Cada vez que los derechistas fundamentalistas de Colombia nos recuerdan que el proceso de
paz terminará por volvernos como Venezuela, yo les recuerdo que el problema no
son las FARC ni su inclusión en la vida política, el problema son los políticos
tradicionales y su desvergonzada manera de gobernar.
Recordemos que en Venezuela Hugo Chávez llegó al poder por el voto
popular, en unas elecciones justas y limpias, tal vez las últimas que pudo
vivir ese país tranquilamente. En su momento Adolfo Hitler también llegó a la
Cancillería mediante el voto popular y ya en el poder manipuló las leyes a su
favor para implantar la fatídica dictadura que todos conocemos. (Es interesante
hacer un paralelismo entre los dos dictadores; son muchas las coincidencias,
incluido el intento inicial de acceder al poder mediante un golpe de estado).
Otros ejemplos recientes son los de las repúblicas exsoviéticas como Uzbekistán
(Islam Karimov), Azerbaijan (Ilham Aliev), Turkmenistán (Gurbanguly
Berdimuhanedow), Kazajstán (Nursultan NazarbaÏev) o países del mal llamado
tercer mundo como Argelia (Abdelaziz Buteflika), Burundi (Pierre Nkurunziza),
Ruanda (Paul Kagame), Guinea Ecuatorial (Teodoro Obiang Nguema calificado por
Human Rights Watch como un dictador y su gobierno como uno de los más
represivos y corruptos del mundo), Djibouti (Ismail Omar Guellegh), para nombrar
solamente a aquellos que se mantienen mediante remedos de procesos electorales
como hace hoy en día Maduro en Venezuela.
Volviendo al punto, si lo que nos atemoriza es volvernos como Venezuela,
entonces ese temor se debe fundamentar en las posibilidades de que un dictador
en potencia acceda a la presidencia por el voto popular. ¿Es posible que algo
así suceda en este país? Si. Los candidatos populistas pueden llegar a la
presidencia simple y llanamente porque los políticos tradicionales se han
dedicado a malgobernar y porque sus subalternos directos e indirectos están
implicados en todo tipo de escándalos de corrupción. Cuando los partidos
tradicionales y los políticos tradicionales no satisfacen las necesidades
mínimas y no protegen a los ciudadanos o a la nación, los votantes comienzan a
evaluar otras opciones, y es aquí donde los discursos populistas y
nacionalistas toman fuerza (y volvemos a Hitler, Chávez, Maduro e inclusive
Trump en Estados Unidos).
Entonces la discusión gira no ya hacia el riesgo, sino hacia la posible
solución. Si somos un estado democrático y defendemos la democracia, ¿cómo evitar
este riesgo? ¿Prohibimos a los candidatos pupulistas? ¿Los eliminamos como
hicieron las fuerzas oscuras con la UP o los candidatos del M-19 no hace mucho
tiempo? ¿Manipulamos los resultados? Por supuesto que no, eso no sería
democrático y no seríamos coherentes. No podemos apoyar el sistema cuando vamos
ganando y manipularlo o restringirlo cuando vamos perdiendo.
Lo que debemos hacer es buscar candidatos que sean honestos, que tengan
programas inclusivos que ayuden a todos, pero en especial a los más
desfavorecidos, que desarrollen industrial y económicamente al país, que
busquen la construcción social y que se rodeen de gente honesta y estén
dispuestos a acabar de raíz con la red de corrupción que se tomó a Colombia. No
debería ser tan difícil encontrar alguien así.
Pero, para cerrar el tema, viene la senadora Viviane Morales con su
proyecto de referendo para que la adopción sea permitida solamente para parejas
heterosexuales. En mi opinión, una persona socialmente miope que pretende
gastarse 280.000 millones simplemente para quitarle un derecho adquirido a las
minorías e imponer su visión moral. Lo que hacía el exprocurador Ordoñez era
escandaloso al utilizar un cargo que debe velar por el interés de los
ciudadanos ante las malas prácticas de los funcionarios, siendo él el primero
en utilizar esas malas prácticas para imponer su visión religiosa fundamentalista.
Pero lo que está haciendo Viviane Morales, aunque fundamentalista, desigual,
obtuso y todo lo que se quiera, es democrático. Está apelando a la fuerza de
las mayorías para aplastar los derechos de las minorías, cueste lo que cueste.
En el caso del proceso electoral del 2018 aun tengo fe en la masa de
votantes y creo que podremos salvarnos de un gobierno populista que nos lleve
hacia una destrucción del estado, sus instituciones y su capacidad productiva.
Pero, en el caso de la senadora Morales y su proceso esa mayoría moralista y
retrograda nos llevará a que las minorías empiecen a perder los derechos
adquiridos. Y entonces yo también le tengo miedo a la democracia.
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