"Si eres ateo, entonces, ¿tiene sentido para ti la vida?"
Hacerse uno mismo esa pregunta no es extraño, pero cuando otra persona te la formula en voz alta toma una resonancia que te hace enfrentar tus más profundos sentimientos. ¿Cuál es el sentido de la vida?
En un creyente, aunque hay un sentido inmanente, es evidente la importancia que tiene el más allá, la prometida vida eterna. Lo que se siembra en este mundo es lo que permite asegurar la cosecha en el otro: Si eres bueno vas al paraíso, si no lo eres, vas al infierno. Puede que hayan cambiado los conceptos de paraíso e infierno, que pasaron de unos lugares físicos medievales a unos estados del alma contemporáneos.
La vida en este mundo se destina a soportar ese proceso de búsqueda del mundo prometido, ese asegurarse el destino. A esto se unen entonces unos valores morales y una ética que son los que permiten obtener la meta deseada.
Lo otro importante es que si bien la persona no puede llevarse los bienes que acumuló en este mundo, lo que su espíritu haya ganado si lo podrá disfrutar en el otro. Inclusive la creencia puede llegar a suponer que la información que tenemos en nuestra mente pasa con el espíritu al más allá y eso nos permitiría reconocer a quienes ya llegaron y continuar con ellos una relación espiritual. Así, quien ya está en el anhelado cielo nos ve, nos escucha, nos acompaña y nos espera para continuar con nuestras vidas en común en el más allá. ¿Será por eso que la formula matrimonial va "hasta que la muerte nos separe", para no hipotecar la felicidad del paraíso?
En el caso de los ateos, no tenemos un más allá que nos sirva de recompensa para que lo hagamos en este mundo. Nuestros actos bondadosos, desinteresados, que hacemos por otros, inclusive anónimos, no nos aseguran ninguna recompensa en el otro mundo y muchas veces tampoco en este. Un amigo suele decir que toda buena obra tiene su merecido castigo. Para rematar, al momento de nuestra muerte todo lo que hemos hecho, aprendido, sacrificado, se quedará en este mundo y desaparecerá con nosotros. Nos convertiremos en polvo y solamente persistirá un recuerdo en la memoria de los más allegados, que pronto se perderá en el tiempo.
Pero, más allá de esta mirada pesimista y vacía, hay un sentido que reside en nuestro espíritu de superación, de crecimiento. Por una lado, como ateo sé que tengo esta vida por un milagro de la naturaleza; el azar no sólo permitió el surgimiento de este universo y de la vida en este planeta, sino que además permitió que un espermatozoide específico alcanzara su objetivo y diera como resultado el cuerpo y la mente que escriben estas líneas.
Además de este milagro que es mi vida, es valiosa porque es única. Solamente sucederá en este mundo, en este tiempo y en este momento. Lo que no viva hoy no lo podré vivir mañana, pero si eso no duele, lo que no haya vivido al momento de morir ya no podrá ser vivido. No tendré tiempo de volver a amar a los que amo, de volverlos a ver, o ni siquiera podré volver a ver el amanecer o a sentir el pasto en mis manos. Esta es la única oportunidad de vivir que tenemos.
Y por si fuera poco, en mi caso hay un deseo de aprender que me obliga a estar creciendo. Si es cierto que en este mundo competitivo debemos prepararnos constantemente para tener un trabajo decente, con un salario decente que nos permita tener una vida decente. Pero esto de alguna forma está atado a una necesidad como seres humanos de superarnos, de aprender, de conocer y de construir. Hay algo instintivo en nosotros que nos lleva a explorar, a crear, a unirnos aunque compitamos.
También están las razones externas a nosotros mismos. Si tenemos una pasión o una habilidad nos gusta desarrollarla y crecer en ella. Si tenemos familia disfrutamos el tiempo que compartimos con ellos. Si tenemos un hijo, tenemos una de las razones más valiosas para vivir; legarle a este mundo una persona que aporte, que construya y que sea bondadosa. Y al momento de la muerte, no nos asustará ese más allá que no existe, esa recompensa o ese castigo que no llegará; simplemente sentiremos una pequeña nostalgia por la vida que dejamos, pero deberemos sentir alegría si la hemos vivido plenamente.
Puede que el resultado pleno de la vida de un ateo y un creyente sean el mismo, o se parezcan mucho. Pero con seguridad, el ateo no necesita de ningún tipo de creencia para ser feliz, para crecer y para encontrarle sentido a esta maravillosa existencia.
Pero, más allá de esta mirada pesimista y vacía, hay un sentido que reside en nuestro espíritu de superación, de crecimiento. Por una lado, como ateo sé que tengo esta vida por un milagro de la naturaleza; el azar no sólo permitió el surgimiento de este universo y de la vida en este planeta, sino que además permitió que un espermatozoide específico alcanzara su objetivo y diera como resultado el cuerpo y la mente que escriben estas líneas.
Además de este milagro que es mi vida, es valiosa porque es única. Solamente sucederá en este mundo, en este tiempo y en este momento. Lo que no viva hoy no lo podré vivir mañana, pero si eso no duele, lo que no haya vivido al momento de morir ya no podrá ser vivido. No tendré tiempo de volver a amar a los que amo, de volverlos a ver, o ni siquiera podré volver a ver el amanecer o a sentir el pasto en mis manos. Esta es la única oportunidad de vivir que tenemos.
Y por si fuera poco, en mi caso hay un deseo de aprender que me obliga a estar creciendo. Si es cierto que en este mundo competitivo debemos prepararnos constantemente para tener un trabajo decente, con un salario decente que nos permita tener una vida decente. Pero esto de alguna forma está atado a una necesidad como seres humanos de superarnos, de aprender, de conocer y de construir. Hay algo instintivo en nosotros que nos lleva a explorar, a crear, a unirnos aunque compitamos.
También están las razones externas a nosotros mismos. Si tenemos una pasión o una habilidad nos gusta desarrollarla y crecer en ella. Si tenemos familia disfrutamos el tiempo que compartimos con ellos. Si tenemos un hijo, tenemos una de las razones más valiosas para vivir; legarle a este mundo una persona que aporte, que construya y que sea bondadosa. Y al momento de la muerte, no nos asustará ese más allá que no existe, esa recompensa o ese castigo que no llegará; simplemente sentiremos una pequeña nostalgia por la vida que dejamos, pero deberemos sentir alegría si la hemos vivido plenamente.
Puede que el resultado pleno de la vida de un ateo y un creyente sean el mismo, o se parezcan mucho. Pero con seguridad, el ateo no necesita de ningún tipo de creencia para ser feliz, para crecer y para encontrarle sentido a esta maravillosa existencia.
Respeto a los ateos y con este comentario no pretendo cambiar sus creencias, pero me pregunto: cómo explicar la vida y las ejecutorias de seres tan maravillosos como Jesús de Nazaret, alguien que está dispuesto a morir por sus convicciones y por el prójimo?. Cómo explicar que un ser tan inspirado exista solo por el azar?. Creo que la vida evidentemente es muy linda y hay que disfrutarla y vivirla con responsabilidad, pero estoy más convencido de que tiene un propósito, sin él me es difícil entender que tenga sentido, porque no habría diferencia entre hacer el bien o el mal, porque todo terminaría aqui.
ResponderEliminarSergio, la existencia de cualquier persona creo que se da por azar, y lo relevante de su actuar es el resultado de una confluencia de situaciones personales y de entorno. Evidentemente Jesús de Nazaret fue un personaje histórico que marcó un hito, pero no fue el primero ni el único. Mahoma, Buda, Confucio, pero también militares como Alejandro Magno, Napoleón, Julio Cesar, o científicos como Galileo, Newton, Einstein, Darwin. Son muchos los personajes que han sido puntos de quiebre en nuestra historia. Quienes tienen fe pueden asumir que esa notoriedad hace parte de una iluminación; quienes no tenemos esa fe, simplemente asumimos que son seres excepcionales producto de su tiempo y sus circunstancias.
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