viernes, 11 de diciembre de 2015

Los rencores de Maduro

Cuando comencé este blog no tenía intenciones de escribir sobre política; mi intención era reflexionar sobre la ética, que es el arte de saber vivir. Pero, lo cierto es que para saber vivir hay interactuar con los otros, y la política es parte de esa interacción.
Así que, hablemos de política.
El Presidente Nicolás Maduro, contra todo pronóstico, tuvo que reconocer la aplastante derrota en las elecciones legislativas de la semana anterior. Digo contra todo pronóstico, porque algunos creíamos que no reconocería un triunfo de la oposición si se presentaba, como se presentó. Todo parece indicar que no logró el respaldo de las fuerzas armadas para desconocer el resultado electoral y por eso tuvo que reconocer la derrota. Puede ser. Suena lógico. O tal vez tuvo la hidalguía y la rectitud moral. 
Para ya demostró el Presidente Maduro como piensa desconocer ese triunfo y como va a contrarrestar la mayoría de la Asamblea Nacional. Por una parte va a desconocer las iniciativas del órgano legislativo que no le sean favorables, con las artimañas que hasta ahora ha utilizado para manipular el régimen a su gusto. Por otra parte, vetará las iniciativas que logren salir adelante. Esta opción pondrá a la democracia venezolana en un aprieto, ya que según la manipulada constitución, el legislativo puede promulgar las leyes aunque el Presidente las haya vetado. Esto, más que un choque de trenes, se convertirá en un cataclismo institucional que podría terminar por llevar al país a un enfrentamiento interno que destruya lo poco que queda en pie.
Pero más allá de esta reacción institucional, lo que me ha llamado la atención son las declaraciones rencorosas de Maduro contra el pueblo que dice defender y representar. Hoy en la mañana lo escuche decir que está pensando seriamente en ya no hacer las 500.000 viviendas que tenía previstas porque había solicitado el apoyo del pueblo y no lo había recibido. Y no es la primera declaración que hace de este tenor; ya le ha echado en cara a sus gobernados que recibirán las consecuencias de no haber votado como él lo necesitaba.
Desconoce así los pésimos resultados de su gestión, que llevaron a los seguidores del chavismo a quitarle su apoyo, a pesar de las presiones y las amenazas. Es así como bastiones chavistas como el estado Barinas, o el sector conocido como 23 de Enero, que hace parte del Circuito 2, fortines tradicionalmente chavistas, acabaron en las pasadas elecciones eligiendo diputados de la oposición. 
Lo que pareciera venirse encima es un revanchismo del gobierno para castigar a los votantes y devolver así el golpe del castigo electoral. Los gobiernos que se engolocinan con el poder o se sienten mesiánicos nunca reconocerán sus errores y siempre serán victimas de las conspiraciones del imperio de la derecha o la izquierda (ahí está la Presidenta Fernández de Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil o Alvaro Uribe en Colombia). Lo malo es que, en estas luchas de poder, los que llevan las de perder son los ciudadanos. Poco le importa a Maduro castigar a sus gobernados si con eso siente que les está dando su merecido; poco le importa a Cristina Fernández desestabilizar la institucionalidad argentina y polarizar al país; poco le importa a Dilma poner en peligro el equilibrio económico de la nación más grande de latinoamérica; poco le importa a Alvaro Uribe poner en riesgo la estabilidad democrática y la seguridad de los colombianos con tal de demostrar que su seguridad democrática era el único camino de pacificación, aunque no logró derrotar a las Farc en 8 años de guerra frontal. Afortunadamente la mayoría respeta los procesos democráticos y sigue su lucha desde otros estrados.
Estas actitudes demagógicas se parecen mucho a los estilos totalitarios de Mao, Lenin, Hitler, Mussolini y cualquier otro ególatra que haya llegado al poder. Los gobernantes se olvidan que fueron elegidos para servir a sus gobernados, para hacer lo mejor por ellos hasta el último minuto de su mandato, y no para que fueran sus gobernados quienes les sirvieran o les debieran lealtad. Están convencidos de que sin ellos los países habrían caído en desgracia, y por eso se niegan a entregar el poder o dejar gobernar tranquilamente a quien lo asume. 
Si nuestros países tuvieran un norte único, y los gobernantes de turno se dedicaran a navegar con ese rumbo, pero cambiando de barco o de estilo o de marco ideológico, terminaríamos por avanzar. El problema es que nuestro sistema de gobierno funciona no como un barco que avanza, sino como un péndulo que va hacia la izquierda o derecha, pero que siempre acaba regresando al mismo punto central, sin lograr avances fundamentales. Así, siempre estaremos dando vueltas alrededor del mismo punto. 

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