viernes, 26 de febrero de 2016

¿Hay un dios? La conversión del ateo Antony Flew.

En una conversación con una amiga salió el tema de Antony Flew, uno de los ateos más famosos que al final de sus días se convirtió en deísta, hecho que fue utilizado por diversos sectores de la cristiandad para reforzar su discurso. En esa conversación decía yo que la justificación de Flew me parecía de argumentos flojos; mi amiga sostiene que aunque flojos son válidos y corresponden a la necesidad espiritual de una persona. Totalmente de acuerdo. Pero, pensando más tranquilamente en el tema y revisando de nuevo la argumentación de Flew, creo que vale la pena comentarla, además como complemento a otra conversación virtual que he tenido con un amigo devoto y muy entregado a las labores de servicio en Emaús.

Antony Flew fue uno de los ateos más representativos, pero su ateísmo fue un ateísmo filosófico, racional. No fue un ateísmo que partiera de evidencias científicas ni sustentado en las mismas. Es más, su transformación inicial en ateo se dio por las dudas que el tema del mal le planteó frente a la religión, un camino que suelen tomar muchos agnósticos, algunos de los cuales llegan hasta el ateísmo. Es imposible para algunos creyentes aceptar que el mal exista cuando estaría en manos de un dios omnipotente controlarlo, no dejarlo surgir. Esto los lleva a la conclusión de que ese dios o no es omnipotente, o no existe, o no interfiere en los asuntos humanos. 

Como ateo, Flew situó sus debates en el plano del lenguaje, en el análisis de las afirmaciones y su imposibilidad lógica, en el plano ontológico (el estudio de las entidades que existen y su interrelación) y teleológico (el estudio del propósito de algún ser). Es un proceso similar al de Platón y sus diálogos socráticos. De sus planteamientos surgió lo que se conoce como Teología Filosófica, una rama de la filosofía que a partir del análisis conceptual, la lógica o la lingüística, se abordan los temas que tienen que ver con la naturaleza de Dios, especialmente los que tienen que ver con la coherencia del teísmo y la existencia de Dios, y se dejan de lado temas como la vida después de la muerte o la relación entre moral y religión.

Tal vez por haber sido un ateo intelectual, su conversión al deísmo se dio en el mismo plano. No fue una revelación en el camino de Damasco, pero tampoco una decepción por falta de pruebas en el mundo de las ciencias. Todo lo contrario, Flew afirmaba que las evidencias de los nuevos descubrimientos científicos fueron las que le llevaron a revisar sus conclusiones. Aquí, creo yo, cayó en la religión del vacío. Las evidencias científicas que llenaron muchos espacios que estaban siendo ocupados por mitos metafísicos resaltaron algunos de los vacíos que aun quedaban por cubrir, espacios que suelen mantener las religiones para asegurar su vigencia, y Flew cayó en el espejismo, en no poder encontrar otra explicación coherente más allá de la existencia de una inteligencia primera y superior. Por eso su dios será un dios como el de Aristóteles, al que ve como causa primera dotado de poder creador y de inteligencia. 

Las razones que expone Flew para su conversión en deísta son de caracter teleológico: La necesidad de un dios que se configura como causa primera, que posibilita la existencia del universo; la necesidad de ese mismo dios para explicar el surgimiento de la vida y su desarrollo; y la complejidad del ser humano como organismo, ya que consideraba el naturalismo darwinista insuficiente para explicarla. A Flew los descubrimientos de la genética y la física teórica lo hicieron dudar de la posibilidad del surgimiento de la vida por obra del azar, y lo llevaron a plantearse la necesidad de una inteligencia superior en la ecuación. El universo y la organización teleológica del mismo, la maravillosa complejidad de las leyes de la naturaleza que quedaba en evidencia a partir de los descubrimientos científicos del siglo pasado, lo llevaron a plantearse la necesidad de un diseño inteligente.

Su relación crítica frente al problema del mal persistiría, así como no creer en la vida después de la muerte, pero este es un dilema para los teístas, que permite entender un poco más su deísmo.

¿Por qué digo que sus argumentos son débiles? Para un filósofo, un comunicador o un ciudadano de a pie, las leyes de la naturaleza son absolutamente complejas e inentendibles. Pero, los físicos se maravillan por su sencillez, por su elegancia. Además, los últimos avances se encaminan cada vez más hacia un modelo unificado, que permita darle concordancia a la física molecular desde la mecánica cuántica con la teoría de la relatividad desde la física del universo. Es decir, lo que percibimos como un modelo complejo tiene la simplicidad que ha demostrado la naturaleza en la organización de todos sus organismos. El hecho de necesitar un ente superior para explicarlo se vuelve una necesidad personal, privada, no una necesidad teórica sin la cual la ciencia no pueda sustentar el surgimiento de sus leyes.

Respecto al surgimiento del universo, las teorías permitieron postular el big bang como punto de partida, y los recientes descubrimientos científicos, algunos posteriores a la conversión de Flew, han ido modificando y fortaleciendo esta teoría. Es cierto que faltan muchos años para tener certezas; cada vez surgen nuevas modificaciones, nuevas opciones como la teoría de los multiuniversos que se contrapone a la del universo en constante expansión. Pero la incertidumbre no puede llevarnos a llenar los espacios vacíos con un ser sobrenatural. La ciencia ha ido llenando esos espacios y reduciéndolos cada vez más, aunque sus propios descubrimientos pareciera que dejan al descubierto nuevos resquicios.

Por último, la casi milagrosa complejidad de la vida, expresada especialmente en el ser humano y su capacidad de sentir y de pensar, se ha ido abriendo ante nuestros ojos y hemos podido comprenderla más y mejor. Si bien en un principio el descubrimiento de la doble hélice de ADN significó descubrir un código supremamente complejo, la decodificación del genoma y la posibilidad de contrastarlo con el de cualquier ser vivo nos permitió entender su simpleza química, a la vez que evidenciamos que venimos de una única cadena genética original. Baste con saber que si nos comparamos con un gusano, el 40% de sus genes tiene un equivalente en los genes humanos. En el caso del ratón, casi todos sus genes tienen una contraparte en el humano, y en algunas cadenas es imposible diferenciar a cual de los dos pertenece. En el caso de los chimpancés, la similitud genética llega al 99% de los genes, como es de esperarse. El ser humano tiene 3 billones de pares de bases de ADN que conforman casi 40.000 genes. Hoy en día comprendemos su comportamiento y organización; no hemos podido aun sintetizar vida en un laboratorio, pero ya podemos influir en su desarrollo y la terapia genética es una realidad cada vez más cotidiana. Nuevamente, cada día hay menos espacio para una inteligencia superior que diera origen al diseño de la vida. 

Ahora bien, creo que la filosofía es buena en cuanto es útil, es decir, que lo que se piensa se pueda llevar a la práctica. Entonces, pensando en un dios como causa primera y como diseñador inteligente del universo y de la vida, surgen muchas dudas.

Este dios o ente de inteligencia superior, debe ser al menos una entidad energética que de alguna forma le permita procesar los modelos que desarrolla esa inteligencia, y debe tener una ubicación y una permanencia. Ya sabemos que no pueden haber en el universo entidades no mesurables. Por lo tanto, esperamos en algún momento poder identificarlo o identificar sus pulsaciones o cualquier otro tipo de manifestación. Pero, ¿Intervino solamente en el momento previo al big bang? ¿Desde ese momento estableció el plan de desarrollo del universo y de todo lo que lo compone? ¿O sus intervenciones han sido reiteradas, cada vez que uno de los pasos en la torta de la vida está cocinado?

Supongamos que este ente, que además debería ser causa sin causa, dio inicio al universo hace 13.800 millones de años. En ese momento diseñó un modelo energético que dio el punto de partida al big bang. Después esta inteligencia superior, cuya única finalidad es diseñar modelos de desarrollo para obtener vida en algún momento,  se toma un descanso de 9.300 millones de años, hasta que nuestro sistema solar ha tomado forma y la tierra se ha convertido en un planeta caliente y convulsionado que gira alrededor del sol, una de las 100.000 estrellas de la Vía Láctea, que a su vez es una de las 100.000 galaxias del universo. Asumimos que en ese momento interviene para ajustar las condiciones físicas del sistema solar y permitir que se genere un ambiente favorable para la vida. Esta vez entrará en un periodo de espera más corto y pasados 1.000 millones de años, cuando la tierra ya se ha organizado, tiene una atmósfera primitiva y agua, dará origen a la vida, y se iniciará esta maravillosa carrera evolutiva que después de 3.500 millones de años nos ha traído hasta lo que somos. Podemos asumir que esa inteligencia superior ha estado implantando modelos iguales o diferentes en otro planetas. No tendría mucho sentido pensar que se dedicó a un solo planeta, a un único intento. Pero tampoco tiene mucho sentido pensar que ha ido trabajando por etapas. 

Mi capacidad mental no me permite pensar en un ente superior que trabaje de esta forma. Tal vez estoy limitado por la visión antropomórfica de la inteligencia. Podría soportar un dios que interviniese en el momento previo del big bang, pero uno que intervenga a intervalos irregulares a partir de ese punto no me cabe en la cabeza. Si la fe me diera para tanto, me sería más fácil creer en un dios teísta, dedicado de forma permanente a crear al universo, al sistema solar, a la tierra, a cada uno de los seres humanos (al menos sus almas) y a seguirlos en su devenir. Pero en otro artículo nos dedicaremos a esta opción.

Recuerdo que Stephen Hawking cuenta en Historia del tiempo, que tras una conferencia en el Vaticano, en una audiencia privada otorgada a los conferenciantes por Juan Pablo II, en Pontifice los felicitó por su trabajo pero les recordó que no se debía indagar en el momento anterior al big bang, porque allí estaba el momento de la creación y por lo tanto la obra de Dios. Hawking dice: "Me alegré entonces de que no conociese el tema de la charla que yo acababa de dar en la conferencia: la posibilidad de que el espacio-tiempo fuese finito pero no tuviese ninguna frontera, lo que significaría que no hubo ningún principio, ningún momento de Creación. ¡Yo no tenía ningún deseo de compartir el destino de Galileo, con quien me siento fuertemente identificado en parte por la coincidencia de haber nacido exactamente 300 años después de su muerte!" (Hawking, S.: Historia del tiempo, Crítica, Barcelona, 2001, cap. 8, p. 156).

En conclusión, al menos para mi, Flew llegó a un punto de su vida en que su espiritualidad le exigió regresar al abrigo seguro de un ser superior que dio origen al universo, tal vez para tener un puerto de llegada al momento de su muerte, o al menos encontrar un origen divino en una vida fructífera que no necesitaba más que su propia justificación. Pero como dijo mi amiga, cada quien tiene sus necesidades personales en momentos críticos de la existencia. Yo por mi parte, después de leer a Flew y sus razones, me convenzo más de mi ateísmo.

Hay una reflexión muy valiosa de este proceso. El principio que debe guiar nuestra reflexión sobre la vida y el universo es la que Platón le atribuye a Sócrates en La República: Sigamos la argumentación a donde quiera que nos lleve. Y como dice Punset en su último libro, Carta a mis nietas, debemos estar siempre dispuestos a cambiar de opinión. Algunos esperaremos evidencias científicas, otros se refugiarán en sus procesos intelectuales, pero por un camino o por otro, nuestro marco teórico está en constante cambio y debemos estar dispuestos a revisarlo, a modificarlo, a adaptarlo a la realidad cambiante del universo. Como dijo Heráclito: Todo cambio menos el cambio mismo.

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Esta es en breve la historia de Flew: http://www.radiotulip.com/antony-flew-el-caso-de-como-el-ateo-mas-famoso-del-mundo-termino-creyendo-en-dios/ 

lunes, 15 de febrero de 2016

Timochenko, Santos y el Nobel de Paz

Bastante revuelo e indignación causó la posible nominación de Timochenko, el Presidente Santos y cinco víctimas del conflicto armado al premio Nobel de Paz, propuesta por el parlamentario noruego Heikki Eidsvoll Holmås.


Lo primero que hay que tener en cuenta es que el nombre de los colombianos hace parte de una larga lista que suma cerca de 200 personas, de las cuales se escogerán los nominados, para que finalmente el comité proceda a escoger a la persona o institución galardonada. Cuando uno sabe que en esa larga lista de 200 figuran nombres como el precandidato a la presidencia de los Estados Unidos, el polémico Donald Trump, o el periodista estadounidense Edward Sonowden, el exagente que destapó muchos secretos de la CIA, sabe uno que está ante una lista de la que falta mucho por escoger.

Pero, hay que estar preparados para una nominación que muy posiblemente se haga realidad. El Presidente Santos ya ha estado en esa lista de prenominados desde que empezó el proceso de paz en Colombia. El hecho de que se configure un grupo donde está Timochenko y, lo más importante, cinco representantes de las víctimas, hace muy probable su nominación definitiva. Otro competidor importante puede ser el Papa Francisco, gracias a su discurso que habla de una transformación radical al interior de la Iglesia Católica, aunque aun falte mucho para que la palabra se haga una realidad.

Pero volviendo a los nuestros, queda la duda de si esa nominación es merecida. Recordemos que el Nobel de la Paz debe ser entregado "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz", según el testamento de Alfred Nobel. Evidentemente Santos y Timochenko aceptaron sentarse en una mesa de diálogo para tratar de sacar adelante un proceso que deberá terminar con una guerra interna de más de 50 años. Este es el proceso en Colombia que más avances ha tenido, y el que pareciera ser más promisorio. Adicionalmente, la mayoría de las victimas han aceptado hacer un proceso de perdón que permita cerrar este capítulo que oscureció la vida de varias generaciones. Finalmente, de darse la nominación, sería un espaldarazo más al proceso, que parece hacer agua cada tanto. Es decir, el nuestro cumple con la premisa  de la "promoción de procesos de paz".

Aun así, no sería sensato entregarle el premio a estos nominados hasta que se haya firmado el acuerdo. Y ojalá que si esa nominación se diera, tuviera en cuenta el costo de esa paz antes de entregar cualquier premio. Porque al paso que vamos, con el afán que tiene Santos de lograr la firma, pareciera que hemos caído en la trampa de "la paz a cualquier costo". Y cuando las FARC dicen no tener los recursos necesarios para resarcir a las víctimas, uno se pregunta si Timochenko y su grupo están siendo sinceros en su interés de firmar una paz sincera y permanente. O cuando sabemos que siguen con algunos de sus delitos, o inclusive cuando insisten en un acceso rápido a los órganos del poder y no mediante los procesos electorales normales.

Lamentablemente el Parlamento Noruego que se encarga de seleccionar a los miembros del comité y de presentar a los preseleccionados nunca ha sido muy crítico de los candidatos en su evaluación. Pareciera que tienen aun una visión romántica de los movimientos revolucionarios o de resistencia ciudadana. Este mismo parlamentario fue el que nominó a quienes posteriormente bajo polémicas recibieron el premio el año pasado, el Cuarteto para el Diálogo Nacional, en Túnez. Pero además, en las últimas décadas  el premio Nobel de Paz ha estado salpicado por dudas y críticas: El de Rigoberta Menchú porque después se supo que parte de su historia había sido una falsificación, destapada en 1999 por el antropólogo David Stoll; el de Yaser Arafat, Isaac Rabin y Shimon Peres, que mantuvieron su espíritu combativo inclusive en medio de las negociaciones que evidentemente no han traído la paz al medio oriente; el de Henry Kissinger que instigó el golpe de estado contra Pinochet; el de Anwar el Sadat y sus métodos poco ortodoxos para eliminar a sus enemigos; el de Al Gore por sus cuestionables (por exageradas) conclusiones sobre el calentamiento global. En contraste, el premio nunca se le dió a Gandhi, por ejemplo, un verdadero hombre de paz, que desafió a un imperio y acabó por derrotarlo sin haber levantado nunca su mano para agredir a un adversario.

Es muy difícil que un premio como este no genere polémica. En cualquier negociación siempre habrán partidarios y detractores. No hay proceso alguno que no haya tenido bandos polarizados, no solo entre algunos de sus participantes sino también entre observadores externos que se sienten en plano derecho de pontificar. El caso colombiano no es la excepción, y por eso las reacciones que ha causado esta prenominación. Pero, lo cierto es que si nuestros compatriotas han de recibir ese premio, al menos esperen a que se haya firmado la paz y no sea una simple esperanza. Además, lo justo sería dárselo a las víctimas que han aceptado dar el perdón, mucho más que a sus agresores a los que mucho les cuesta reconocer su papel de victimarios.

jueves, 11 de febrero de 2016

No al agua en botella

En un muy interesante artículo, el doctor Carlos Francisco Fernández de El Tiempo presenta las alarmantes cifras que genera el consumo de agua embotellada. (Vea el artículo completo aquí: http://www.eltiempo.com/estilo-de-vida/salud/produccion-de-agua-embotellada/16502951 ).
La cifra más importante es que estamos consumiendo 233.000 millones de litros al año, lo que genera 1,5 millones de toneladas de plástico anuales, a nivel mundial.  Ante cifras tan exorbitantes, las personas solemos alejarnos y pensar que no somos parte del problema. Pero, haga un examen de conciencia y piense en cuantas botellas de agua consume al mes.
Una familia promedio que sale a caminar por el parque o a pasear por el centro comercial o almuerza en un restaurante puede consumir unas tres o cuatro botellas de agua en un fin de semana. Esto pueden ser 12 botellas al mes. Esto, al año, puede alcanzar un kilo en desechos plásticos. Si un millón de familias en Colombia tiene un hábito similar, podemos estar hablando de 1.000 toneladas de botellas plásticas al año. 
Lamentablemente ese plástico poco se recicla y va directo a los vertederos en donde se demora más de 100 años es desaparecer. Lo único que estamos reciclando con cierta disciplina son las tapas que sirven para recolectar fondos para causas sociales. Mejor aporte sería donar el costo de una botella de agua directamente a la fundación.
El agua en botella es una industria que genera millones de dolares en ingresos a las grandes embotelladoras y es una moda reciente, asociada con las tendencias de vida sana. Pero, hasta no hace más de 10 o 15 años lo normal era tomar agua de la llave. En un restaurante uno se atrevía a pedir un vaso de agua, y el restaurante lo regalaba como cortesía. Un vaso de agua no se le niega a nadie.
Pero ahora el vaso de agua no está disponible. Usted recibirá una botella pulcramente servida, con un vaso lleno de hielo (que sí lo hacen con agua de la llave) y cuyo costo iguala o supera a una gaseosa. Pero, para colmo de males, la mayor parte del agua embotellada que se vende en Colombia y en la mayor parte del mundo, es agua procesada. Ya son pocas las embotelladoras de manantiales vírgenes (porque ya no quedan ni manantiales ni vírgenes), así que instalan plantas que toman el agua de los acueductos que nosotros rechazamos y la embotellan. Algunas plantas utilizan un sistema de filtrado para agregar algún valor, pero más allá de esto, el agua embotellada no es gran cosa. No es nada mejor que la que sacamos del grifo de nuestra cocina. Es decir, nos cobran por caminar a la tienda o al restaurante y tomar el agua que podíamos tomar en casa.
En ciudades donde el agua del acueducto es de dudosa calidad, el consumo de agua embotellada es más que justificado. Pero, en ciudades en donde el agua del acueducto es de buena calidad no vale la pena consumir agua embotellada. 
¿Qué podemos hacer? Comprar un termo de acero inoxidable o de vidrio (que los hay de diseño moderno y elegante) y llevar de nuestra casa el agua cuando salimos a caminar, a hacer ejercicio o al parque. Debemos perder la vergüenza de llenar nuestros termos en los centros comerciales o los mismos restaurantes, y pensar que por cada llenada le estamos ahorrando una botella a los vertederos de basuras. Y esos 20 dólares mensuales que se ahorra en botellas de agua puede aportarlos a algún programa social en su país. 

COROLARIO

El negocio del agua embotellada ha crecido a volúmenes insospechados. La tendencia a la dieta sana está haciendo que reemplacemos las bebidas gaseosas o azucaradas por agua embotellada. Las grandes empresas de bebidas tienen su línea de agua, que aporta grandes márgenes. Pronto, este preciado líquido comenzará a escasear. Hoy en día, por ejemplo ante el fenómeno del niño, ya tenemos periodos en donde toca comprar botellones de agua para consumo y carrotanques para llenar los tanques de los edificios y las casas. Estamos pagando por un bien vital para la supervivencia humana.
Hay recursos naturales que podemos obviar o reemplazar. El petroleo que tanta riqueza ha generado pronto será reemplazado por otras fuentes energéticas. Pero, cuando no haya agua, ¿qué podremos beber? Creo que absolutamente todas las bebidas tienen agua como uno de sus componentes; las plantas necesitan agua para desarrollarse; nuestra forma de vida gira en torno a este líquido desde que nació la civilización.
Dicen quienes promulgan las teorías conspirativas que las grandes multinacionales están comprando territorios que a futuro les permitirán controlar los recursos hídricos. (http://www.elespectador.com/noticias/medio-ambiente/los-magnates-se-apoderan-del-agua-articulo-557165). Los futurólogos predicen que las naciones que se hicieron al control de la Antártida exportarán y venderán agua potable dentro de algunos años (recordemos que este continente tiene el 80% del agua potable del planeta y su control según el Tratado Antártico está en manos de 28 países firmantes). 
¿Aquí también hipotecamos el futuro de nuestros hijos? 


miércoles, 3 de febrero de 2016

Free the nipple.

En medio de todos los comentarios y posturas que ha dejado al descubierto el tema del supuesto acoso sexual del Defensor del Pueblo de Colombia contra su secretaria privada, pasó desapercibida la presentación del video de la campaña Free the nipple (liberen el pezón) que hizo el New York Times.
Este movimiento, iniciado por la activista y cineasta Lina Esco, busca eliminar la erotización del torso de la mujer. Su postura es que no debe sexualizarse el torso de la mujer así como no se sexualiza el del hombre, y por lo tanto la mujer puede estar en derecho de mostrar sus senos y sus pezones, así como el hombre muestra las suyos.
A mi personalmente me parece que la Esco y sus seguidoras están vanalizando una parte muy importante del cuerpo femenino y de su erotismo. Para empezar, biológicamente los senos son una zona erógena, altamente sensible y que juega un papel muy importante en la estimulación sexual de la mujer. Ahora, si la sociedad establece que es moral mantenerlos cubiertos, no es porque estimulen a la mujer, sino porque evidentemente estimulan visualmente al hombre. Es decir, el problema no es de la mujer si los lleva o no cubiertos, sino del hombre y lo que le sucede cuando los ve cubiertos o descubiertos.
Pero aquí creo que también hay una exageración. Exageración en quienes creen que los hombres son como animales que se exaltan ante cualquier estímulo visual. Y exageración de hombres que realmente se exaltan ante cualquier tipo de estímulo y actúan como animales. 
Este movimiento tomó fuerza cuando redes como Instagram censuraron y eliminaron las fotografías en donde se veían pezones femeninos. No importa si el resto del seno es visible, lo importante es que el pezón no lo sea. Y esto llevó a situaciones extremas como eliminar fotos de mujeres amamantando o fotos extraídas de documentales sobre grupos indígenas. 
La erotización del cuerpo femenino no corresponde, creo yo, al grado de desnudez, sino a la actitud de la fotografía. Las fotografías de Soho, por ejemplo, pueden presentar a la modelo con sus senos totalmente cubiertos y tener una alta carga erótica. Y algunas de la National Geographic pueden mostrar un cuerpo femenino desnudo y no tener ningún contenido erótico. Así que la protesta de Lina Esco y su grupo es cierta, siempre y cuando se entienda que el problema no es que el cuerpo femenino se vea desnudo, sino como lo muestran, como erotizan el mensaje. 
Esta discusión no sería importante de no ser por la forma en que los hombres hacemos uso de los mensajes que convierten al cuerpo femenino en objeto, haciendo de la industria del erotismo una de las más rentables de la era capitalista. Nuevamente, el problema no es de quien muestra sino de quien observa. 
Aquí es donde entra en juego la parte problemática. Aquí es donde los hombres abusadores salen con su discurso de que la mujer que muestra los incita a actuar de formas desagradables, groseras o inclusive delictivas. Una mujer no puede sonreír porque es muestra de coqueteo; no puede lucir un escote o una minifalda porque es una incitación. En estos argumentos trogloditas se esconden los abusadores y acosadores.
Pero volviendo al movimiento de Lina Esco, yo sigo prefiriendo las imágenes que no lo muestran todo sino que insinúan, proponen y dejan soñar. La desnudez hace parte del después, no del antes, y el antes es más estimulante y propositivo.
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Para quien se pregunte porque estas discusiones giran en torno a la mujer y no al hombre, creo que la respuesta es sencilla. Nada más prosaico que la desnudez masculina. Recuerden el caso del Defensor: Lo que sentenció el tema fue la fotografía del personaje con su pene al aire. No es obsceno; es vulgar, antiestético.