Tomaré prestado el título de este magnifico diálogo epistolar entre Umberto Eco y el obispo de Milán, Carlo Maria Martini, publicado en 1997, aunque en su momento me hubiera desilusionado su alcance que esperaba más radical. La idea en estas líneas es darle respuesta a las muchas personas que ponen cara de asombro, consideración o pesar cuando digo que soy ateo, y me preguntan con cierta consternación "de verdad, ¿no crees en nada?"
La preocupación real de mis interlocutores no es en qué creo, sino en qué no creo, así que empecemos por eso. Ateo es el que no cree en dios, el que no tiene dios. Es decir, yo como ateo no creo en dios. Los agnósticos son aquellos que consideran que el tema de dios es imposible de entender o definir, y por lo tanto lo dejan a un lado y definen su espiritualidad como un estado de duda cierta. Asumen que hay una entidad superior pero se eximen de definirla. Es lo que los ateos llamamos "aguas tibias".
Los creyentes por su parte, reconocen la existencia de un ser supremo, y según la forma en que lo perciben pueden ser deístas (un ser supremo indefinido), panteístas (todo cuanto existe participa de la naturaleza divina porque dios es inmanente al mundo) y teístas (dios es un ser especifico, definido, creador del universo y que interviene en el devenir; inclusive puede tener forma física humanoide).
Así que, para los ateos no hay dios, sino que el mundo, el universo, es una manifestación de la materia que se desarrolló sin intervención de ninguna fuerza espiritual o metafísica sino que se rige por unas leyes que hemos ido decodificando y organizando en unas ciencias que llamamos física, matemática, química y biología.
Por extensión, como ateo que no creo en dios tampoco creo en otras entidades espirituales o metafísicas. Es decir, no creo en que el cuerpo tenga un alma, no creo en fantasmas (si no hay alma en este mundo tampoco la hay para que le sobreviva al morir, es decir, en el otro mundo), ni creo en demonios, ángeles o cualquier otro mito parecido. Por eso es una tontería quienes dicen que los ateos adoramos al demonio, porque así como no creemos en dios no podemos creer en el demonio.
Entonces, ¿en qué creo si no creo?
Creo en que soy un ser material, una masa de átomos que forman moléculas, que forman células, que forman órganos y que forma este cuerpo que se ha organizado de tal modo que puede pensar, proyectar el resultado de sus acciones, actuar y aprender de ese actuar. Un cuerpo que nace, crece y ha de morir algún día. Un cuerpo que al morir se convertirá en cenizas, y del cual no le sobrevivirá nada más allá del recuerdo que deje en los demás.
Creo que la vida que vivimos es la más grande expresión de un milagro, si tomamos la palabra en el sentido de un hecho que sobrepasa las probabilidades del mundo natural. El hecho de que las condiciones planetarias hayan permitido el surgimiento de vida en este planeta es milagroso (no por ello sobrenatural) y merece nuestro asombro y nuestra gratitud. Creo que esa misma vida puede y debe haber surgido en otros planetas de los miles de millones de estrellas que hay en este universo, aunque nunca podamos llegar a tener contacto con ellas.
Creo que el ser humano es un ser que evoluciona, que aprende, que construye una sociedad tendiente a mejorar a pesar del espíritu egoísta y egocéntrico que tenemos. Tengo la esperanza de que la humanidad evoluciona para mejorar y que a pesar de nuestros errores lograremos un mundo mejor.
Creo, por último, que no necesitamos creer en un ser superior o en la promesa de un mundo sobrenatural para ser buenos. Podemos construir un sistema moral basado en la inmanencia, en lo que somos y vivimos en este mundo, sin necesidad de esperar o temer un castigo o un premio en otra vida.
Creo, por lo tanto, que esta pequeña y corta oportunidad de vivir es la única, que lo que no haga en este mundo y en esta vida no podré hacerlo en otra. Es aquí donde tengo que vivir, sufrir, amar, ser feliz. No hay segunda oportunidad, no hay otra vida para ser feliz. Sólo aquí podre ser.
Por eso, debemos aprovechar esta vida, gozarla, explotarla, hacer que merezca la pena, porque no hay segundas oportunidades.
Dice el obispo Martini : "La esperanza hace del fin un fin". Difiero, el objetivo de nuestra vida es el camino, es vivir la vida, no morir. Lo importante es lo que vivimos, lo que experimentamos, lo que aprendemos. El fin, la muerte, será el cierre de este maravilloso capitulo. No debemos temerle, no debemos huirle, pero tampoco buscarla. Simplemente llegará cuando sea el momento. Morir no es nuestro destino, nuestro deseo; vivir es nuestro deseo, nuestro anhelo. Estamos aquí para vivir y disfrutar de este mundo.
El ateísmo, entonces, es simplemente una forma de encarar la vida. Una forma solitaria, porque no se tiene ese apoyo espiritual que todo lo promete. Pero una forma realista, inmanente, que obliga a vivir y que exige enfrentar la vida sin esconderse detrás de la fachada de un padre sobreprotector.
Por último, el ateísmo es un acto de fe. En el ateísmo no hay certezas, como no las debe haber en las creencias sobre dios. El ateo cree que dios no existe (no es posible demostrar su inexistencia), así como el creyente cree que dios existe (porque tampoco es posible demostrar su existencia). En uno y otro caso la certeza es un acto de soberbia. Por eso son tan antipáticos los fanáticos de uno y otro lado que buscan imponer su punto de vista. Las creencias religiosas deberían mantenerse en el ámbito personal y respetar siempre la posición del otro. El día que logremos eso las religiones podrán ser un punto de encuentro y no de conflicto.
El ateísmo, entonces, es simplemente una forma de encarar la vida. Una forma solitaria, porque no se tiene ese apoyo espiritual que todo lo promete. Pero una forma realista, inmanente, que obliga a vivir y que exige enfrentar la vida sin esconderse detrás de la fachada de un padre sobreprotector.
Por último, el ateísmo es un acto de fe. En el ateísmo no hay certezas, como no las debe haber en las creencias sobre dios. El ateo cree que dios no existe (no es posible demostrar su inexistencia), así como el creyente cree que dios existe (porque tampoco es posible demostrar su existencia). En uno y otro caso la certeza es un acto de soberbia. Por eso son tan antipáticos los fanáticos de uno y otro lado que buscan imponer su punto de vista. Las creencias religiosas deberían mantenerse en el ámbito personal y respetar siempre la posición del otro. El día que logremos eso las religiones podrán ser un punto de encuentro y no de conflicto.
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