martes, 22 de marzo de 2016

Gracias por la manzana; nuestra deuda con Eva.

 

Dice la tradición judía que Dios creó a Adán y a Lilit, su primera mujer, al mismo tiempo y del mismo barro. Pasado un tiempo prudencial, como en todas las relaciones de pareja, Lilit decidió que no tenía porque sumirse ante Adán y lo abandonó; se fue a vivir a la orilla del Mar Rojo, en donde conoció a Satán Samael, con quien convivió. Cabe anotar que lo que más le molestaba, según la recopilación de comentarios del Pentateuco de Reuben ben Hoshke Cohen, era que cuando Adán quería tener relaciones sexuales la obligaba a adoptar la posición acostada bajo él, lo cual no era acorde a una mujer que había sido hecha del mismo barro.

La primera mujer creada por Dios resultó ser feminista y una luchadora por la igualdad de género. Ante la negativa de su compañero de aceptar esta igualdad prefirió abandonar el Edén e irse a vivir a las desoladas costas del Mar Rojo, rodeada por demonios. Sacrificó los placeres que conocía, las promesas de un paraíso eterno, por la dignidad y la libertad.

Ante esta huida y la muy predecible desolación de Adán, Dios decide darle otra mujer a su golem, pero que sea carne de su carne, para evitar futuras insubordinaciones. Y crea a Eva de su costilla. Con lo que no cuenta el creador es que esta nueva criatura es curiosa e inteligente. En una tarde primaveral conoce a Satán Samael, el ángel caído, el demonio de la luz, y se seducen mutuamente (no conozco mujeres que se dejen seducir) y recibe de él el fruto del conocimiento. Hubiese podido comer el fruto de la vida eterna, pero intuyó que esa vida eterna sería vacía en el paraíso, que era preferible un conocimiento efímero a una eternidad ignorante, y entregó su inocencia y la de las generaciones por venir a cambio de entrever algo de lo mucho que conocía su creador.

Los beneméritos padres de la Iglesia, que reescribieron los mitos como los opresores suelen reescribir la historia, tergiversaron los hechos y acabaron haciendo culpables a las mujeres. A Lilit la desaparecieron de las páginas oficiales del texto revelado, y a Eva la condenaron por habernos hecho explulsar del Edén y habernos hecho realmente humanos, ansiosos por conocer, por explorar, por crear, por huir de esa tranquilidad vacía de la ignorancia. Para rematar, al ángel caído lo condenaron al escarnio eterno, aquel que nos dio la luz, como el Prometeo de los griegos. A los Caballeros del Temple se les acusó entre otras herejías de adorar a Baphomet, una deidad que dio la luz y el conocimiento a los hombres, y sirve de puente entre el cielo y la tierra, una nueva versión de ese antigüo Satán Samael, menos demoniaco.

La religión ha buscado la forma de condenar a quienes buscan la verdad, el conocimiento, a quienes siguen las sendas del estudio para romper los dogmas en que se sustentan sus hermosas catedrales. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin esa rebeldía de Lilit? ¿O que hubiera sido de nosotros sin la curiosidad de Eva? Y no deberíamos dejar por fuera a Samael, que nos dio el fruto de la luz, pero por ahora quedemonos en nuestra madre y nuestra tía primigenias sin tener que entrar a reinvindicar a los ángeles caídos, humanos entre los humanos.

Nuestra cultura occidental, judeocristiana, nos ha educado con base en esa visión misógina. De la culpa al sentido de superioridad masculina, la mujer ha estado relagada a un segundo plano y 2500 años después de la creación de estos mitos sigue tratando de recuperar su lugar justo en la sociedad. Lo que no deja de ser llamativo es que en oriente la mujer ha tenido la misma posición relegada y ha sido sometida a la misma violencia de género.

Dicen los estudios recientes que aun deben pasar 70 años para que en Europa se logre la igualdad de género. Supongo que se necesitará una generación adicional para lograrlo en América, y no sabría cuantas para lograrlo en los paises musulmanes. Pero, si esperamos a que estos cambios se den por la simple inercia del cambio generacional y la mejor educación que le estamos dando a nuestros hijos, serán cambios muy lentos. 

Debemos transformar las raices de nuestra cultura, reinvindicar los valores que nos sustentan, reescribir nuestros mitos. Ojalá pudieramos romper los moldes, pero nuestra cultura se sustenta en esos paradigmas de una forma profunda. El arte, la literatura y la cultura popular están llamados a  reinvindicar las imágenes de quienes realmente nos hicieron humanos, para dejar de vivir sumidos en la culpa y empezar a cultivar una vida basada en la luz. 

Por ahora, reinvindiquemos la curiosidad de Eva, la libertad de Lilit, y agradezcamos por la manzana.