El 25 de noviembre se celebró el día de la no violencia contra la mujer. Cuesta trabajo creer que a la altura evolutiva de nuestra civilización occidental debamos tener un día para reflexionar sobre la violencia contra la mujer y otro para reflexionar sobre la importancia de la mujer en nuestra vida. Cuesta trabajo creer que las mujeres deban luchar por la igualdad social, laboral e intelectual. Que en muchos casos esa igualdad deba defenderse por decreto muestra el retraso que aun tenemos en materia de equidad de género, que es un término más adecuado de lo que debemos lograr.
Biológicamente hay una diferencia evidente entre el macho y la hembra. En la gran mayoría de animales las hembras cazan, paren, cuidan a los cachorros y muchas veces lideran la manada. Los machos, por su parte, comen, de vez en cuando aportan alimento, y se encargan de asegurar la reproducción de la especie. Animalmente hablando, una posición bastante cómoda para el macho.
En el proceso evolutivo, en la gran mayoría de tribus humanas, la organización tendió a que la mujer se quedaba en la casa trabajando y cuidando los cachorros y el hombre salía a cazar. Con el desarrollo de la agricultura y los asentamientos, el hombre se convirtió en guerrero, y utilizó el tiempo libre para gobernar e inventarse la religión y los dioses. Así, desde el inicio detentó el poder, y los poderosos escriben las leyes. Por lo tanto le fue fácil establecer la supremacía a partir de ese poder físico, político y religioso.
Los mitos primitivos de las culturas politeístas, gracias a ese amplio panteón, tenía dioses y diosas por igual, inclusive con capacidad de competir entre sí en grandes batallas. Pero el advenimiento del monoteísmo y la necesidad de reglamentar la convivencia y la sociedad en las leyes religiosas terminó por radicalizar la prevalencia del hombre y satanizar a la mujer.
En occidente es evidente como se castigó a la mujer haciéndola responsable de la condena de Adán en el paraíso; después de ese incidente la Biblia está llena de citas y sentencias en contra de la mujer, que los patriarcas de la Iglesia magnificaron y que aun hoy en día algunos exégetas siguen citando. Son muchas y muy fáciles de encontrar, pero no puedo quedarme sin citar algunas:
Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre. Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre. 1 Corintios 11:5-8
Las mujeres guarden silencio en las iglesias, porque no les es permitido hablar, antes bien, que se sujeten como dice también la ley. 1 Corintios 14:34
La mujer aprenda en silencio, con plena sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, pues el primero fue formado Adán, después Eva. Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará por la crianza de los hijos, si permanece en la fe, en la caridad y en la castidad, acompañada de la modestia. Epístola I a Timoteo 2:11, en adelante (escrito por San Pablo).
Y por supuesto, las interpretaciones de los padres de la Iglesia en estas citas que se les atribuyen:
Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer. San Agustín.
La mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno, ella ha expulsado a Adán del Paraíso. Juan Damasceno.
Soberana peste es la mujer, dardo del demonio. ¡Por medio de la mujer el diablo ha triunfado de Adán y le hizo perder el Paraíso! San Juan Crisóstomo.
La mujer es un error de la naturaleza, nace de un esperma en mal estado. Santo Tomás de Aquino.
Los hombres tienen hombros anchos y caderas estrechas. Están dotados de inteligencia. Las mujeres tienen hombros estrechos y caderas anchas, para tener hijos y quedarse en casa. Martín Lutero.
Esta tradición misoginia, muy marcada en el antiguo testamento, está presente en las tres religiones monoteístas: El Judaísmo en donde se originan, el Cristianismo que es la más expandida en occidente y el Islamismo que tomó los textos fundamentales de sus predecesoras. Es lamentable que las revisiones cismáticas posteriores en las tres hayan profundizado esta visión de la mujer en vez de corregirla.
Como era obvio, el desarrollo de nuestras leyes civiles tomó como base la legislación religiosa, por lo cual reflejó en un principio esta visión de la mujer. Muchos años y muchas luchas fueron necesarias para que la mujer pudiera opinar sobre las propiedades de la familia, pudiera estudiar, pudiera trabajar, pudiera votar o inclusive pudiera competir deportivamente contra los hombres.
Nuestra leyes han evolucionado y han plasmado la igualdad de género. Pero nuestra sociedad sigue siendo inequitativa. lo cual no es de extrañar en una sociedad de animales que buscan imponer su poder sobre los otros (recordemos que debemos estar dispuestos a ser o yunque o martillo).
Cuando pensamos en la violencia contra la mujer tendemos a pensar en la agresión física. La mujer que es objeto de guerra en las zonas de conflicto, la mujer explotada sexualmente por los proxenetas y traficantes, o la mujer golpeada por su compañero sentimental. Pero la violencia va más allá, a situaciones que podemos llegar a repetir en nuestro día a día y que no identificamos adecuadamente. La violencia económica del esposo que controla los gastos del hogar o que hace pasar necesidades innecesarias a su familia para demostrar que es él quien tiene el poder; la violencia emocional que se expresa en situaciones de tensión o maltrato verbal, tanto en el hogar como en el entorno laboral; la violencia sexual que va desde el chantaje para obtener la relación deseada hasta el uso de la fuerza; y la inequidad social y laboral.
La más frecuente y menos perceptible, creo yo, es esta última. Porque lo que debemos defender no es la igualdad, sino la equidad, y la equidad nace de entender la diferencia. La revolución sexual de los años 70 resaltó y luchó por la igualdad, que en los derechos ya está ganada. Ahora viene reconocer la diferencia y luchar por la equidad, que es reconocer a cada género sus derechos en función de sus deberes y de su rol.
Pero lo más difícil, efectivamente, es llevar la teoría a la práctica. Los derechos están ganados, pero serán letra muerta si no logramos que cese la violencia en cualquiera de sus formas, que se abandone el modelo mental que considera a las mujeres inferiores, objeto de burla, de sátira o de cinismo. Hasta que no cambiemos ese modelo mental no lograremos que la violencia de género desaparezca. Las estadísticas demuestran como, a pesar de las campañas y de una evidente toma de conciencia, los actos de violencia contra la mujer en todas sus formas apenas han disminuido.
La oportunidad, como siempre, es el cambio generacional. Nuestros hijos deben ser educados para pensar un nuevo modelo social en donde no existan diferencias de género, de raza, sociales. El solo hecho de reflexionar sobre la diferencia, aunque sea de forma constructiva, la hace latente. El momento en que podamos obviar la necesidad de un día de la no violencia contra la mujer, será el día en que hayamos superado ese flagelo.
Es una realidad triste el papel que aún debe vivir la mujer reducida a un segundo plano, humillada y abusada, con el respaldo de religiones e ideologías
ResponderEliminarAquí unas cifras alarmantes. Lo increíble es que las cifras de violencia contra las mujeres son muy altas en países desarrollados y casi absolutas en países en vías de desarrollo. La violencia de género se ataca en la teoría pero en la práctica sigue siendo parte de nuestra cultura machista.
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