jueves, 29 de octubre de 2015

Soy un lagarto

Tengo que confesarlo, soy un lagarto. No a toda hora, no en cualquier situación, pero hay momentos de la vida en que no puedo evitar ser un lagarto.
Ahora que está de moda culpar de todo al alcalde Petro, puedo decir que parte de la culpa la tiene él. Y su máquina tapahuecos que no sabemos ni que tapa ni donde tapa. Y el cínico Samuel Moreno que dejó la ciudad destruida y sin plata. Porque, básicamente, soy un lagarto al volante. En mi casa me botan donde me ponga con esas actitudes; en el trabajo me las aguantan a raticos, pero da pena abusar y acaba uno arriesgándose a una demanda por acoso reptiliano. Así que solamente puedo ser un lagarto al volante, y cuando voy solo en el carro, nunca acompañado porque da más pena.
Lo otro que puedo afirmar casi con certeza, es que la mayor parte de las personas que manejamos en Bogotá, somos lagartos al volante. Y en general lo puedo decir de las grandes ciudades del mundo. Las pocas que conozco y las muchas que se pueden ver por You Tube, muestras a sus conductores en actitudes de lagarto y algunos cuantos de reptil de mayor envergadura, fácilmente llegando a dinosaurios. Somos unos seres arcaicos, molestos, hasta repulsivos, pero lamentablemente no estamos en extinción.
Según los estudios, el proceso evolutivo inició con los procariotas hace 3.000 millones de años, y logró llegar hasta nosotros, los seres humanos. En términos sencillos, lo que ha ido haciendo la naturaleza es reforzar la estructura física para adicionar nuevas funciones y capacidades. Así, pasó de seres unicelulares a bacterias, de estas a los cloroplastos que dieron origen a las algas, a los organismos pluricelulares y multicelulares, hasta la aparición de los animales, iniciando por los peces, en la explosión cámbrica. 
De este origen marino, tenemos un reducto que se ha mantenido "intacto" en estos 500 millones de años: El cerebro primitivo, reptil o arquipalio, en donde residen todas las respuestas automáticas que garantizan la supervivencia, la reproducción sexual y la búsqueda de comida. Es el que nos ordena pelear o huir ante una situación de agresión.
Sobre este está el cerebro intermedio, límbico o paleopálio, que es el que corresponde a los mamíferos inferiores. Aquí están las respuestas emocionales, como el temor o la agresión. Aquí es donde reside nuestra respuesta de temor o alegría ante las situaciones de la vida, o donde reside la empatía.
Por último está el cerebro superior, racional o neopálio, que comprende la mayor parte de los dos hemisferios, formados por el neocórtex. Este solamente lo poseen los mamíferos superiores, y es donde residen las funciones que nos diferencian como animales racionales. El pensamiento racional, la proyección, la imaginación, el lenguaje, la capacidad de abstracción, todas funcionan en esta parte del cerebro.
Como afirmó el neurólogo Paul McLean en su momento, estos tres cerebros están interconectados y funcionan como un órgano único. Así, hay momentos en los que somos racionales, hay momentos en los que somos emocionales y hay momentos en los que somos instintivos.
Dicen los estudios que el cerebro reptiliano es un sistema rígido, compulsivo y paranoico, que no aprende por la experiencia, es decir, no se modifica. Por eso es tan difícil modificar nuestras respuestas instintivas como la ira o el miedo (diferente al temor), o inclusive los vicios como fumar, beber o comer compulsivamente. El sistema límbico comparte algunas de estas funciones, pero adicionándoles la carga emocional. Cuando una persona dice "yo soy así y no puedo cambiar" no está tan alejada de la realidad. Si se puede, pero cuesta mucho y se necesita de mucha disciplina.
El neocórtex debería darnos las herramientas para controlar nuestros instintos, ya que allí reside nuestra racionalidad. Pero por alguna razón las respuestas reptilianas son más rápidas y fuertes. Solo unos segundos después de haber estallado en ira ante algún pequeño estímulo, después de sentir la descarga de adrenalina en el organismo, reflexionamos, tomamos aire y nos damos cuenta de lo imbéciles que nos vemos actuando como reptiles. ¿Cuántos problemas se ahorraría la humanidad si las respuestas de este pequeño cerebro se pudieran filtrar adecuadamente?
Yo en mi caso he tratado de hacer muchos ejercicios para lograr ese control. No soy la ira personificada ni mucho menos; por eso creo que soy más un lagarto que un Ceratosaurio. Asumo como mi pequeño aporte a la evolución esos ejercicios de autocontrol. No renegaré de mi origen reptiliano que fue la base para ser lo que somos, pero trataré de darle más preminencia a mi reciente adición de mamífero superior. Evidentemente me gusta más verme como un mono que como un lagarto.




1 comentario:

  1. Ya estábamos preparados para echarle la culpa a Petro si Santafe no ganaba la Copa Suramericana. Ya sabemos que es el culpable de el mal nivel actual de Falcao. Para decir como los mejicanos de hace un cuarto de siglo cuando invocaban al Chapulin Colorao, después de enero ¿ oh y ahora a quien le echamos la culpa?

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