Por cortesía de una amiga que gusta de la tauromaquia, estoy tratando de aprender y entender el arte del toreo y, por mi parte, de explicarle a ella y sus seguidores mis argumentos en contra del maltrato a los animales. Trataré aquí de esbozar los argumentos de las dos partes, para que cada quien llegue a las conclusiones que considere adecuadas.
La primera afirmación es que es una expresión artística y cultural, que hace parte del patrimonio de los pueblos Iberoamericanos y que debería hacer parte del patrimonio inmaterial de la humanidad. Es cierto, es una tradición que nació en el siglo XII en España y que se extendió a Portugal y a varios países de influencia española en América. Si bien sus orígenes se remontan a ritos iniciáticos de la edad de bronce y en la Roma antigua hubo practicas similares en el coliseo, es en la edad media cuando comienza a configurarse la tauromaquia con el lanceo de toros. En sus inicios fue un espectáculo en el cual los nobles demostraban su valentía castigando y matando al toro, para transformarse después en el arte actual, cuando los criadores de ganado vacuno en el siglo XVI perfeccionaron los lances y las piruetas en el manejo de los toros.
El hecho de que sea una expresión artística no significa que debe preservarse en la forma actual. Bien puede evolucionar hacia formas que mantengan la elegancia del capoteo y el rejoneo sin lastimar al toro. No por la falta de sangre en el ruedo tiene que disminuir su valor artístico, como se ha visto en las corridas en Portugal donde no se sacrifica al toro. Porque, siendo así el argumento, ¿deberíamos rescatar la muerte de cristianos en el circo romano que en su momento se consideró un espectáculo artístico y cultural? ¿O la lucha de gladiadores? ¿Son los taurófilos partidarios de llevar los juegos del hambre a la realidad?
El otro argumento con el que pretenden tocar la conciencia de los animalistas es que gracias a la fiesta brava la raza de los toros de lidia existe, y que si esta se perdiera ya no tendría sentido criarlos y desaparecerían. En primer lugar, no necesariamente tienen que desaparecer los toros de lidia. Si implementamos la lidia portuguesa, se necesitan los toros. Si se prohibe del todo, se pueden seguir criando para zoológicos y parques naturalistas. Inclusive se pueden utilizar para fertilizar vacas en criaderos que no utilizan la inseminación artificial, y hasta se pueden tener estos toros con el fin de tener el semen necesario para inseminar a las vacas. Es decir, se perdería el objetivo de la lidia en los toros, pero no tendrían porque desaparecer los toros como especie. Lo que si desaparecería sería el negocio especifico de producir animales con las características de peso, tamaño y personalidad para la lidia, pero los intereses económicos no deberían definir el maltrato al que se somete a una especie.
El cuarto argumento con el que buscan remover ya la conciencia de todos haciéndonos compartir otras culpas, es el de la forma en que sufren y mueren los animales en el matadero. Hay que reconocer que es muy poca la información que tenemos el común de las personas sobre la forma en que se cría el ganado de engorde y consumo. Pero, por difícil que suene, una cosa es criar ganado para el consumo y otra para hacerlo sufrir y verlo morir en fiestas, simplemente para el disfrute de unas cuantas personas. Estoy de acuerdo en que las condiciones de crianza y explotación del ganado de consumo son deplorables y los estudios demuestran que estamos sometiendo a los animales a un sufrimiento al no permitirles desarrollar sus necesidades instintivas. Destetamos las crías mucho antes de lo debido y las madres las mantenemos en ciclos reproductivos que no les permiten recuperarse entre una camada y otra, hasta sacrificarlas para su consumo. Esta práctica ha llevado a muchos a rechazar el consumo de productos de origen animal, pero lo cierto aunque lamentable es que el ser humano necesita las proteínas animales para asegurarse un desarrollo adecuado y el exceso de población nos obliga a criar animales de forma industrial para poder garantizar la nutrición adecuada. Pero de allí a equiparar la muerte de las vacas en el matadero a la muerte de un toro en una plaza de toros creo que hay una diferencia muy grande. El simple hecho del placer que genera el maltrato y de la euforia que genera el sufrimiento ya denota un comportamiento poco compasivo.
Por último está el argumento del derecho de las minorías. Una minoría de personas que ven en la tauromaquia una expresión artística y cultural tiene derecho a desarrollar su gusto. Puede ser cierto, pero entonces lo primero es no utilizar para ello los recursos públicos. Deberían hacerlo en espacios privados, cerrados y aportando sus propios recursos. Además, hay un punto de alto riesgo en este argumento y es que si respetamos los derechos de los taurófilos deberemos respetar los derechos de otras minorías que pedirán los propios. Esto podría significar la legalización de las peleas de perros, o las peleas de perros contra toros o contra osos que también fueron populares en la Europa del siglo XVI. Inclusive, no faltarán quienes pidan retomar las peleas de gladiadores, para las cuales podríamos utilizar las mismas plazas de toros. Podría ser un recurso interesante para dirimir diferencias entre grupos sociales o étnicos, pero me preocupa las repercusiones éticas de este tipo de prácticas.
Insisto en que personalmente no estoy de acuerdo con hacer sufrir a un animal para el deleite de las personas. Es posible que el placer no esté en la muerte del toro sino en el arte del toreo, pero entonces lo que esto significa es que podemos evolucionar a un espectáculo que no incluya el sufrimiento, como lo hay en Portugal y como quedó legislado en Ecuador en el plebiscito de 2011. Creo que es el momento adecuado para que los partidarios del toreo busquen cambiar la práctica, antes de que la presión social la lleve a su desaparición forzada. Si es una forma de arte, al menos que sea una forma de arte que comulgue con la naturaleza y no una expresión de nuestro sadismo como raza depredadora.