En su último libro,
Homo Deus[i], el historiador Yuval Noah Harari da continuidad a la revisión de la historia del ser humano y dirige su mirada hacia el futuro, con una visión algo pesimista que nos dará para muchas discusiones.
Lo que
en este caso quiero rescatar es su visión sobre las religiones y la
espiritualidad. Al respecto afirma que "La religión es un pacto mientras que la
espiritualidad es un viaje." La religión es un pacto inamovible que
establece las normas morales en que una sociedad se desarrolla. Recordemos que
la religión fue la primera institución social que surgió en las sociedades
primitivas y se encargó de modelar las relaciones entre nuestros antepasados
primitivos. No solamente buscaba mediar la relación del hombre con la naturaleza
y llevarle a los espíritus indómitos las suplicas por su benevolencia, sino que
además definía las normas y valores que regulaban el comportamiento.
Como parte de la evolución y el
desarrollo de la complejidad del ser humano, la religión fue adaptándose y complejizándose
a su vez. Pasó del animismo primitivo a un complejo entramado de dioses
humanizados, que finalmente daría paso a las religiones monoteístas con un dios
todopoderoso, omnisciente y omnipresente.
Pero, para lograr esa cohesión
y estabilidad social y política, en donde las religiones primero dominaron y
después respaldaron al dominador, las religiones se debieron sustentar sobre
sistemas dogmáticos, estáticos e indiscutibles, y trataron de mantener bajo
esos sistemas a la sociedad. Esto ha tenido dos consecuencias principales. La
primera es que las religiones se han convertido en un obstáculo para el
desarrollo de las sociedades, porque asumen que aceptar cambios las pondrán en
peligro como sistema de referencia y de imposición de valores. La segunda, que
las religiones van perdiendo vigencia y se van desconectando de las personas
que cada vez se sienten menos identificadas y menos representadas y deben
buscar otras opciones para llenar sus necesidades.
El ser humano es un ser espiritual;
suele cuestionarse sobre su papel en el mundo, sobre las razones de su
existencia y la finalidad de esta vida que el azar le ha permitido vivir. Si
bien estas preguntas se las hace desde el intelecto, el ser humano necesita
sentir que las respuestas vienen de algo superior que le da un sentido especial
a su existencia. Psicológicamente somos siempre unos niños indefensos que
necesitamos el reconocimiento de un algo superior, algo que nos haga un compromiso
y una promesa de cuidado, de trascendencia, de relevancia más allá de una mera
existencia debida al azar en la mezcla de un cúmulo de átomos y moléculas.
Esa espiritualidad se
manifiesta en el enfrentamiento entre la dualidad de lo bueno y lo malo, que
heredamos de nuestros antepasados y que ellos a su vez plasmaron en los dogmas
religiosos. Aunque no aceptemos esos dogmas ni el camino religioso, nos es
imposible liberarnos de esa esencia dual que se manifiesta en todas las
evaluaciones que hacemos de los actos propios y ajenos. Nuestra mente suele
vivir en una lucha entre lo bueno y lo malo, que además tiende a rechazar lo
relacionado con el cuerpo y con la inmanencia y a buscar lo relacionado con una
supuesta alma y la trascendencia.
La lucha espiritual, esa
búsqueda de nuestro equilibrio, de integrar nuestro cuerpo, nuestra mente y
nuestra posible alma (que en lo que a mí respecta es otra manifestación de la
mente) es lo que se llama un viaje espiritual. De acuerdo con Harari, "todo
viaje en el que dudamos de las convenciones y de los pactos del mundo material
y caminamos hacia un destino desconocido se llama <<viaje
espiritual>>… Tales viajes son fundamentalmente diferentes de las
religiones, porque el objetivo de las religiones es cimentar el orden mundano,
mientras que el de la espiritualidad es escapar de él.”
Cuando
emprendemos un camino en nuestro interior para tratar de encontrar el verdadero
sentido de nuestro espíritu, debemos romper las cadenas que nos atan a unos
dogmas que nos han sido impuestos y en donde no podemos reconocer nuestra esencia.
No solo los dogmas religiosos, sino también los dogmas sociales que nos han
llevado por un camino profesional y familiar determinado, que cuando no se
ajusta nuestras propias necesidades desata una crisis de la cual solo hay dos
salidas: Resignarse y encajarse los dogmas a golpes, o rechazarlos, iniciar el
viaje, encontrarse a sí mismo por el camino y regresar a recoger los pedazos
que quedaron atrás y que aun puedan tener algún sentido.
Este
viaje espiritual, que nos lleva a encontrar nuestra verdadera esencia o lo que
hoy en día llaman reinventarse, es un proceso solitario, personal, porque cada
quien debe encontrar su propia verdad. No puede hacerse en grupo aunque sus
resultados puedan después ser adoptados por grupos. Por ejemplo, Jesucristo
ayunó en el desierto durante 30 días, se encontró a sí mismo y regresó para
compartir con otros su proceso, sin querer imponerle a nadie la realidad que
había encontrado. Unos pocos años después de su muerte sus enseñanzas fueron
interpretadas, ajustadas, ampliadas, dogmatizadas y hoy dominan en su nombre al
25% de la humanidad. Los grupos sociales conformados por personas que prefieren
la imposición de dogmas al riesgo de recorrer su propio camino toman las
enseñanzas disruptivas de algunos, las reinterpretan, las dogmatizan y acaban
formando nuevas religiones. Un ejemplo aún más llamativo es el de Lao Tse y el
Tao Te King, una filosofía plenamente inmanente que otros acabaron por
convertirla en Taoísmo, religión que como todas ha llegado a generar muertes y
enfrentamientos, todo a partir de un texto que simplemente buscaba mostrar uno
de los tantos caminos que se pueden recorrer en el viaje espiritual. Los que se
enfurecen contra las estructuras religiosas anquilosadas acaban forjando nuevas
estructuras que la sociedad, necesitada de respuestas firmes e instrucciones férreas
para mantener la cooperación colectiva, convertirá en religiones que acabarán por
anquilosarse y entrar así en un ciclo de agujeros negros espirituales.
En
conclusión, la espiritualidad es el más poderoso enemigo de la religión. Pero,
y entonces, ¿cómo lograr mantener la cohesión y la colaboración de los grupos
sociales a la vez que propugnamos por el desarrollo de los individuos? La
respuesta para Harari es el humanismo, que se convertirá en el pacto entre
ciencia y religión. La modernidad es el establecimiento de un pacto en el cual
la humanidad ha renunciado al sentido de vida impuesto por la religión (y que
le permitía a nuestros antepasados tener un tránsito por la vida alienado pero
ligero y feliz) a cambio del poder que nos brinda la ciencia y el conocimiento.
El humanismo
es un término algo etéreo, que sirve para expresar muchas ideas que no caben en
otras definiciones. Esto se debe a que es un término vivo, que se desarrolla
con el hombre, que evoluciona con él y que se adapta a la época en que lo
pensamos. Si queremos definirlo de alguna forma, podemos decir que el humanismo
es un movimiento que surgió en el Renacimiento y que rompió con las tradiciones
escolásticas del medioevo para darle prioridad al ser humano, a sus
experiencias, a su individualidad, a su capacidad de transformar el mundo. En
mi opinión el logro más grande del humanismo fue que aceptó nuestra ignorancia
y le dio paso al espíritu científico y al ansia de conocimiento.
Hasta
el medioevo la religión monopolizaba el conocimiento y la respuesta a todas las
preguntas se encontraba en los libros sagrados o en las interpretaciones que
los padres de la iglesia hacían de ellos. La religión era la respuesta a las
plagas, a las buenas cosechas, al milagro de la vida o al dolor de la muerte, a
los aciertos de los monarcas o las equivocaciones de sus consejeros. Todo el
conocimiento reposaba en los representantes de dios en la tierra. Con el
advenimiento de la ignorancia, de la duda, con la búsqueda de la verdad y del
conocimiento, con la ruptura de la certidumbre, el hombre tomó las riendas de
su destino y entendió el valor de su individualidad como constructora del entramado
social. Perdimos el sentido de la vida que nos daba la espiritualidad impuesta
pero recibimos a cambio el poder de construir nuestro propio destino y de
encontrar nuestra verdadera espiritualidad.
Por
eso las religiones están en crisis. Porque en su anquilosamiento han dejado de
avanzar al lado del ser humano. Porque han querido mantener sus dogmas en
contra de la transformación. Porque no son un camino de búsqueda, porque no
ayudan a generar preguntas sino que buscan imponer respuestas.
Pero
el humanismo también está en crisis. En medio de su indefinición, ha encontrado
múltiples propuestas en grupos o sociedades iniciáticas que buscan proponer un
camino para el viaje espiritual y que se cierran a las masas o inclusive a los
interesados. También hay guías en filósofos como André Comte-Sponville o
Fernando Savater que no logran tener la difusión suficiente, o Michel Onfray,
Cristopher Hitchens o Zygmunt Bauman que acaban siendo demasiado académicos y
se alejan de la cotidianidad de las personas. Y finalmente porque se ha
confundido humanismo con ateísmo y conocimiento con antirreligión, mezclando
religión con espiritualidad, y hemos terminado por castigar la espiritualidad
en pos del humanismo y el conocimiento.
Necesitamos
un movimiento que le devuelva al hombre sus bases espirituales sin recurrir a
los dogmatismos religiosos y que le permita retomar el sentido de su existencia
desde su propio interior, para que le pueda dar sentido al poder que le ha otorgado
el conocimiento y la ciencia. De lo contrario, ese conocimiento se vuelve vacío
y abrumador a la vez, y lo empujará de nuevo a las delicias de la alienación
religiosa.
Enorme
reto el que nos espera para darles a nuestros hijos un mundo con poder pero a
la vez con sentido. ¿Será eso lo que les faltó a los milenials?
[i] Harari, Yuval Noah. Homo Deus: Breve historia del mañana. Madrid.
Editorial Debate, 2016. Pags 208 a 212.