viernes, 27 de noviembre de 2015

Violencia contra la mujer: 2.000 años de herencia.

El 25 de noviembre se celebró el día de la no violencia contra la mujer. Cuesta trabajo creer que a la altura evolutiva de nuestra civilización occidental debamos tener un día para reflexionar sobre la violencia contra la mujer y otro para reflexionar sobre la importancia de la mujer en nuestra vida. Cuesta trabajo creer que las mujeres deban luchar por la igualdad social, laboral e intelectual. Que en muchos casos esa igualdad deba defenderse por decreto muestra el retraso que aun tenemos en materia de equidad de género, que es un término más adecuado de lo que debemos lograr.
Biológicamente hay una diferencia evidente entre el macho y la hembra. En la gran mayoría de animales las hembras cazan, paren, cuidan a los cachorros y muchas veces lideran la manada. Los machos, por su parte, comen, de vez en cuando aportan alimento, y se encargan de asegurar la reproducción de la especie. Animalmente hablando, una posición bastante cómoda para el macho.
En el proceso evolutivo, en la gran mayoría de tribus humanas, la organización tendió a que la mujer se quedaba en la casa trabajando y cuidando los cachorros y el hombre salía a cazar. Con el desarrollo de la agricultura y los asentamientos, el hombre se convirtió en guerrero, y utilizó el tiempo libre para gobernar e inventarse la religión y los dioses. Así, desde el inicio detentó el poder, y los poderosos escriben las leyes. Por lo tanto le fue fácil establecer la supremacía a partir de ese poder físico, político y religioso.
Los mitos primitivos de las culturas politeístas, gracias a ese amplio panteón, tenía dioses y diosas por igual, inclusive con capacidad de competir entre sí en grandes batallas. Pero el advenimiento del monoteísmo y la necesidad de reglamentar la convivencia y la sociedad en las leyes religiosas terminó por radicalizar la prevalencia del hombre y satanizar a la mujer. 
En occidente es evidente como se castigó a la mujer haciéndola responsable de la condena de Adán en el paraíso; después de ese incidente la Biblia está llena de citas y sentencias en contra de la mujer, que los patriarcas de la Iglesia magnificaron y que aun hoy en día algunos exégetas siguen citando. Son muchas y muy fáciles de encontrar, pero no puedo quedarme sin citar algunas:

Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre. Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre. 1 Corintios 11:5-8
Las mujeres guarden silencio en las iglesias, porque no les es permitido hablar, antes bien, que se sujeten como dice también la ley. 1 Corintios 14:34
La mujer aprenda en silencio, con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, pues el primero fue formado Adán, después Eva. Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará por la crianza de los hijos, si permanece en la fe, en la caridad y en la castidad, acompañada de la modestia. Epístola I a Timoteo 2:11, en adelante (escrito por San Pablo).

Y por supuesto, las interpretaciones de los padres de la Iglesia en estas citas que se les atribuyen:

Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer. San Agustín.
La mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno, ella ha expulsado a Adán del Paraíso. Juan Damasceno.
Soberana peste es la mujer, dardo del demonio. ¡Por medio de la mujer el diablo ha triunfado de Adán y le hizo perder el Paraíso! San Juan Crisóstomo.
La mujer es un error de la naturaleza, nace de un esperma en mal estado. Santo Tomás de Aquino.
Los hombres tienen hombros anchos y caderas estrechas. Están dotados de inteligencia. Las mujeres tienen hombros estrechos y caderas anchas, para tener hijos y quedarse en casa. Martín Lutero.

Esta tradición misoginia, muy marcada en el antiguo testamento, está presente en las tres religiones monoteístas: El Judaísmo en donde se originan, el Cristianismo que es la más expandida en occidente y el Islamismo que tomó los textos fundamentales de sus predecesoras. Es lamentable que las revisiones cismáticas posteriores en las tres hayan profundizado esta visión de la mujer en vez de corregirla. 
Como era obvio, el desarrollo de nuestras leyes civiles tomó como base la legislación religiosa, por lo cual reflejó en un principio esta visión de la mujer. Muchos años y muchas luchas fueron necesarias para que la mujer pudiera opinar sobre las propiedades de la familia, pudiera estudiar, pudiera trabajar, pudiera votar o inclusive pudiera competir deportivamente contra los hombres.
Nuestra leyes han evolucionado y han plasmado la igualdad de género. Pero nuestra sociedad sigue siendo inequitativa. lo cual no es de extrañar en una sociedad de animales que buscan imponer su poder sobre los otros (recordemos que debemos estar dispuestos a ser o yunque o martillo). 
Cuando pensamos en la violencia contra la mujer tendemos a pensar en la agresión física. La mujer que es objeto de guerra en las zonas de conflicto, la mujer explotada sexualmente por los proxenetas y traficantes, o la mujer golpeada por su compañero sentimental. Pero la violencia va más allá, a situaciones que podemos llegar a repetir en nuestro día a día y que no identificamos adecuadamente. La violencia económica del esposo que controla los gastos del hogar o que hace pasar necesidades innecesarias a su familia para demostrar que es él quien tiene el poder; la violencia emocional que se expresa en situaciones de tensión o maltrato verbal, tanto en el hogar como en el entorno laboral; la violencia sexual que va desde el chantaje para obtener la relación deseada hasta el uso de la fuerza; y la inequidad social y laboral.
La más frecuente y menos perceptible, creo yo, es esta última. Porque lo que debemos defender no es la igualdad, sino la equidad, y la equidad nace de entender la diferencia. La revolución sexual de los años 70 resaltó y luchó por la igualdad, que en los derechos ya está ganada. Ahora viene reconocer la diferencia y luchar por la equidad, que es reconocer a cada género sus derechos en función de sus deberes y de su rol.
Pero lo más difícil, efectivamente, es llevar la teoría a la práctica. Los derechos están ganados, pero serán letra muerta si no logramos que cese la violencia en cualquiera de sus formas, que se abandone el modelo mental que considera a las mujeres inferiores, objeto de burla, de sátira o de cinismo. Hasta que no cambiemos ese modelo mental no lograremos que la violencia de género desaparezca. Las estadísticas demuestran como, a pesar de las campañas y de una evidente toma de conciencia, los actos de violencia contra la mujer en todas sus formas apenas han disminuido.
La oportunidad, como siempre, es el cambio generacional. Nuestros hijos deben ser educados para pensar un nuevo modelo social en donde no existan diferencias de género, de raza, sociales. El solo hecho de reflexionar sobre la diferencia, aunque sea de forma constructiva, la hace latente. El momento en que podamos obviar la necesidad de un día de la no violencia contra la mujer, será el día en que hayamos superado ese flagelo.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Religión y felicidad

RELIGIÓN Y FELICIDAD

Alguna vez me dijeron que si yo creyera en dios sería más feliz. Por obvias razones me molesté: No me gustaba que pusieran en duda mi felicidad. Pero, para poder justificar que mi estilo serio y meditabundo es feliz, debía encontrar una buena definición de felicidad.
Eduard Punset afirma que la felicidad es ausencia de miedo, y que quien se lo propone puede ser feliz si sabe administrar adecuadamente sus emociones. Me parece una buena definición en la medida en que la ausencia de incertidumbre permite un estado de plenitud y tranquilidad que lo lleva a uno a la felicidad. Y me parece positivo saber que la felicidad es alcanzable, gestionable y que depende de nosotros, no de los demás.
André Comte-Sponville, mi filósofo favorito, afirma en La felicidad, desesperadamente que la filosofía es un camino de búsqueda de la felicidad, o de la sabiduría que es en donde la felicidad se reconoce a sí misma. Es una afirmación cercana a la de Punset, en la medida en que la felicidad se gestiona, pero ya no desde las emociones sino desde la razón.
Para poder tener el contrapeso respectivo, y ver que tan acertado es lo que me diagnosticaron, busque lo que ha dicho el Papa Francisco sobre la felicidad. Cabe decir que dentro de mi ateísmo y algo de anticlericalismo, disfruto de muchas de las cosas que dice el Papa y admiro su revolución. Pero, en lo que pude encontrar sobre la felicidad, veo más pequeñas pildoritas para la alegría que verdaderas orientaciones para alcanzar la felicidad (Buena traducción la de esta página de la Universidad de la Sabana. Encontré otra en una página de evangelización católica que adaptó los términos a su conveniencia. Los patriarcas de la Iglesia siguen en sus andanzas): http://www.unisabana.edu.co/nc/la-sabana/campus-20/noticia/articulo/diez-consejos-para-encontrar-la-felicidad-segun-el-papa-francisco/
Entonces, queda aquí en evidencia otro punto. Muchas personas tienden a confundir la alegría con la felicidad, y está confusión está especialmente alimentada por los pseudofilósofos de bolsillo, que caminan más por las líneas de la autoayuda. La alegría es ese estado transitorio, difícil de mantener en el tiempo, que se orienta a una expresión abierta de exaltación y júbilo. Debe ser alimentado constantemente, como una adicción, y por eso es el objeto de tanto libro de corta vida y muchas ventas y de las películas edulcoradas de Hollywood. Podemos tener muchos momentos alegres, podemos sonreír con frecuencia, pero no podemos estar siempre en este estado dulzón, porque ni los músculos de la cara resisten tanta tensión ni las neuronas del cerebro tanto vacío.
Las felicidad en cambio consiste en un estado de equilibrio placentero, de comunión con la vida, con los otros, un estado en el cual reconocemos nuestra capacidad de evolucionar y encontramos que a pequeños pasos evolucionamos. La alegría es lo que puede sentir un niño cuando da sus primeros pasos, y la felicidad es lo que siente un hombre cuando ve que camina, puede ser lentamente, pero camina.  La alegría no produce carcajadas, ni siquiera risas, pero si una sonrisa tranquila y permanente. La felicidad no embriaga, y por eso puede ser duradera. Inclusive, es posible ser feliz mientras se viven duras dificultades en la vida, porque el que vive plenamente sabe que los dolores de la vida hacen parte de esa experiencia milagrosa y los acepta como fuente de su experiencia, como camino de su sabiduría.
Pero, si yo he entendido bien, la religión es un movimiento que me lleva a la vida compartida, en grupo, por un lado, y a la reflexión individual para adaptar mi vida a unos valores grupales, por el otro. Si puede llevarme a estados de alegría y exaltación en sus ritos comunales, pero en el fondo lo que realmente busca es plantear un camino para superarme como persona siguiendo las enseñanzas de un ser espiritualmente especial. Puede ser Jesús, Buda o Mahoma, lo que debería lograr es mi crecimiento a partir de la reflexión. En donde falla la propuesta de la religión es cuando entran en escena los patriarcas de las iglesias que interpretan a su conveniencia y  malversidad las propuestas originales para darse un poder que les permita construirse un falso paraíso en este mundo a costa de venderle a los creyentes un paraíso en el otro mundo. Más allá de las perversiones de los regentes eclesiásticos y los tan de moda fanáticos y extremistas religiosos, la religión si puede hacernos más felices, e inclusive más alegres, pero no es el único camino para lograrlo.
En conclusión, creo que el problema con mi interlocutor era que tenía la expectativa de que yo fuera más alegre. Y lo soy, me río cuando oigo una historia que lo merezca, o cuando alguna buena película me hace reír, o con los chistes de mi hija de siete años. Pero, en general, vivo feliz, en ese equilibrio suave y placentero como la brisa de la madrugada en una playa. Y pensar, leer o escribir ladrillos como este también me hacen feliz, y sonrío plácidamente cuando lo hago. 
No es religión lo que me falta, al menos no para practicarla, pero si para reírme algunas veces de sus locuras. Mi felicidad, por fortuna, la tengo garantizada con lo que soy.




viernes, 13 de noviembre de 2015

¿En qué creen los que no creen?

Tomaré prestado el título de este magnifico diálogo epistolar entre Umberto Eco y el obispo de Milán, Carlo Maria Martini, publicado en 1997, aunque en su momento me hubiera desilusionado su alcance que esperaba más radical. La idea en estas líneas es darle respuesta a las muchas personas que ponen cara de asombro, consideración o pesar cuando digo que soy ateo, y me preguntan con cierta consternación "de verdad, ¿no crees en nada?"
La preocupación real de mis interlocutores no es en qué creo, sino en qué no creo, así que empecemos por eso. Ateo es el que no cree en dios, el que no tiene dios. Es decir, yo como ateo no creo en dios. Los agnósticos son aquellos que consideran que el tema de dios es imposible de entender o definir, y por lo tanto lo dejan a un lado y definen su espiritualidad como un estado de duda cierta. Asumen que hay una entidad superior pero se eximen de definirla. Es lo que los ateos llamamos "aguas tibias".
Los creyentes por su parte, reconocen la existencia de un ser supremo, y según la forma en que lo perciben pueden ser deístas (un ser supremo indefinido), panteístas (todo cuanto existe participa de la naturaleza divina porque dios es inmanente al mundo) y teístas (dios es un ser especifico, definido, creador del universo y que interviene en el devenir; inclusive puede tener forma física humanoide).
Así que, para los ateos no hay dios, sino que el mundo, el universo, es una manifestación de la materia que se desarrolló sin intervención de ninguna fuerza espiritual o metafísica sino que se rige por unas leyes que hemos ido decodificando y organizando en unas ciencias que llamamos física, matemática, química y biología.
Por extensión, como ateo que no creo en dios tampoco creo en otras entidades espirituales o metafísicas. Es decir, no creo en que el cuerpo tenga un alma, no creo en fantasmas (si no hay alma en este mundo tampoco la hay para que le sobreviva al morir, es decir, en el otro mundo), ni creo en demonios, ángeles o cualquier otro mito parecido. Por eso es una tontería quienes dicen que los ateos adoramos al demonio, porque así como no creemos en dios no podemos creer en el demonio.
Entonces, ¿en qué creo si no creo?
Creo en que soy un ser material, una masa de átomos que forman moléculas, que forman células, que forman órganos y que forma este cuerpo que se ha organizado de tal modo que puede pensar, proyectar el resultado de sus acciones, actuar y aprender de ese actuar. Un cuerpo que nace, crece y ha de morir algún día. Un cuerpo que al morir se convertirá en cenizas, y del cual no le sobrevivirá nada más allá del recuerdo que deje en los demás.
Creo que la vida que vivimos es la más grande expresión de un milagro, si tomamos la palabra en el sentido de un hecho que sobrepasa las probabilidades del mundo natural. El hecho de que las condiciones planetarias hayan permitido el surgimiento de vida en este planeta es milagroso (no por ello sobrenatural) y merece nuestro asombro y nuestra gratitud. Creo que esa misma vida puede y debe haber surgido en otros planetas de los miles de millones de estrellas que hay en este universo, aunque nunca podamos llegar a tener contacto con ellas.
Creo que el ser humano es un ser que evoluciona, que aprende, que construye una sociedad tendiente a mejorar a pesar del espíritu egoísta y egocéntrico que tenemos. Tengo la esperanza de que la humanidad evoluciona para mejorar y que a pesar de nuestros errores lograremos un mundo mejor.
Creo, por último, que no necesitamos creer en un ser superior o en la promesa de un mundo sobrenatural para ser buenos. Podemos construir un sistema moral basado en la inmanencia, en lo que somos y vivimos en este mundo, sin necesidad de esperar o temer un castigo o un premio en otra vida. 
Creo, por lo tanto, que esta pequeña y corta oportunidad de vivir es la única, que lo que no haga en este mundo y en esta vida no podré hacerlo en otra. Es aquí donde tengo que vivir, sufrir, amar, ser feliz. No hay segunda oportunidad, no hay otra vida para ser feliz. Sólo aquí podre ser.
Por eso, debemos aprovechar esta vida, gozarla, explotarla, hacer que merezca la pena, porque no hay segundas oportunidades.
Dice el obispo Martini : "La esperanza hace del fin un fin". Difiero, el objetivo de nuestra vida es el camino, es vivir la vida, no morir. Lo importante es lo que vivimos, lo que experimentamos, lo que aprendemos. El fin, la muerte, será el cierre de este maravilloso capitulo. No debemos temerle, no debemos huirle, pero tampoco buscarla. Simplemente llegará cuando sea el momento. Morir no es nuestro destino, nuestro deseo; vivir es nuestro deseo, nuestro anhelo. Estamos aquí para vivir y disfrutar de este mundo.
El ateísmo, entonces, es simplemente una forma de encarar la vida. Una forma solitaria, porque no se tiene ese apoyo espiritual que todo lo promete. Pero una forma realista, inmanente, que obliga a vivir y que exige enfrentar la vida sin esconderse detrás de la fachada de un padre sobreprotector.
Por último, el ateísmo es un acto de fe. En el ateísmo no hay certezas, como no las debe haber en las creencias sobre dios. El ateo cree que dios no existe (no es posible demostrar su inexistencia), así como el creyente cree que dios existe (porque tampoco es posible demostrar su existencia). En uno y otro caso la certeza es un acto de soberbia. Por eso son tan antipáticos los fanáticos de uno y otro lado que buscan imponer su punto de vista. Las creencias religiosas deberían mantenerse en el ámbito personal y respetar siempre la posición del otro. El día que logremos eso las religiones podrán ser un punto de encuentro y no de conflicto.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Adopción gay ¿Qué quieren los niños?

Debo decir que me alegré mucho con la sentencia de la Corte Constitucional que define que la condición sexual de una pareja que ha pedido un niño en adopción no debe ser condicionante para definir dicha adopción, abriendo así la posibilidad de que parejas homosexuales adopten niños.
Lamentablemente este logro de igualdad en derechos ha generado respuestas y posturas fanáticas como la burda publicación del concejal de la familia, los twits de políticos y la rasgadura de vestiduras de los prelados religiosos.
Ya en un ámbito de mayor reflexión, una discusión que me ha parecido muy válida es la de preguntarse si al darle este derecho a las parejas homosexuales estamos protegiendo los derechos de los niños. Por ejemplo, circula un video en las redes en el que un niño adoptado dice que los niños aspiran a tener un papá y una mamá como todos los demás; sabemos que un niño no quiere tener un hogas en apariencia diferente, que pueda generar rechazo o burlas. Pero también hay niños que viviendo con parejas homosexuales disfrutan de un amor ybun acompañamiento que no podrían encontrar de otra forma y lo reciben con alegría.
No hay, hasta donde pude encontrar, ningún estudio que afirme que los niños adoptados por parejas gays tengan diferencias importantes en su desarrollo. Supongo que lo que si generan es una aceptación a la diversidad, la misma que los padres heterosexuales deberíamos buscar que tengan nuestros hijos.
Lamentablemente sociedades como la nuestra no están del todo preparadas para este nuevo tipo de núcleos familiares. Estos niños correrían hoy el riesgo de ser humillados, segregados y estigmatizados por unos adultos retrógrados y superficiales, y en algunos casos por los hijos de estos, adecuadamente adoctrinados por sus padres. Afortunadamente el mundo y sus parámetos sociales y culturales están evolucionando, y cada vez somos más los que aceptamos la diversidad y no juzgamos a quienes han optado por una expresión diferente de sus sentimientos o de su sexualidad.
Lo que no se entiende es esa preocupación de estos fanáticos por las decisiones que estaríamos tomando por nuestros pequeños. Al entregar un niño en adopción a una pareja homosexual estamos decidiendo el núcleo familiar en el cual se desarrollará ese niño y con el cual deberá vivir hasta su adultez como mínimo, sin saber si eso es lo que quiere el niño. Pero, ¿no es acaso lo mismo cuando decidimos entregarlos a una pareja heterosexual? O, lo que es peor, ¿no estamos decidiendo abusivamente por un niño cuando lo bautizamos a los dos meses de nacido dentro de una religión específica y condicionamos su desarrollo a esa religión? ¿No es lo mismo cuando lo adoctrinamos durante toda su infancia, muchas veces a la fuerza, en la religión que profesan sus padres?
Es posible que entregar un niño en adopción a una pareja homosexual le pueda generar dificultades en su interacción y en el desarrollo de sus relaciones sociales. Pero, casi con seguridad, contará con unos padres amorosos que buscarán la forma de apoyarlo para enfrentar una estigmatización con la que ellos mismos han luchado. 
Me parece menos abusivo con los niños buscarles un hogar que los acoja y los proteja que dejarlos por el resto de su vida a la espera de que una pareja heterosexual los reciba, después de que unos padres heterosexuales los abandonaron. Y por supuesto, mucho menos que el hecho de decidir por ellos la religión que profesarán en su vida. 
Ojalá los fanáticos religiosos se dediquen a vivir su vida entregados a sus dogmas en la privacidad de su hogar y dejen que las sociedades avancen hacia un espíritu de aceptación y respeto por la diversidad.
Una duda. Si los prelados católicos han salido a opinar con vehemencia contra esta sentencia de la corte, ¿por qué no atacaron con la misma vehemencia los casos de abuso sexual infantil que se han presenciado entre sus huestes?