domingo, 22 de noviembre de 2015

Religión y felicidad

RELIGIÓN Y FELICIDAD

Alguna vez me dijeron que si yo creyera en dios sería más feliz. Por obvias razones me molesté: No me gustaba que pusieran en duda mi felicidad. Pero, para poder justificar que mi estilo serio y meditabundo es feliz, debía encontrar una buena definición de felicidad.
Eduard Punset afirma que la felicidad es ausencia de miedo, y que quien se lo propone puede ser feliz si sabe administrar adecuadamente sus emociones. Me parece una buena definición en la medida en que la ausencia de incertidumbre permite un estado de plenitud y tranquilidad que lo lleva a uno a la felicidad. Y me parece positivo saber que la felicidad es alcanzable, gestionable y que depende de nosotros, no de los demás.
André Comte-Sponville, mi filósofo favorito, afirma en La felicidad, desesperadamente que la filosofía es un camino de búsqueda de la felicidad, o de la sabiduría que es en donde la felicidad se reconoce a sí misma. Es una afirmación cercana a la de Punset, en la medida en que la felicidad se gestiona, pero ya no desde las emociones sino desde la razón.
Para poder tener el contrapeso respectivo, y ver que tan acertado es lo que me diagnosticaron, busque lo que ha dicho el Papa Francisco sobre la felicidad. Cabe decir que dentro de mi ateísmo y algo de anticlericalismo, disfruto de muchas de las cosas que dice el Papa y admiro su revolución. Pero, en lo que pude encontrar sobre la felicidad, veo más pequeñas pildoritas para la alegría que verdaderas orientaciones para alcanzar la felicidad (Buena traducción la de esta página de la Universidad de la Sabana. Encontré otra en una página de evangelización católica que adaptó los términos a su conveniencia. Los patriarcas de la Iglesia siguen en sus andanzas): http://www.unisabana.edu.co/nc/la-sabana/campus-20/noticia/articulo/diez-consejos-para-encontrar-la-felicidad-segun-el-papa-francisco/
Entonces, queda aquí en evidencia otro punto. Muchas personas tienden a confundir la alegría con la felicidad, y está confusión está especialmente alimentada por los pseudofilósofos de bolsillo, que caminan más por las líneas de la autoayuda. La alegría es ese estado transitorio, difícil de mantener en el tiempo, que se orienta a una expresión abierta de exaltación y júbilo. Debe ser alimentado constantemente, como una adicción, y por eso es el objeto de tanto libro de corta vida y muchas ventas y de las películas edulcoradas de Hollywood. Podemos tener muchos momentos alegres, podemos sonreír con frecuencia, pero no podemos estar siempre en este estado dulzón, porque ni los músculos de la cara resisten tanta tensión ni las neuronas del cerebro tanto vacío.
Las felicidad en cambio consiste en un estado de equilibrio placentero, de comunión con la vida, con los otros, un estado en el cual reconocemos nuestra capacidad de evolucionar y encontramos que a pequeños pasos evolucionamos. La alegría es lo que puede sentir un niño cuando da sus primeros pasos, y la felicidad es lo que siente un hombre cuando ve que camina, puede ser lentamente, pero camina.  La alegría no produce carcajadas, ni siquiera risas, pero si una sonrisa tranquila y permanente. La felicidad no embriaga, y por eso puede ser duradera. Inclusive, es posible ser feliz mientras se viven duras dificultades en la vida, porque el que vive plenamente sabe que los dolores de la vida hacen parte de esa experiencia milagrosa y los acepta como fuente de su experiencia, como camino de su sabiduría.
Pero, si yo he entendido bien, la religión es un movimiento que me lleva a la vida compartida, en grupo, por un lado, y a la reflexión individual para adaptar mi vida a unos valores grupales, por el otro. Si puede llevarme a estados de alegría y exaltación en sus ritos comunales, pero en el fondo lo que realmente busca es plantear un camino para superarme como persona siguiendo las enseñanzas de un ser espiritualmente especial. Puede ser Jesús, Buda o Mahoma, lo que debería lograr es mi crecimiento a partir de la reflexión. En donde falla la propuesta de la religión es cuando entran en escena los patriarcas de las iglesias que interpretan a su conveniencia y  malversidad las propuestas originales para darse un poder que les permita construirse un falso paraíso en este mundo a costa de venderle a los creyentes un paraíso en el otro mundo. Más allá de las perversiones de los regentes eclesiásticos y los tan de moda fanáticos y extremistas religiosos, la religión si puede hacernos más felices, e inclusive más alegres, pero no es el único camino para lograrlo.
En conclusión, creo que el problema con mi interlocutor era que tenía la expectativa de que yo fuera más alegre. Y lo soy, me río cuando oigo una historia que lo merezca, o cuando alguna buena película me hace reír, o con los chistes de mi hija de siete años. Pero, en general, vivo feliz, en ese equilibrio suave y placentero como la brisa de la madrugada en una playa. Y pensar, leer o escribir ladrillos como este también me hacen feliz, y sonrío plácidamente cuando lo hago. 
No es religión lo que me falta, al menos no para practicarla, pero si para reírme algunas veces de sus locuras. Mi felicidad, por fortuna, la tengo garantizada con lo que soy.




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