viernes, 30 de octubre de 2015

¿Ignorancia o resiliencia?

La reciente publicación del estudio sobre el consumo de carnes rojas procesadas y su relación con el cáncer ha causado revuelo, angustia y reacciones de todo tipo. Desde los llamados a abandonar el consumo de carnes hasta las palabras de escepticismo y desconocimiento de cualquier posible riesgo.
No voy a entrar en detalles sobre el estudio; baste decir que es un llamado a la mesura en el consumo de carnes procesadas. Lo que me ha parecido interesante es la reacción de la mayoría de nosotros. Simple y sencillamente hemos criticado y desestimado el mensaje, la mayoría de las veces sin siquiera haber leído su contenido. La razón: le tenemos terror al diagnóstico. Preferimos seguir con nuestra vida cómoda e ignorante.
Esto no es solamente con este informe de la OMS; lo vivimos a diario. No nos gustan los exámenes en el colegio o la universidad, no nos gusta ir al médico, no nos gustan las evaluaciones de desempeño en el trabajo o los informes de los consultores o auditores. No nos gusta ser diagnosticados, como si el diagnóstico fuera lo que hace real a la enfermedad. 
No importa lo que tengamos, lo mal que estemos, la enfermedad que sea, siempre y cuando no lo sepamos. Como quien dice, ojos que no ven, corazón que no siente. La ignorancia nos hace felices.
Pero, ese temor a enfrentar la realidad desconoce una de las capacidades más increíbles del ser humano: la resiliencia, esa capacidad que tenemos de superar las situaciones traumáticas. Todos vivimos convencidos de nuestros umbrales: Al dolor físico, al sufrimiento, al hambre. Creemos que tenemos unos límites definidos y que cualquier estimulo o situación que los sobrepasé no la podremos enfrentar. Pero la historia y el diario vivir nos han dado muestras de que ese umbral se puede mover tanto como sea necesario para asegurar la supervivencia de la persona.
Todos hemos dicho cosas como "Si pierdo a mi hija me muero con ella" o "Esa pobre mujer no va a superar el tratamiento contra el cáncer" o cualquier otra expresión de pesimismo y compasión. Y son muchos, muchísimos los casos en que las personas van más allá de sus propias expectativas, de sus propias capacidades. Es lo que en sabiduría popular se expresa como "dios no nos da más de lo que podemos manejar". Pues bien, la vida nos da de todo, y siempre logramos sobreponernos. 
Así que hay que renunciar a la ignorancia, enfrentar nuestros temores, sobreponernos a ellos y seguir adelante. Tenemos una capacidad extraordinaria de enfrentar las dificultades y sobrepasarlas. Realmente lo que no nos mata nos hace más fuertes. No debemos refugiarnos en la autocompasión; hay que tener confianza en nosotros mismos y saber que siempre podremos dar un paso adelante.
Frente a la incertidumbre, bien sea de un diagnóstico, bien sea del mañana simple y sencillo, creo que la mejor fórmula es la oración de la serenidad del teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr, que adoptaron en Alcohólicos Anónimos:

Señor, concédenos serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar,
valor para cambiar las que sí podemos
y sabiduría para discernir la diferencia.

jueves, 29 de octubre de 2015

Soy un lagarto

Tengo que confesarlo, soy un lagarto. No a toda hora, no en cualquier situación, pero hay momentos de la vida en que no puedo evitar ser un lagarto.
Ahora que está de moda culpar de todo al alcalde Petro, puedo decir que parte de la culpa la tiene él. Y su máquina tapahuecos que no sabemos ni que tapa ni donde tapa. Y el cínico Samuel Moreno que dejó la ciudad destruida y sin plata. Porque, básicamente, soy un lagarto al volante. En mi casa me botan donde me ponga con esas actitudes; en el trabajo me las aguantan a raticos, pero da pena abusar y acaba uno arriesgándose a una demanda por acoso reptiliano. Así que solamente puedo ser un lagarto al volante, y cuando voy solo en el carro, nunca acompañado porque da más pena.
Lo otro que puedo afirmar casi con certeza, es que la mayor parte de las personas que manejamos en Bogotá, somos lagartos al volante. Y en general lo puedo decir de las grandes ciudades del mundo. Las pocas que conozco y las muchas que se pueden ver por You Tube, muestras a sus conductores en actitudes de lagarto y algunos cuantos de reptil de mayor envergadura, fácilmente llegando a dinosaurios. Somos unos seres arcaicos, molestos, hasta repulsivos, pero lamentablemente no estamos en extinción.
Según los estudios, el proceso evolutivo inició con los procariotas hace 3.000 millones de años, y logró llegar hasta nosotros, los seres humanos. En términos sencillos, lo que ha ido haciendo la naturaleza es reforzar la estructura física para adicionar nuevas funciones y capacidades. Así, pasó de seres unicelulares a bacterias, de estas a los cloroplastos que dieron origen a las algas, a los organismos pluricelulares y multicelulares, hasta la aparición de los animales, iniciando por los peces, en la explosión cámbrica. 
De este origen marino, tenemos un reducto que se ha mantenido "intacto" en estos 500 millones de años: El cerebro primitivo, reptil o arquipalio, en donde residen todas las respuestas automáticas que garantizan la supervivencia, la reproducción sexual y la búsqueda de comida. Es el que nos ordena pelear o huir ante una situación de agresión.
Sobre este está el cerebro intermedio, límbico o paleopálio, que es el que corresponde a los mamíferos inferiores. Aquí están las respuestas emocionales, como el temor o la agresión. Aquí es donde reside nuestra respuesta de temor o alegría ante las situaciones de la vida, o donde reside la empatía.
Por último está el cerebro superior, racional o neopálio, que comprende la mayor parte de los dos hemisferios, formados por el neocórtex. Este solamente lo poseen los mamíferos superiores, y es donde residen las funciones que nos diferencian como animales racionales. El pensamiento racional, la proyección, la imaginación, el lenguaje, la capacidad de abstracción, todas funcionan en esta parte del cerebro.
Como afirmó el neurólogo Paul McLean en su momento, estos tres cerebros están interconectados y funcionan como un órgano único. Así, hay momentos en los que somos racionales, hay momentos en los que somos emocionales y hay momentos en los que somos instintivos.
Dicen los estudios que el cerebro reptiliano es un sistema rígido, compulsivo y paranoico, que no aprende por la experiencia, es decir, no se modifica. Por eso es tan difícil modificar nuestras respuestas instintivas como la ira o el miedo (diferente al temor), o inclusive los vicios como fumar, beber o comer compulsivamente. El sistema límbico comparte algunas de estas funciones, pero adicionándoles la carga emocional. Cuando una persona dice "yo soy así y no puedo cambiar" no está tan alejada de la realidad. Si se puede, pero cuesta mucho y se necesita de mucha disciplina.
El neocórtex debería darnos las herramientas para controlar nuestros instintos, ya que allí reside nuestra racionalidad. Pero por alguna razón las respuestas reptilianas son más rápidas y fuertes. Solo unos segundos después de haber estallado en ira ante algún pequeño estímulo, después de sentir la descarga de adrenalina en el organismo, reflexionamos, tomamos aire y nos damos cuenta de lo imbéciles que nos vemos actuando como reptiles. ¿Cuántos problemas se ahorraría la humanidad si las respuestas de este pequeño cerebro se pudieran filtrar adecuadamente?
Yo en mi caso he tratado de hacer muchos ejercicios para lograr ese control. No soy la ira personificada ni mucho menos; por eso creo que soy más un lagarto que un Ceratosaurio. Asumo como mi pequeño aporte a la evolución esos ejercicios de autocontrol. No renegaré de mi origen reptiliano que fue la base para ser lo que somos, pero trataré de darle más preminencia a mi reciente adición de mamífero superior. Evidentemente me gusta más verme como un mono que como un lagarto.




lunes, 26 de octubre de 2015

Back to the future, The Matrix y los dioses.

Recientemente, un conferencista comentó en su presentación, que nuestros hijos verán The Matrix como nosotros vemos hoy Back to the future.
No voy a volver sobre las profecías tecnológicas de la película protagonizada por Michael J. Fox, porque la forma en que se cumplieron ha sido el foco de atención de todos los medios aprovechando el 21 de octubre del 2015.
Ahora bien, pensando en The Matrix, creo que el punto común de los futurólogos pesimistas es el de la guerra entre las máquinas y el hombre con el consecuente triunfo de la tecnología y la dominación del mundo por parte de las máquinas inteligentes. Ese tema, precedido por Terminator, es el que viene desvelando a las viejas generaciones desde principios del siglo pasado: La creación de una inteligencia artificial que pueda dominar el mundo y someter a la humanidad. Ya en 1942 Asimov conjuró la amenaza con la definición de las tres leyes de la robótica. El problema es que esas leyes aplican para la inteligencia artificial que sea programada por el hombre, y la inteligencia artificial será tal si logra autoprogramarse. Es decir, esas leyes son inútiles. 
¿Será posible la inteligencia artificial? Indudablemente. Ya hoy en día Internet tiene almacenada una cantidad gigantesca de información, superior a 1 ZB de datos, es decir, 1 millón de billones de bytes. Eso es 100.000 veces la colección impresa de la biblioteca del congreso de Estados Unidos, la cual equivale a 10 TB. Con toda esa información disponible, lo que falta es capacidad de procesamiento, la cual estará dada cuando sea posible la computación cuántica. Y la computación cuántica ya está muy cerca; recuerden los experimentos de teletransportación de propiedades de partículas subatómicas del año 2012 en Chile y del 2014 a través de fibra óptica que hizo la NASA.
La computación cuántica lo que permitirá es una capacidad y velocidad de computación hasta 5.000 veces más rápida que las de la computación tradicional. Esa será una de las tantas revoluciones tecnológicas que viviremos en los próximos 10 años, ya que IBM predice que en 2025 se podrán comprar este tipo de computadoras para el hogar y la oficina.
Ahora bien, los computadores cuánticos no generarán la inteligencia artificial, simplemente serán la base para su posible desarrollo. Lo que falta es un programa base que emule los procesos cognitivos del cerebro humano, que deberá llegar a un punto en el cual regule su propio proceso de recepción de información y aprendizaje. Puede que esta parte sea la más difícil, pero me atrevo a pensar que ya se está gestando y pronto será superada.
Entonces, ¿nos espera el apocalipsis en una cuarta guerra mundial (si sobrevivimos a esta tercera que no acaba de declararse) del hombre contra la máquina? No lo creo, no soy pesimista en ese sentido, ni tan optimista como para creer que nuestras creaciones alcancen tal grado de desarrollo. 
Pero, volviendo a The Matrix, aunque este pueda ser el tema profético más evidente, hay otro que me parece mucho más importante. Al final de la película, en el momento culmen, Neo recibe varios disparos y muere, pero, por estar en un mundo virtual, "resucita" en ese mundo y recibe la iluminación, que consiste en ver la estructura de The Matrix, de como está formado ese mundo virtual que es generado por una supercomputadora. Lo que Neo ve es un flujo de símbolos, que tradicionalmente asociaríamos con el 1 y el 0 de los números binarios, pero que en las computadoras cuánticas serán otros para expresar las potencialidades de posición y situación simultánea de cada elemento. 
¿Qué es lo que deberían llegar a ver nuestros hijos? No una estructura de un mundo virtual, por que como tal, no existe. Lo que espero que vean, desde el punto de vista filosófico, es la estructura real de nuestro mundo: un mundo formado por átomos y regido por las leyes de la física cuántica. Así de simple y de sencillo.
Nosotros también vivimos de algún modo en un mundo virtual. Miramos por la ventana y vemos edificios, carros, pájaros. Nos miramos al espejo y vemos un cuerpo animado, racional, que se reconoce a sí mismo. Si mentalmente comenzamos a desmenuzarnos tenemos la posibilidad de llegar a la célula, o tal vez a sus componentes, pero nos cuesta mucho trabajo imaginarnos como una colección de partículas que interactúan y se mantienen en equilibrio por algún extraño fenómeno que bien podría parecernos mágico. 
Somos un paquete de 70 kilos de átomos (un calculo dice que eso corresponde a 6,7 1027 átomos) que se han organizado de tal modo que permitieron que surgiera un ser vivo, racional, consciente, inteligente. Cuando nos vemos a nosotros mismos perdemos la noción de vida, de milagro que subyace detrás de ese cuerpo. Damos por sentada la vida del cuerpo, sin pensar en lo increíble que es que surja de las mínimas partes que lo componen.
La vida es la expresión más maravillosa que puede tener la materia y las leyes que la rigen, que son las leyes de la física y de la química. Y eso es lo que espero que vean nuestros hijos. Ya tienen unas condiciones de educación diferentes a las nuestras. Ya no seguirán pensando que somos el centro del universo, los consentidos de los dioses o el fruto del amor de un dios bipolar y vengativo. La ciencia habrá avanzado lo suficiente para explicar los misterios de la vida, y así como ese Neo que vive su epifanía, ellos podrán ver la estructura subyacente a la vida, a la materia, al universo.
Somos un milagro de la naturaleza, pero no un milagro inventado por nosotros para nuestro propio consuelo, sino un milagro real, fruto del azar. Y nuestros hijos tendrán la posibilidad de entenderlo desde pequeños, y aprovechar mejor su dimensión humana. Ellos verán la matriz de la vida en su verdadera dimensión, y entenderán la palabra milagro en su verdadera definición: un suceso extraordinario que lleva al límite las leyes de la naturaleza. 







lunes, 19 de octubre de 2015

La ciudad de la envidia y el egoísmo.

En El Libro de la envidia, Ricardo Silva nos muestra una sociedad bogotana que vive de las apariencias, de los abolengos, de la envidia por lo que tiene el vecino, por lo que aparenta. Una sociedad que vive bajo el convencimiento de que el jardín del vecino siempre es más verde que el propio, pero lo que es peor, ese convencimiento los lleva a pensar que lo que el vecino tiene no le pertenece con justicia y debería ser de quien siente la envidia o de nadie. Ese celo posesivo que dice si no es mío no será de nadie.
¿Sigue siendo Bogotá la ciudad de la envidia? No pensemos en unos pocos delincuentes o canallas (de quienes hablaré en mi próxima entrada) sino pensemos en el grueso de nuestra sociedad, en nosotros, en nuestros vecinos.
Envidia es aquel sentimiento doloroso que se siente por no tener lo que el otro tiene, o no ser lo que el otro es. Es lo que siente alguien cuando ve al otro en un carro nuevo, o pintando la fachada de su casa, o de vacaciones en la costa, o con buena salud, o con un hijo sobresaliente en el colegio, o cualquier otra bienaventuranza que opaca las propias.  
La envidia es un sentimiento solitario, autodestructivo, que nos carcome por dentro, pero que puede llegar a ser inofensivo para los demás. Pero hay un punto en que esa envidia da un paso más allá, y se convierte en un activador de actitudes negativas. Es cuando comentamos con alguien más de como lo que tiene nuestro objeto de envidia es inmerecido, o inclusive mal habido. “Quien sabe que le dan al profesor, porque ese niño no tiene cara de ser tan estudioso” o “como conseguirá la plata para pagar ese viaje, porque el salario no le da para tanto”. Y entonces, un paso más allá, se pasa del dicho al hecho, y surge el egoísmo.
El egoísta es el que antepone el interés propio al de los demás; el que pudiendo hacer algo por los otros, deja de hacerlo. Y la única explicación que yo creo posible es que el egoísta no hace lo que pudiera hacer por los otros simplemente porque en el fondo de su corazón siente envidia de lo que tienen los otros, y por eso busca perjudicarlos, o al menos no beneficiarlos.
Y definitivamente Bogotá es la ciudad del egoísmo. Egoísta el que no recoge la caca del perro, el que no cede el asiento en Transmilenio, el que no respeta la cola en el semáforo, el que bota basura a la calle desde la ventana de su carro, el que no ayuda a un transeúnte que se tropieza y cae, el que pita como desesperado ante cualquier razón en medio del tráfico, en fin, tantas expresiones de lo que solemos llamar falta de civismo o incultura. Básicamente muchas expresiones de ese sentimiento oscuro que mina la vida cotidiana, con un agravante, y es que quien se atreve a protestar suele poner en riesgo su integridad.
Lamentablemente este no es un problema del país o de las grandes urbes. Algunas suelen tener síntomas similares, pero no parecieran haber llegado a un estado tan profundo de indolencia. Eso sí, creo que en Colombia ninguna se le parece. Esa ciudad de envidiosos del siglo XIX alimentó ese espíritu negativo y se convirtió en la ciudad de los egoístas del siglo XXI.
Tenemos la mala costumbre de culpar de nuestros problemas a nuestros padres. En este caso, solemos hacerlo con el gobierno. Las basuras son culpa del sistema de aseo que no barre las calles; el irrespeto al volante es culpa del tráfico que le acaba la paciencia a cualquiera; no recoger la caca del perro es culpa del alcalde que no merece que le limpien las calles; no querer pagar los impuestos es culpa de los políticos que se roban la plata, no de quienes los eligen para que puedan robársela. Siempre encontraremos una excusa para no construir, para no convivir, para no tener una ciudad digna de nosotros mismos.
Pero la verdad es que la solución a nuestros problemas está en nuestras manos. El día que entendamos que el daño que le hacemos a nuestros vecinos nos lo estamos haciendo a nosotros mismos: que la ciudad opresora y asfixiante que construimos es la que le legaremos a nuestros hijos; que la ciudad individualista y fría nos lleva a aislarnos cada vez más en nuestros pequeños refugios; el día que veamos que con pequeños cambios podemos hacer de nuestra ciudad una ciudad amable, realmente humana, ese día transformaremos nuestra realidad y podremos construir con base en la generosidad. Y solamente la generosidad multiplica la riqueza y hace más amable el devenir.

En las próximas elecciones locales debemos votar con responsabilidad, pero ante todo votar: Ese es el primer acto de responsabilidad ciudadana. Que el egoísmo no nos deje escondidos debajo de las cobijas o temerosos de respaldar al candidato que consideremos adecuado para recuperar esta ciudad, nuestro hogar.

viernes, 16 de octubre de 2015

Bullying 3.0

Para quienes tenemos hijos, ha sido llamativo el tratamiento que ahora le dan los colegios al tema del bullying o acoso escolar. Hay comités de seguimiento, charlas para orientar a los padres, programas de sensibilización para los alumnos y, para cuando la prevención no ha resultado, hay procesos disciplinarios y sancionatorios que parecen orientados por la Procuraduría General de la Nación.
Pero, el acoso escolar no es nuevo. El tema del abuso del más fuerte es un tema biológico, que debe haberse expresado desde que los primeros animales vivieron en grupos. Es parte de la naturaleza animal que en toda manada debe haber un líder y unos seguidores. Y los seres humanos, como animales que somos, no nos escapamos de esa necesidad. Lo que ha hecho nuestro proceso racional es ponerle límites a ese liderazgo y orientarlo a una función utilitaria y constructiva, aunque también muchas veces le ha dado herramientas al más fuerte para abusar de su poder en beneficio propio.
Pero, volviendo al tema, el bullying ha existido desde siempre. No sería fácil asegurarlo entre los alumnos de Sócrates, pero según Jenofonte (Memorables o Los recuerdos de Sócrates, II, 1) Sócrates parece estar convencido de que no hay una línea media entre el dominio y la sumisión, entre gobernar y ser gobernado. Leo Strauss (Xenophon's Socrates) lapida contundentemente con este comentario: “Viviendo entre seres humanos uno debe o gobernar o ser gobernado a la fuerza o por sujeción voluntaria, pero es el más fuerte el que decide cómo utilizar a los débiles. Es decir, si uno no está dispuesto a hacer de martillo, debe estar dispuesto a hacer de yunque; la vida humana es necesariamente política. Esto se aplica tanto a sociedades como a individuos; entre los individuos también el viril (manly) y fuerte explota al acobardado y al débil”.(1)
Yo he escuchado historias sobre los abusadores de colegio de boca de mi abuelo y de mi padre. Y yo viví en mi época escolar situaciones de abuso como víctima, como victimario y como testigo. Adicionalmente, gracias a las campañas mediáticas hemos visto que el acoso escolar es universal: Lo viven en los países asiáticos, Europa y Oceanía, además de nosotros. Y si bien nos preocupa mucho el acoso infantil, básicamente porque la falta de madurez emocional hace más violento al acosador y más vulnerable a la víctima, evidentemente el bullying se ve en la universidad, en el trabajo y en los círculos sociales. Lo que pasa es que entre los adultos, además de que la madurez permite enfrentarlo mejor en algunos casos, también hay mayor conciencia en los testigos que no solamente dejan de apoyar al acosador, sino que con más frecuencia suelen ponerse del lado del acosado.
Pero, ¿por qué nos preocupa tanto el bullying hoy en día? Básicamente, porque con el uso de las nuevas tecnologías el acoso se ha vuelto un fenómeno de una inusitada violencia psicológica.
Internet rompió el esquema del espacio y del tiempo. Ahora los mensajes son omnipresentes, viajan a la velocidad de la luz, pueden transmitirse a destinatarios cuyo número crece de forma exponencial (recuerden la escena de la película "The social network" sobre el nacimiento de Facebook) y pueden ir acompañados de ayudas audiovisuales que los pueden hacer más recalcitrantes.
En el pasado, un niño que era acosado en el colegio sabía que la campana de la tarde marcaba el inicio de una tregua y le permitía refugiarse en la seguridad de su hogar. Hoy en día la agresión lo persigue en todo momento y lugar, y gracias a las redes puede ver y medir como la burla crece, se expande, es comentada por todos. El uso de las redes sociales ha magnificado el poder del acoso a unas dimensiones que un espíritu en formación difícilmente puede soportar.
Este acoso que utiliza las redes sociales, que se apoya en el efecto multiplicador y resonante del internet, que aprovecha las capacidades multimedia de las nuevas tecnologías, es lo que podemos llamar Bullying 3.0.
Las universidades y los centros de pensamiento en administración, marketing o TI se han dedicado a establecer los lineamientos de desarrollo para el Internet 3.0 y el Marketing 3.0. Pero es urgente que los centros de estudio social profundicen en analizar el impacto de las nuevas tecnologías en nuestra vida diaria como personas. Análisis y propuestas como la de "Ética de Urgencia" de Fernando Savater son necesarias y su lectura debería ser casi que obligatoria, ya que nos orienta sobre la forma en que deben utilizarse las redes para construir y no para destruir, entre otros temas. 
Necesitamos guías éticas para el manejo de las herramientas que están cambiando nuestras vidas de una forma profunda; manuales de convivencia que nos orientes sobre la forma de hacer más productivas esas redes de información y relacionamiento. El Bullying 3.0 necesita un enfoque nuevo y diferente para fortalecer a nuestros hijos y evitar que el acoso los lleve a situaciones de riesgo.
(1) Citado por El café de Ocata.




miércoles, 7 de octubre de 2015

¿Dios es verde?

La noticia histórica de la Nasa de la presencia de agua líquida en Marte nos ha sorprendido a todos; no solamente por las implicaciones que tiene en cuanto a una mayor facilidad para un posible asentamiento humano, sino también porque aumenta drásticamente las posibilidades de que en algún momento de la historia hubiese habido vida en el vecino planeta.
Son muchas las implicaciones que esto puede tener para nuestra concepción de la vida. El simple hecho de que en un planeta vecino al nuestro, inhóspito, pueda contener vestigios de vida bacteriana, aumenta las probabilidades de que pueda existir vida en otros de los millones de planeta que hay en el universo. Es un simple tema estadístico: Si dos planetas de un mismo sistema tienen vida (por ahora dos, falta aun mucho por explorar en nuestros vecinos y sus lunas), las probabilidades de que otros planetas en otros sistemas la tengan son bastante altas.
Ahora bien, para quienes creen en la presencia de seres extraterrestres en nuestro pequeño mundo, yo los exhortaría a que aplicaran esas mismas matemáticas para evaluar esa opción. Con varios años luz de distancia entre nuestro sistema y las estrellas vecinas, y con una distancia de 100.000 millones de años luz de extremo a extremo de la Vía Lactea, creo que es físicamente imposible que un ser vivo viaje de un planeta al nuestro para explorarnos, conocernos o invadirnos. Esto sólo sería posible con medios de viaje que utilicen los túneles de gusano o algún sistema de transporte interdimensional. 
Lo que importa aquí es, ¿cómo asumen estas noticias los creyentes?
Para quienes creen en los libros sagrados a pie juntillas, es absolutamente imposible aceptar la posibilidad de existencia de vida en cualquier otro punto del universo. Por absurdo que parezca, aun hay quienes creen en la creación de forma literal. Y como la Biblia, en el caso de los cristianos y sus vertientes, no habla de que Dios haya creado bacterias en otros planetas, pues para ellos es una posibilidad inexistente.
A estas personas las pruebas físicas, reales y evidentes que descubrió la Nasa debería moverles los cimientos de su fe, o al menos los alcances de la misma. Supongo que deberán moverse de la literalidad al simbolismo de las escrituras, como lo viene haciendo el Papa Francisco. Pero, en muchos casos no será así, esa transformación la veremos en nuestros hijos, que ojalá pasen a una espiritualidad más universal. 
Y los creyentes de mente más abierta, pero que siguen siendo teístas, tendrán que hacerse la nueva pregunta del millón: ¿Será que Dios es verde?

martes, 6 de octubre de 2015

Facebook o el muro de los lamentos.

Cada vez que entro a mi Facebook a revisar las noticias, me acuerdo del famosos Muro Occidental del antiguo Templo de Jerusalén, que en occidente conocemos como Muro de los Lamentos.
Es fácil encontrar todo tipo de publicaciones en donde algunas personas desnudan su vida y se quejan, lloran, rompen matrimonios, adoran a su pareja en público como no suelen hacerlo en privado, en fin, hacen del muro de Facebook el espacio de expresión de su vida espiritual.
Adicional a esto, Facebook se ha convertido en el espacio de activistas sociales sin precedentes: Defienden las mascotas, atacan al capitalismo salvaje, son feministas a ultranza. Pero conozco muchos casos donde la incoherencia es manifiesta, pues esas mismas personas no soportarían convivir con una mascota, son incapaces de ayudar a una persona necesitada o llegan a su casa a ponerse unas bermudas, recostarse en el sofá a ver televisión y esperar a que su esposa les sirva la comida, por supuesto caliente.
Recuerdo haber visto un video en YouTube sobre un experimento social en el cual se le pidió a varias personas que dijeran en vivo lo que habían escrito sobre otra persona en Facebook, con el esperado resultado de que fueron incapaces de mantener en persona sus palabras.
Facebook, así como otras redes sociales, se ha convertido en un vehículo para dejar salir a nuestro inconsciente gracias a lo impersonal de la comunicación. Cuando escribimos no solamente lo hacemos en solitario, sino que además nuestro interlocutor es un ente impersonal sin sentimientos, sin humanidad para ser herida o alimentada en su ego. Pero, aun así, escribimos esperando un "Me gusta" o un comentario aprobatorio que si alimente nuestro ego.
Se dice que las oraciones de los judíos en el muro de los lamentos están encaminadas a pedir por el regreso de la diáspora a la tierra prometida, la reconstrucción del templo y la llegada del mesías, además de otras variadas peticiones y alabanzas. Así, los gentiles tenemos ahora nuestro propio muro, en donde alabamos, atacamos, pedimos, ofrecemos, nos destacamos y todo sin el compromiso de tener que cumplir o esperar que se nos cumpla, porque nuestro interlocutor es tan inmaterial como cualquier otro espíritu mítico.
Lamentablemente manejamos Facebook como un papel en blanco, sin mayor responsabilidad. Si lo utilizáramos como un espejo, seríamos más responsables y lograríamos al menos escudriñarnos y conocernos un poco.