia que se desarrolló sin intervención de ninguna fuerza espiritual o metafísica sino que se rige por unas leyes que hemos ido decodificando y organizando en unas ciencias que llamamos física, matemática, química y biología.
Por extensión, como ateo que no creo en dios tampoco creo en otras entidades espirituales o metafísicas. Es decir, no creo en que el cuerpo tenga un alma, no creo en fantasmas (si no hay alma en este mundo tampoco la hay para que le sobreviva al morir, es decir, en el otro mundo), ni creo en demonios, ángeles o cualquier otro mito parecido. Por eso es una tontería quienes dicen que los ateos adoramos al demonio, porque así como no creemos en dios no podemos creer en el demonio.
Entonces, ¿en qué creo si no creo?
Creo en que soy un ser material, una masa de átomos que forman moléculas, que forman células, que forman órganos y que forma este cuerpo que se ha organizado de tal modo que puede pensar, proyectar el resultado de sus acciones, actuar y aprender de ese actuar. Un cuerpo que nace, crece y ha de morir algún día. Un cuerpo que al morir se convertirá en cenizas, y del cual no le sobrevivirá nada más allá del recuerdo que deje en los demás.
Creo que la vida que vivimos es la más grande expresión de un milagro, si tomamos la palabra en el sentido de un hecho que sobrepasa las probabilidades del mundo natural. El hecho de que las condiciones planetarias hayan permitido el surgimiento de vida en este planeta es milagroso (no por ello sobrenatural) y merece nuestro asombro y nuestra gratitud. Creo que esa misma vida puede y debe haber surgido en otros planetas de los miles de millones de estrellas que hay en este universo, aunque nunca podamos llegar a tener contacto con ellas.
Creo que el ser humano es un ser que evoluciona, que aprende, que construye una sociedad tendiente a mejorar a pesar del espíritu egoísta y egocéntrico que tenemos. Tengo la esperanza de que la humanidad evoluciona para mejorar y que a pesar de nuestros errores lograremos un mundo mejor.
Creo, por último, que no necesitamos creer en un ser superior o en la promesa de un mundo sobrenatural para ser buenos. Podemos construir un sistema moral basado en la inmanencia, en lo que somos y vivimos en este mundo, sin necesidad de esperar o temer un castigo o un premio en otra vida. 
Creo, por lo tanto, que esta pequeña y corta oportunidad de vivir es la única, que lo que no haga en este mundo y en esta vida no podré hacerlo en otra. Es aquí donde tengo que vivir, sufrir, amar, ser feliz. No hay segunda oportunidad, no hay otra vida para ser feliz. Sólo aquí podre ser.
Por eso, debemos aprovechar esta vida, gozarla, explotarla, hacer que merezca la pena, porque no hay segundas oportunidades.
Dice el obispo Martini : "La esperanza hace del fin un fin". Difiero, el objetivo de nuestra vida es el camino, es vivir la vida, no morir. Lo importante es lo que vivimos, lo que experimentamos, lo que aprendemos. El fin, la muerte, será el cierre de este maravilloso capitulo. No debemos temerle, no debemos huirle, pero tampoco buscarla. Simplemente llegará cuando sea el momento. Morir no es nuestro destino, nuestro deseo; vivir es nuestro deseo, nuestro anhelo. Estamos aquí para vivir y disfrutar de este mundo.
El ateísmo, entonces, es simplemente una forma de encarar la vida. Una forma solitaria, porque no se tiene ese apoyo espiritual que todo lo promete. Pero una forma realista, inmanente, que obliga a vivir y que exige enfrentar la vida sin esconderse detrás de la fachada de un padre sobreprotector.
Por último, el ateísmo es un acto de fe. En el ateísmo no hay certezas, como no las debe haber en las creencias sobre dios. El ateo cree que dios no existe (no es posible demostrar su inexistencia), así como el creyente cree que dios existe (porque tampoco es posible demostrar su existencia). En uno y otro caso la certeza es un acto de soberbia. Por eso son tan antipáticos los fanáticos de uno y otro lado que buscan imponer su punto de vista. Las creencias religiosas deberían mantenerse en el ámbito personal y respetar siempre la posición del otro. El día que logremos eso las religiones podrán ser un punto de encuentro y no de conflicto.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Adopción gay ¿Qué quieren los niños?

Debo decir que me alegré mucho con la sentencia de la Corte Constitucional que define que la condición sexual de una pareja que ha pedido un niño en adopción no debe ser condicionante para definir dicha adopción, abriendo así la posibilidad de que parejas homosexuales adopten niños.
Lamentablemente este logro de igualdad en derechos ha generado respuestas y posturas fanáticas como la burda publicación del concejal de la familia, los twits de políticos y la rasgadura de vestiduras de los prelados religiosos.
Ya en un ámbito de mayor reflexión, una discusión que me ha parecido muy válida es la de preguntarse si al darle este derecho a las parejas homosexuales estamos protegiendo los derechos de los niños. Por ejemplo, circula un video en las redes en el que un niño adoptado dice que los niños aspiran a tener un papá y una mamá como todos los demás; sabemos que un niño no quiere tener un hogas en apariencia diferente, que pueda generar rechazo o burlas. Pero también hay niños que viviendo con parejas homosexuales disfrutan de un amor ybun acompañamiento que no podrían encontrar de otra forma y lo reciben con alegría.
No hay, hasta donde pude encontrar, ningún estudio que afirme que los niños adoptados por parejas gays tengan diferencias importantes en su desarrollo. Supongo que lo que si generan es una aceptación a la diversidad, la misma que los padres heterosexuales deberíamos buscar que tengan nuestros hijos.
Lamentablemente sociedades como la nuestra no están del todo preparadas para este nuevo tipo de núcleos familiares. Estos niños correrían hoy el riesgo de ser humillados, segregados y estigmatizados por unos adultos retrógrados y superficiales, y en algunos casos por los hijos de estos, adecuadamente adoctrinados por sus padres. Afortunadamente el mundo y sus parámetos sociales y culturales están evolucionando, y cada vez somos más los que aceptamos la diversidad y no juzgamos a quienes han optado por una expresión diferente de sus sentimientos o de su sexualidad.
Lo que no se entiende es esa preocupación de estos fanáticos por las decisiones que estaríamos tomando por nuestros pequeños. Al entregar un niño en adopción a una pareja homosexual estamos decidiendo el núcleo familiar en el cual se desarrollará ese niño y con el cual deberá vivir hasta su adultez como mínimo, sin saber si eso es lo que quiere el niño. Pero, ¿no es acaso lo mismo cuando decidimos entregarlos a una pareja heterosexual? O, lo que es peor, ¿no estamos decidiendo abusivamente por un niño cuando lo bautizamos a los dos meses de nacido dentro de una religión específica y condicionamos su desarrollo a esa religión? ¿No es lo mismo cuando lo adoctrinamos durante toda su infancia, muchas veces a la fuerza, en la religión que profesan sus padres?
Es posible que entregar un niño en adopción a una pareja homosexual le pueda generar dificultades en su interacción y en el desarrollo de sus relaciones sociales. Pero, casi con seguridad, contará con unos padres amorosos que buscarán la forma de apoyarlo para enfrentar una estigmatización con la que ellos mismos han luchado. 
Me parece menos abusivo con los niños buscarles un hogar que los acoja y los proteja que dejarlos por el resto de su vida a la espera de que una pareja heterosexual los reciba, después de que unos padres heterosexuales los abandonaron. Y por supuesto, mucho menos que el hecho de decidir por ellos la religión que profesarán en su vida. 
Ojalá los fanáticos religiosos se dediquen a vivir su vida entregados a sus dogmas en la privacidad de su hogar y dejen que las sociedades avancen hacia un espíritu de aceptación y respeto por la diversidad.
Una duda. Si los prelados católicos han salido a opinar con vehemencia contra esta sentencia de la corte, ¿por qué no atacaron con la misma vehemencia los casos de abuso sexual infantil que se han presenciado entre sus huestes?

viernes, 30 de octubre de 2015

¿Ignorancia o resiliencia?

La reciente publicación del estudio sobre el consumo de carnes rojas procesadas y su relación con el cáncer ha causado revuelo, angustia y reacciones de todo tipo. Desde los llamados a abandonar el consumo de carnes hasta las palabras de escepticismo y desconocimiento de cualquier posible riesgo.
No voy a entrar en detalles sobre el estudio; baste decir que es un llamado a la mesura en el consumo de carnes procesadas. Lo que me ha parecido interesante es la reacción de la mayoría de nosotros. Simple y sencillamente hemos criticado y desestimado el mensaje, la mayoría de las veces sin siquiera haber leído su contenido. La razón: le tenemos terror al diagnóstico. Preferimos seguir con nuestra vida cómoda e ignorante.
Esto no es solamente con este informe de la OMS; lo vivimos a diario. No nos gustan los exámenes en el colegio o la universidad, no nos gusta ir al médico, no nos gustan las evaluaciones de desempeño en el trabajo o los informes de los consultores o auditores. No nos gusta ser diagnosticados, como si el diagnóstico fuera lo que hace real a la enfermedad. 
No importa lo que tengamos, lo mal que estemos, la enfermedad que sea, siempre y cuando no lo sepamos. Como quien dice, ojos que no ven, corazón que no siente. La ignorancia nos hace felices.
Pero, ese temor a enfrentar la realidad desconoce una de las capacidades más increíbles del ser humano: la resiliencia, esa capacidad que tenemos de superar las situaciones traumáticas. Todos vivimos convencidos de nuestros umbrales: Al dolor físico, al sufrimiento, al hambre. Creemos que tenemos unos límites definidos y que cualquier estimulo o situación que los sobrepasé no la podremos enfrentar. Pero la historia y el diario vivir nos han dado muestras de que ese umbral se puede mover tanto como sea necesario para asegurar la supervivencia de la persona.
Todos hemos dicho cosas como "Si pierdo a mi hija me muero con ella" o "Esa pobre mujer no va a superar el tratamiento contra el cáncer" o cualquier otra expresión de pesimismo y compasión. Y son muchos, muchísimos los casos en que las personas van más allá de sus propias expectativas, de sus propias capacidades. Es lo que en sabiduría popular se expresa como "dios no nos da más de lo que podemos manejar". Pues bien, la vida nos da de todo, y siempre logramos sobreponernos. 
Así que hay que renunciar a la ignorancia, enfrentar nuestros temores, sobreponernos a ellos y seguir adelante. Tenemos una capacidad extraordinaria de enfrentar las dificultades y sobrepasarlas. Realmente lo que no nos mata nos hace más fuertes. No debemos refugiarnos en la autocompasión; hay que tener confianza en nosotros mismos y saber que siempre podremos dar un paso adelante.
Frente a la incertidumbre, bien sea de un diagnóstico, bien sea del mañana simple y sencillo, creo que la mejor fórmula es la oración de la serenidad del teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr, que adoptaron en Alcohólicos Anónimos:

Señor, concédenos serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar,
valor para cambiar las que sí podemos
y sabiduría para discernir la diferencia.

jueves, 29 de octubre de 2015

Soy un lagarto

Tengo que confesarlo, soy un lagarto. No a toda hora, no en cualquier situación, pero hay momentos de la vida en que no puedo evitar ser un lagarto.
Ahora que está de moda culpar de todo al alcalde Petro, puedo decir que parte de la culpa la tiene él. Y su máquina tapahuecos que no sabemos ni que tapa ni donde tapa. Y el cínico Samuel Moreno que dejó la ciudad destruida y sin plata. Porque, básicamente, soy un lagarto al volante. En mi casa me botan donde me ponga con esas actitudes; en el trabajo me las aguantan a raticos, pero da pena abusar y acaba uno arriesgándose a una demanda por acoso reptiliano. Así que solamente puedo ser un lagarto al volante, y cuando voy solo en el carro, nunca acompañado porque da más pena.
Lo otro que puedo afirmar casi con certeza, es que la mayor parte de las personas que manejamos en Bogotá, somos lagartos al volante. Y en general lo puedo decir de las grandes ciudades del mundo. Las pocas que conozco y las muchas que se pueden ver por You Tube, muestras a sus conductores en actitudes de lagarto y algunos cuantos de reptil de mayor envergadura, fácilmente llegando a dinosaurios. Somos unos seres arcaicos, molestos, hasta repulsivos, pero lamentablemente no estamos en extinción.
Según los estudios, el proceso evolutivo inició con los procariotas hace 3.000 millones de años, y logró llegar hasta nosotros, los seres humanos. En términos sencillos, lo que ha ido haciendo la naturaleza es reforzar la estructura física para adicionar nuevas funciones y capacidades. Así, pasó de seres unicelulares a bacterias, de estas a los cloroplastos que dieron origen a las algas, a los organismos pluricelulares y multicelulares, hasta la aparición de los animales, iniciando por los peces, en la explosión cámbrica. 
De este origen marino, tenemos un reducto que se ha mantenido "intacto" en estos 500 millones de años: El cerebro primitivo, reptil o arquipalio, en donde residen todas las respuestas automáticas que garantizan la supervivencia, la reproducción sexual y la búsqueda de comida. Es el que nos ordena pelear o huir ante una situación de agresión.
Sobre este está el cerebro intermedio, límbico o paleopálio, que es el que corresponde a los mamíferos inferiores. Aquí están las respuestas emocionales, como el temor o la agresión. Aquí es donde reside nuestra respuesta de temor o alegría ante las situaciones de la vida, o donde reside la empatía.
Por último está el cerebro superior, racional o neopálio, que comprende la mayor parte de los dos hemisferios, formados por el neocórtex. Este solamente lo poseen los mamíferos superiores, y es donde residen las funciones que nos diferencian como animales racionales. El pensamiento racional, la proyección, la imaginación, el lenguaje, la capacidad de abstracción, todas funcionan en esta parte del cerebro.
Como afirmó el neurólogo Paul McLean en su momento, estos tres cerebros están interconectados y funcionan como un órgano único. Así, hay momentos en los que somos racionales, hay momentos en los que somos emocionales y hay momentos en los que somos instintivos.
Dicen los estudios que el cerebro reptiliano es un sistema rígido, compulsivo y paranoico, que no aprende por la experiencia, es decir, no se modifica. Por eso es tan difícil modificar nuestras respuestas instintivas como la ira o el miedo (diferente al temor), o inclusive los vicios como fumar, beber o comer compulsivamente. El sistema límbico comparte algunas de estas funciones, pero adicionándoles la carga emocional. Cuando una persona dice "yo soy así y no puedo cambiar" no está tan alejada de la realidad. Si se puede, pero cuesta mucho y se necesita de mucha disciplina.
El neocórtex debería darnos las herramientas para controlar nuestros instintos, ya que allí reside nuestra racionalidad. Pero por alguna razón las respuestas reptilianas son más rápidas y fuertes. Solo unos segundos después de haber estallado en ira ante algún pequeño estímulo, después de sentir la descarga de adrenalina en el organismo, reflexionamos, tomamos aire y nos damos cuenta de lo imbéciles que nos vemos actuando como reptiles. ¿Cuántos problemas se ahorraría la humanidad si las respuestas de este pequeño cerebro se pudieran filtrar adecuadamente?
Yo en mi caso he tratado de hacer muchos ejercicios para lograr ese control. No soy la ira personificada ni mucho menos; por eso creo que soy más un lagarto que un Ceratosaurio. Asumo como mi pequeño aporte a la evolución esos ejercicios de autocontrol. No renegaré de mi origen reptiliano que fue la base para ser lo que somos, pero trataré de darle más preminencia a mi reciente adición de mamífero superior. Evidentemente me gusta más verme como un mono que como un lagarto.




lunes, 26 de octubre de 2015

Back to the future, The Matrix y los dioses.

Recientemente, un conferencista comentó en su presentación, que nuestros hijos verán The Matrix como nosotros vemos hoy Back to the future.
No voy a volver sobre las profecías tecnológicas de la película protagonizada por Michael J. Fox, porque la forma en que se cumplieron ha sido el foco de atención de todos los medios aprovechando el 21 de octubre del 2015.
Ahora bien, pensando en The Matrix, creo que el punto común de los futurólogos pesimistas es el de la guerra entre las máquinas y el hombre con el consecuente triunfo de la tecnología y la dominación del mundo por parte de las máquinas inteligentes. Ese tema, precedido por Terminator, es el que viene desvelando a las viejas generaciones desde principios del siglo pasado: La creación de una inteligencia artificial que pueda dominar el mundo y someter a la humanidad. Ya en 1942 Asimov conjuró la amenaza con la definición de las tres leyes de la robótica. El problema es que esas leyes aplican para la inteligencia artificial que sea programada por el hombre, y la inteligencia artificial será tal si logra autoprogramarse. Es decir, esas leyes son inútiles. 
¿Será posible la inteligencia artificial? Indudablemente. Ya hoy en día Internet tiene almacenada una cantidad gigantesca de información, superior a 1 ZB de datos, es decir, 1 millón de billones de bytes. Eso es 100.000 veces la colección impresa de la biblioteca del congreso de Estados Unidos, la cual equivale a 10 TB. Con toda esa información disponible, lo que falta es capacidad de procesamiento, la cual estará dada cuando sea posible la computación cuántica. Y la computación cuántica ya está muy cerca; recuerden los experimentos de teletransportación de propiedades de partículas subatómicas del año 2012 en Chile y del 2014 a través de fibra óptica que hizo la NASA.
La computación cuántica lo que permitirá es una capacidad y velocidad de computación hasta 5.000 veces más rápida que las de la computación tradicional. Esa será una de las tantas revoluciones tecnológicas que viviremos en los próximos 10 años, ya que IBM predice que en 2025 se podrán comprar este tipo de computadoras para el hogar y la oficina.
Ahora bien, los computadores cuánticos no generarán la inteligencia artificial, simplemente serán la base para su posible desarrollo. Lo que falta es un programa base que emule los procesos cognitivos del cerebro humano, que deberá llegar a un punto en el cual regule su propio proceso de recepción de información y aprendizaje. Puede que esta parte sea la más difícil, pero me atrevo a pensar que ya se está gestando y pronto será superada.
Entonces, ¿nos espera el apocalipsis en una cuarta guerra mundial (si sobrevivimos a esta tercera que no acaba de declararse) del hombre contra la máquina? No lo creo, no soy pesimista en ese sentido, ni tan optimista como para creer que nuestras creaciones alcancen tal grado de desarrollo. 
Pero, volviendo a The Matrix, aunque este pueda ser el tema profético más evidente, hay otro que me parece mucho más importante. Al final de la película, en el momento culmen, Neo recibe varios disparos y muere, pero, por estar en un mundo virtual, "resucita" en ese mundo y recibe la iluminación, que consiste en ver la estructura de The Matrix, de como está formado ese mundo virtual que es generado por una supercomputadora. Lo que Neo ve es un flujo de símbolos, que tradicionalmente asociaríamos con el 1 y el 0 de los números binarios, pero que en las computadoras cuánticas serán otros para expresar las potencialidades de posición y situación simultánea de cada elemento. 
¿Qué es lo que deberían llegar a ver nuestros hijos? No una estructura de un mundo virtual, por que como tal, no existe. Lo que espero que vean, desde el punto de vista filosófico, es la estructura real de nuestro mundo: un mundo formado por átomos y regido por las leyes de la física cuántica. Así de simple y de sencillo.
Nosotros también vivimos de algún modo en un mundo virtual. Miramos por la ventana y vemos edificios, carros, pájaros. Nos miramos al espejo y vemos un cuerpo animado, racional, que se reconoce a sí mismo. Si mentalmente comenzamos a desmenuzarnos tenemos la posibilidad de llegar a la célula, o tal vez a sus componentes, pero nos cuesta mucho trabajo imaginarnos como una colección de partículas que interactúan y se mantienen en equilibrio por algún extraño fenómeno que bien podría parecernos mágico. 
Somos un paquete de 70 kilos de átomos (un calculo dice que eso corresponde a 6,7 1027 átomos) que se han organizado de tal modo que permitieron que surgiera un ser vivo, racional, consciente, inteligente. Cuando nos vemos a nosotros mismos perdemos la noción de vida, de milagro que subyace detrás de ese cuerpo. Damos por sentada la vida del cuerpo, sin pensar en lo increíble que es que surja de las mínimas partes que lo componen.
La vida es la expresión más maravillosa que puede tener la materia y las leyes que la rigen, que son las leyes de la física y de la química. Y eso es lo que espero que vean nuestros hijos. Ya tienen unas condiciones de educación diferentes a las nuestras. Ya no seguirán pensando que somos el centro del universo, los consentidos de los dioses o el fruto del amor de un dios bipolar y vengativo. La ciencia habrá avanzado lo suficiente para explicar los misterios de la vida, y así como ese Neo que vive su epifanía, ellos podrán ver la estructura subyacente a la vida, a la materia, al universo.
Somos un milagro de la naturaleza, pero no un milagro inventado por nosotros para nuestro propio consuelo, sino un milagro real, fruto del azar. Y nuestros hijos tendrán la posibilidad de entenderlo desde pequeños, y aprovechar mejor su dimensión humana. Ellos verán la matriz de la vida en su verdadera dimensión, y entenderán la palabra milagro en su verdadera definición: un suceso extraordinario que lleva al límite las leyes de la naturaleza. 







lunes, 19 de octubre de 2015

La ciudad de la envidia y el egoísmo.

En El Libro de la envidia, Ricardo Silva nos muestra una sociedad bogotana que vive de las apariencias, de los abolengos, de la envidia por lo que tiene el vecino, por lo que aparenta. Una sociedad que vive bajo el convencimiento de que el jardín del vecino siempre es más verde que el propio, pero lo que es peor, ese convencimiento los lleva a pensar que lo que el vecino tiene no le pertenece con justicia y debería ser de quien siente la envidia o de nadie. Ese celo posesivo que dice si no es mío no será de nadie.
¿Sigue siendo Bogotá la ciudad de la envidia? No pensemos en unos pocos delincuentes o canallas (de quienes hablaré en mi próxima entrada) sino pensemos en el grueso de nuestra sociedad, en nosotros, en nuestros vecinos.
Envidia es aquel sentimiento doloroso que se siente por no tener lo que el otro tiene, o no ser lo que el otro es. Es lo que siente alguien cuando ve al otro en un carro nuevo, o pintando la fachada de su casa, o de vacaciones en la costa, o con buena salud, o con un hijo sobresaliente en el colegio, o cualquier otra bienaventuranza que opaca las propias.  
La envidia es un sentimiento solitario, autodestructivo, que nos carcome por dentro, pero que puede llegar a ser inofensivo para los demás. Pero hay un punto en que esa envidia da un paso más allá, y se convierte en un activador de actitudes negativas. Es cuando comentamos con alguien más de como lo que tiene nuestro objeto de envidia es inmerecido, o inclusive mal habido. “Quien sabe que le dan al profesor, porque ese niño no tiene cara de ser tan estudioso” o “como conseguirá la plata para pagar ese viaje, porque el salario no le da para tanto”. Y entonces, un paso más allá, se pasa del dicho al hecho, y surge el egoísmo.
El egoísta es el que antepone el interés propio al de los demás; el que pudiendo hacer algo por los otros, deja de hacerlo. Y la única explicación que yo creo posible es que el egoísta no hace lo que pudiera hacer por los otros simplemente porque en el fondo de su corazón siente envidia de lo que tienen los otros, y por eso busca perjudicarlos, o al menos no beneficiarlos.
Y definitivamente Bogotá es la ciudad del egoísmo. Egoísta el que no recoge la caca del perro, el que no cede el asiento en Transmilenio, el que no respeta la cola en el semáforo, el que bota basura a la calle desde la ventana de su carro, el que no ayuda a un transeúnte que se tropieza y cae, el que pita como desesperado ante cualquier razón en medio del tráfico, en fin, tantas expresiones de lo que solemos llamar falta de civismo o incultura. Básicamente muchas expresiones de ese sentimiento oscuro que mina la vida cotidiana, con un agravante, y es que quien se atreve a protestar suele poner en riesgo su integridad.
Lamentablemente este no es un problema del país o de las grandes urbes. Algunas suelen tener síntomas similares, pero no parecieran haber llegado a un estado tan profundo de indolencia. Eso sí, creo que en Colombia ninguna se le parece. Esa ciudad de envidiosos del siglo XIX alimentó ese espíritu negativo y se convirtió en la ciudad de los egoístas del siglo XXI.
Tenemos la mala costumbre de culpar de nuestros problemas a nuestros padres. En este caso, solemos hacerlo con el gobierno. Las basuras son culpa del sistema de aseo que no barre las calles; el irrespeto al volante es culpa del tráfico que le acaba la paciencia a cualquiera; no recoger la caca del perro es culpa del alcalde que no merece que le limpien las calles; no querer pagar los impuestos es culpa de los políticos que se roban la plata, no de quienes los eligen para que puedan robársela. Siempre encontraremos una excusa para no construir, para no convivir, para no tener una ciudad digna de nosotros mismos.
Pero la verdad es que la solución a nuestros problemas está en nuestras manos. El día que entendamos que el daño que le hacemos a nuestros vecinos nos lo estamos haciendo a nosotros mismos: que la ciudad opresora y asfixiante que construimos es la que le legaremos a nuestros hijos; que la ciudad individualista y fría nos lleva a aislarnos cada vez más en nuestros pequeños refugios; el día que veamos que con pequeños cambios podemos hacer de nuestra ciudad una ciudad amable, realmente humana, ese día transformaremos nuestra realidad y podremos construir con base en la generosidad. Y solamente la generosidad multiplica la riqueza y hace más amable el devenir.

En las próximas elecciones locales debemos votar con responsabilidad, pero ante todo votar: Ese es el primer acto de responsabilidad ciudadana. Que el egoísmo no nos deje escondidos debajo de las cobijas o temerosos de respaldar al candidato que consideremos adecuado para recuperar esta ciudad, nuestro hogar.

viernes, 16 de octubre de 2015

Bullying 3.0

Para quienes tenemos hijos, ha sido llamativo el tratamiento que ahora le dan los colegios al tema del bullying o acoso escolar. Hay comités de seguimiento, charlas para orientar a los padres, programas de sensibilización para los alumnos y, para cuando la prevención no ha resultado, hay procesos disciplinarios y sancionatorios que parecen orientados por la Procuraduría General de la Nación.
Pero, el acoso escolar no es nuevo. El tema del abuso del más fuerte es un tema biológico, que debe haberse expresado desde que los primeros animales vivieron en grupos. Es parte de la naturaleza animal que en toda manada debe haber un líder y unos seguidores. Y los seres humanos, como animales que somos, no nos escapamos de esa necesidad. Lo que ha hecho nuestro proceso racional es ponerle límites a ese liderazgo y orientarlo a una función utilitaria y constructiva, aunque también muchas veces le ha dado herramientas al más fuerte para abusar de su poder en beneficio propio.
Pero, volviendo al tema, el bullying ha existido desde siempre. No sería fácil asegurarlo entre los alumnos de Sócrates, pero según Jenofonte (Memorables o Los recuerdos de Sócrates, II, 1) Sócrates parece estar convencido de que no hay una línea media entre el dominio y la sumisión, entre gobernar y ser gobernado. Leo Strauss (Xenophon's Socrates) lapida contundentemente con este comentario: “Viviendo entre seres humanos uno debe o gobernar o ser gobernado a la fuerza o por sujeción voluntaria, pero es el más fuerte el que decide cómo utilizar a los débiles. Es decir, si uno no está dispuesto a hacer de martillo, debe estar dispuesto a hacer de yunque; la vida humana es necesariamente política. Esto se aplica tanto a sociedades como a individuos; entre los individuos también el viril (manly) y fuerte explota al acobardado y al débil”.(1)
Yo he escuchado historias sobre los abusadores de colegio de boca de mi abuelo y de mi padre. Y yo viví en mi época escolar situaciones de abuso como víctima, como victimario y como testigo. Adicionalmente, gracias a las campañas mediáticas hemos visto que el acoso escolar es universal: Lo viven en los países asiáticos, Europa y Oceanía, además de nosotros. Y si bien nos preocupa mucho el acoso infantil, básicamente porque la falta de madurez emocional hace más violento al acosador y más vulnerable a la víctima, evidentemente el bullying se ve en la universidad, en el trabajo y en los círculos sociales. Lo que pasa es que entre los adultos, además de que la madurez permite enfrentarlo mejor en algunos casos, también hay mayor conciencia en los testigos que no solamente dejan de apoyar al acosador, sino que con más frecuencia suelen ponerse del lado del acosado.
Pero, ¿por qué nos preocupa tanto el bullying hoy en día? Básicamente, porque con el uso de las nuevas tecnologías el acoso se ha vuelto un fenómeno de una inusitada violencia psicológica.
Internet rompió el esquema del espacio y del tiempo. Ahora los mensajes son omnipresentes, viajan a la velocidad de la luz, pueden transmitirse a destinatarios cuyo número crece de forma exponencial (recuerden la escena de la película "The social network" sobre el nacimiento de Facebook) y pueden ir acompañados de ayudas audiovisuales que los pueden hacer más recalcitrantes.
En el pasado, un niño que era acosado en el colegio sabía que la campana de la tarde marcaba el inicio de una tregua y le permitía refugiarse en la seguridad de su hogar. Hoy en día la agresión lo persigue en todo momento y lugar, y gracias a las redes puede ver y medir como la burla crece, se expande, es comentada por todos. El uso de las redes sociales ha magnificado el poder del acoso a unas dimensiones que un espíritu en formación difícilmente puede soportar.
Este acoso que utiliza las redes sociales, que se apoya en el efecto multiplicador y resonante del internet, que aprovecha las capacidades multimedia de las nuevas tecnologías, es lo que podemos llamar Bullying 3.0.
Las universidades y los centros de pensamiento en administración, marketing o TI se han dedicado a establecer los lineamientos de desarrollo para el Internet 3.0 y el Marketing 3.0. Pero es urgente que los centros de estudio social profundicen en analizar el impacto de las nuevas tecnologías en nuestra vida diaria como personas. Análisis y propuestas como la de "Ética de Urgencia" de Fernando Savater son necesarias y su lectura debería ser casi que obligatoria, ya que nos orienta sobre la forma en que deben utilizarse las redes para construir y no para destruir, entre otros temas. 
Necesitamos guías éticas para el manejo de las herramientas que están cambiando nuestras vidas de una forma profunda; manuales de convivencia que nos orientes sobre la forma de hacer más productivas esas redes de información y relacionamiento. El Bullying 3.0 necesita un enfoque nuevo y diferente para fortalecer a nuestros hijos y evitar que el acoso los lleve a situaciones de riesgo.
(1) Citado por El café de Ocata.




miércoles, 7 de octubre de 2015

¿Dios es verde?

La noticia histórica de la Nasa de la presencia de agua líquida en Marte nos ha sorprendido a todos; no solamente por las implicaciones que tiene en cuanto a una mayor facilidad para un posible asentamiento humano, sino también porque aumenta drásticamente las posibilidades de que en algún momento de la historia hubiese habido vida en el vecino planeta.
Son muchas las implicaciones que esto puede tener para nuestra concepción de la vida. El simple hecho de que en un planeta vecino al nuestro, inhóspito, pueda contener vestigios de vida bacteriana, aumenta las probabilidades de que pueda existir vida en otros de los millones de planeta que hay en el universo. Es un simple tema estadístico: Si dos planetas de un mismo sistema tienen vida (por ahora dos, falta aun mucho por explorar en nuestros vecinos y sus lunas), las probabilidades de que otros planetas en otros sistemas la tengan son bastante altas.
Ahora bien, para quienes creen en la presencia de seres extraterrestres en nuestro pequeño mundo, yo los exhortaría a que aplicaran esas mismas matemáticas para evaluar esa opción. Con varios años luz de distancia entre nuestro sistema y las estrellas vecinas, y con una distancia de 100.000 millones de años luz de extremo a extremo de la Vía Lactea, creo que es físicamente imposible que un ser vivo viaje de un planeta al nuestro para explorarnos, conocernos o invadirnos. Esto sólo sería posible con medios de viaje que utilicen los túneles de gusano o algún sistema de transporte interdimensional. 
Lo que importa aquí es, ¿cómo asumen estas noticias los creyentes?
Para quienes creen en los libros sagrados a pie juntillas, es absolutamente imposible aceptar la posibilidad de existencia de vida en cualquier otro punto del universo. Por absurdo que parezca, aun hay quienes creen en la creación de forma literal. Y como la Biblia, en el caso de los cristianos y sus vertientes, no habla de que Dios haya creado bacterias en otros planetas, pues para ellos es una posibilidad inexistente.
A estas personas las pruebas físicas, reales y evidentes que descubrió la Nasa debería moverles los cimientos de su fe, o al menos los alcances de la misma. Supongo que deberán moverse de la literalidad al simbolismo de las escrituras, como lo viene haciendo el Papa Francisco. Pero, en muchos casos no será así, esa transformación la veremos en nuestros hijos, que ojalá pasen a una espiritualidad más universal. 
Y los creyentes de mente más abierta, pero que siguen siendo teístas, tendrán que hacerse la nueva pregunta del millón: ¿Será que Dios es verde?

martes, 6 de octubre de 2015

Facebook o el muro de los lamentos.

Cada vez que entro a mi Facebook a revisar las noticias, me acuerdo del famosos Muro Occidental del antiguo Templo de Jerusalén, que en occidente conocemos como Muro de los Lamentos.
Es fácil encontrar todo tipo de publicaciones en donde algunas personas desnudan su vida y se quejan, lloran, rompen matrimonios, adoran a su pareja en público como no suelen hacerlo en privado, en fin, hacen del muro de Facebook el espacio de expresión de su vida espiritual.
Adicional a esto, Facebook se ha convertido en el espacio de activistas sociales sin precedentes: Defienden las mascotas, atacan al capitalismo salvaje, son feministas a ultranza. Pero conozco muchos casos donde la incoherencia es manifiesta, pues esas mismas personas no soportarían convivir con una mascota, son incapaces de ayudar a una persona necesitada o llegan a su casa a ponerse unas bermudas, recostarse en el sofá a ver televisión y esperar a que su esposa les sirva la comida, por supuesto caliente.
Recuerdo haber visto un video en YouTube sobre un experimento social en el cual se le pidió a varias personas que dijeran en vivo lo que habían escrito sobre otra persona en Facebook, con el esperado resultado de que fueron incapaces de mantener en persona sus palabras.
Facebook, así como otras redes sociales, se ha convertido en un vehículo para dejar salir a nuestro inconsciente gracias a lo impersonal de la comunicación. Cuando escribimos no solamente lo hacemos en solitario, sino que además nuestro interlocutor es un ente impersonal sin sentimientos, sin humanidad para ser herida o alimentada en su ego. Pero, aun así, escribimos esperando un "Me gusta" o un comentario aprobatorio que si alimente nuestro ego.
Se dice que las oraciones de los judíos en el muro de los lamentos están encaminadas a pedir por el regreso de la diáspora a la tierra prometida, la reconstrucción del templo y la llegada del mesías, además de otras variadas peticiones y alabanzas. Así, los gentiles tenemos ahora nuestro propio muro, en donde alabamos, atacamos, pedimos, ofrecemos, nos destacamos y todo sin el compromiso de tener que cumplir o esperar que se nos cumpla, porque nuestro interlocutor es tan inmaterial como cualquier otro espíritu mítico.
Lamentablemente manejamos Facebook como un papel en blanco, sin mayor responsabilidad. Si lo utilizáramos como un espejo, seríamos más responsables y lograríamos al menos escudriñarnos y conocernos un poco.