Bastante revuelo e indignación causó la posible nominación de Timochenko, el Presidente Santos y cinco víctimas del conflicto armado al premio Nobel de Paz, propuesta por el parlamentario noruego Heikki Eidsvoll Holmås.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que el nombre de los colombianos hace parte de una larga lista que suma cerca de 200 personas, de las cuales se escogerán los nominados, para que finalmente el comité proceda a escoger a la persona o institución galardonada. Cuando uno sabe que en esa larga lista de 200 figuran nombres como el precandidato a la presidencia de los Estados Unidos, el polémico Donald Trump, o el periodista estadounidense Edward Sonowden, el exagente que destapó muchos secretos de la CIA, sabe uno que está ante una lista de la que falta mucho por escoger.
Pero, hay que estar preparados para una nominación que muy posiblemente se haga realidad. El Presidente Santos ya ha estado en esa lista de prenominados desde que empezó el proceso de paz en Colombia. El hecho de que se configure un grupo donde está Timochenko y, lo más importante, cinco representantes de las víctimas, hace muy probable su nominación definitiva. Otro competidor importante puede ser el Papa Francisco, gracias a su discurso que habla de una transformación radical al interior de la Iglesia Católica, aunque aun falte mucho para que la palabra se haga una realidad.
Pero volviendo a los nuestros, queda la duda de si esa nominación es merecida. Recordemos que el Nobel de la Paz debe ser entregado "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz", según el testamento de Alfred Nobel. Evidentemente Santos y Timochenko aceptaron sentarse en una mesa de diálogo para tratar de sacar adelante un proceso que deberá terminar con una guerra interna de más de 50 años. Este es el proceso en Colombia que más avances ha tenido, y el que pareciera ser más promisorio. Adicionalmente, la mayoría de las victimas han aceptado hacer un proceso de perdón que permita cerrar este capítulo que oscureció la vida de varias generaciones. Finalmente, de darse la nominación, sería un espaldarazo más al proceso, que parece hacer agua cada tanto. Es decir, el nuestro cumple con la premisa de la "promoción de procesos de paz".
Aun así, no sería sensato entregarle el premio a estos nominados hasta que se haya firmado el acuerdo. Y ojalá que si esa nominación se diera, tuviera en cuenta el costo de esa paz antes de entregar cualquier premio. Porque al paso que vamos, con el afán que tiene Santos de lograr la firma, pareciera que hemos caído en la trampa de "la paz a cualquier costo". Y cuando las FARC dicen no tener los recursos necesarios para resarcir a las víctimas, uno se pregunta si Timochenko y su grupo están siendo sinceros en su interés de firmar una paz sincera y permanente. O cuando sabemos que siguen con algunos de sus delitos, o inclusive cuando insisten en un acceso rápido a los órganos del poder y no mediante los procesos electorales normales.
Lamentablemente el Parlamento Noruego que se encarga de seleccionar a los miembros del comité y de presentar a los preseleccionados nunca ha sido muy crítico de los candidatos en su evaluación. Pareciera que tienen aun una visión romántica de los movimientos revolucionarios o de resistencia ciudadana. Este mismo parlamentario fue el que nominó a quienes posteriormente bajo polémicas recibieron el premio el año pasado, el Cuarteto para el Diálogo Nacional, en Túnez. Pero además, en las últimas décadas el premio Nobel de Paz ha estado salpicado por dudas y críticas: El de Rigoberta Menchú porque después se supo que parte de su historia había sido una falsificación, destapada en 1999 por el antropólogo David Stoll; el de Yaser Arafat, Isaac Rabin y Shimon Peres, que mantuvieron su espíritu combativo inclusive en medio de las negociaciones que evidentemente no han traído la paz al medio oriente; el de Henry Kissinger que instigó el golpe de estado contra Pinochet; el de Anwar el Sadat y sus métodos poco ortodoxos para eliminar a sus enemigos; el de Al Gore por sus cuestionables (por exageradas) conclusiones sobre el calentamiento global. En contraste, el premio nunca se le dió a Gandhi, por ejemplo, un verdadero hombre de paz, que desafió a un imperio y acabó por derrotarlo sin haber levantado nunca su mano para agredir a un adversario.
Es muy difícil que un premio como este no genere polémica. En cualquier negociación siempre habrán partidarios y detractores. No hay proceso alguno que no haya tenido bandos polarizados, no solo entre algunos de sus participantes sino también entre observadores externos que se sienten en plano derecho de pontificar. El caso colombiano no es la excepción, y por eso las reacciones que ha causado esta prenominación. Pero, lo cierto es que si nuestros compatriotas han de recibir ese premio, al menos esperen a que se haya firmado la paz y no sea una simple esperanza. Además, lo justo sería dárselo a las víctimas que han aceptado dar el perdón, mucho más que a sus agresores a los que mucho les cuesta reconocer su papel de victimarios.
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