jueves, 4 de mayo de 2017

Miedo a la democracia.

Cada vez que los derechistas fundamentalistas de Colombia nos recuerdan que el proceso de paz terminará por volvernos como Venezuela, yo les recuerdo que el problema no son las FARC ni su inclusión en la vida política, el problema son los políticos tradicionales y su desvergonzada manera de gobernar.

Recordemos que en Venezuela Hugo Chávez llegó al poder por el voto popular, en unas elecciones justas y limpias, tal vez las últimas que pudo vivir ese país tranquilamente. En su momento Adolfo Hitler también llegó a la Cancillería mediante el voto popular y ya en el poder manipuló las leyes a su favor para implantar la fatídica dictadura que todos conocemos. (Es interesante hacer un paralelismo entre los dos dictadores; son muchas las coincidencias, incluido el intento inicial de acceder al poder mediante un golpe de estado). Otros ejemplos recientes son los de las repúblicas exsoviéticas como Uzbekistán (Islam Karimov), Azerbaijan (Ilham Aliev), Turkmenistán (Gurbanguly Berdimuhanedow), Kazajstán (Nursultan NazarbaÏev) o países del mal llamado tercer mundo como Argelia (Abdelaziz Buteflika), Burundi (Pierre Nkurunziza), Ruanda (Paul Kagame), Guinea Ecuatorial (Teodoro Obiang Nguema calificado por Human Rights Watch como un dictador y su gobierno como uno de los más represivos y corruptos del mundo), Djibouti (Ismail Omar Guellegh), para nombrar solamente a aquellos que se mantienen mediante remedos de procesos electorales como hace hoy en día Maduro en Venezuela.

Volviendo al punto, si lo que nos atemoriza es volvernos como Venezuela, entonces ese temor se debe fundamentar en las posibilidades de que un dictador en potencia acceda a la presidencia por el voto popular. ¿Es posible que algo así suceda en este país? Si. Los candidatos populistas pueden llegar a la presidencia simple y llanamente porque los políticos tradicionales se han dedicado a malgobernar y porque sus subalternos directos e indirectos están implicados en todo tipo de escándalos de corrupción. Cuando los partidos tradicionales y los políticos tradicionales no satisfacen las necesidades mínimas y no protegen a los ciudadanos o a la nación, los votantes comienzan a evaluar otras opciones, y es aquí donde los discursos populistas y nacionalistas toman fuerza (y volvemos a Hitler, Chávez, Maduro e inclusive Trump en Estados Unidos).

Entonces la discusión gira no ya hacia el riesgo, sino hacia la posible solución. Si somos un estado democrático y defendemos la democracia, ¿cómo evitar este riesgo? ¿Prohibimos a los candidatos pupulistas? ¿Los eliminamos como hicieron las fuerzas oscuras con la UP o los candidatos del M-19 no hace mucho tiempo? ¿Manipulamos los resultados? Por supuesto que no, eso no sería democrático y no seríamos coherentes. No podemos apoyar el sistema cuando vamos ganando y manipularlo o restringirlo cuando vamos perdiendo.

Lo que debemos hacer es buscar candidatos que sean honestos, que tengan programas inclusivos que ayuden a todos, pero en especial a los más desfavorecidos, que desarrollen industrial y económicamente al país, que busquen la construcción social y que se rodeen de gente honesta y estén dispuestos a acabar de raíz con la red de corrupción que se tomó a Colombia. No debería ser tan difícil encontrar alguien así.

Pero, para cerrar el tema, viene la senadora Viviane Morales con su proyecto de referendo para que la adopción sea permitida solamente para parejas heterosexuales. En mi opinión, una persona socialmente miope que pretende gastarse 280.000 millones simplemente para quitarle un derecho adquirido a las minorías e imponer su visión moral. Lo que hacía el exprocurador Ordoñez era escandaloso al utilizar un cargo que debe velar por el interés de los ciudadanos ante las malas prácticas de los funcionarios, siendo él el primero en utilizar esas malas prácticas para imponer su visión religiosa fundamentalista. Pero lo que está haciendo Viviane Morales, aunque fundamentalista, desigual, obtuso y todo lo que se quiera, es democrático. Está apelando a la fuerza de las mayorías para aplastar los derechos de las minorías, cueste lo que cueste.


En el caso del proceso electoral del 2018 aun tengo fe en la masa de votantes y creo que podremos salvarnos de un gobierno populista que nos lleve hacia una destrucción del estado, sus instituciones y su capacidad productiva. Pero, en el caso de la senadora Morales y su proceso esa mayoría moralista y retrograda nos llevará a que las minorías empiecen a perder los derechos adquiridos. Y entonces yo también le tengo miedo a la democracia.

miércoles, 5 de abril de 2017

¿Modificaría genéticamente a su hijo?

Supongamos que usted aún no tiene hijos, hasta ahora está planeando tener uno. Para hacer el proceso de forma segura, ha decidido ir al ginecólogo, informarse de los riesgos posibles y de la mejor forma de planearlo. En la consulta, su ginecólogo, un doctor joven que parece estar al tanto de los últimos avances médicos y tecnológicos, le sugiere que vaya a un genetista.

Usted asume que es una precaución especial que quiere tomar su doctor personal, pero cuando acude a la consulta del genetista se da cuenta de que no es así. La oferta que recibe incluye un estudio genético para evaluar la posibilidad de aparición de una decena de enfermedades mortales; uno más profundo para evaluar los perfiles potenciales físico-comportamentales de su hijo; y una opción final que le permite entrar a modificar el código genético para aumentar la capacidad defensiva del sistema inmune, mejorar la memoria, potenciar el desarrollo de la masa muscular, disminuir la propensión a la obesidad o inclusive seleccionar los rasgos físicos más relevantes a partir de los genes de sus padres.

El acceso a cada una de las opciones depende, por supuesto, de su capacidad económica. Hoy en día es posible obtener la secuencia de su ADN por tan solo 1.000 dólares y en un solo día, con la empresa Life Technologies. Esta secuencia permite el diagnóstico de enfermedades relacionadas con la alteración de un solo gen, como la hemofilia, la fibrosis quística o las distrofias musculares. Hace un año se logró en España que dos niñas nacieran sin el gen de cáncer de mama, que cada año se cobra la vida de miles de mujeres en el mundo. En diciembre del año pasado Inglaterra emitió la ley de los tres progenitores, que busca reemplazar el ADN mitocondrial defectuoso de uno de los padres por el de un donante sano, generando así un niño con el ADN de tres progenitores.

Todavía hay mucho camino por recorrer, pero con la velocidad de los avances científicos y tecnológicos, será un camino que recorramos muy rápido. La ciencia siempre ha seguido el mismo proceso pero cada vez de forma más eficiente. Los avances científicos y médicos inician orientados a solucionar problemas que ponen en riesgo la vida humana y terminan sirviendo como una mejora a la vida diaria. Entre los principales ejemplos tenemos el Viagra, muchas de las drogas psiquiátricas y, el que más aplicaría en este caso, la cirugía plástica.

La cirugía plástica se inició en la Primera Guerra Mundial como una respuesta a la necesidad apremiante de ayudar a los heridos deformados por las armas. Hoy en día es un negocio que mueve miles de millones de dólares en el mundo y que le permite a quien tenga los recursos mejorar (o desmejorar en muchos casos) su apariencia física. Poco tiempo pasará antes de que estas personas que aumentan el tamaño de sus senos, mejoran su cola, perfeccionan el perfil de su nariz o suavizan sus pómulos. Estas mismas personas muy pronto podrán pagar para escoger el color de ojos de sus hijos, el color de piel o el potencial de su memoria.  

¿Cuál es el riesgo ético de la manipulación genética? En mi opinión, que la Eugenesia positiva se generalizará y terminará por dar la aparición de una subraza o, si se prefiere, de un grupo de humanos genéticamente modificados que podrán hacer uso de su ventaja para obtener beneficios reales.

Lo que nos espera es una sociedad en la cual nuestros hijos o nuestros nietos deberán competir no solo con base en sus capacidades naturales y el desarrollo que hayan hecho de ellas, sino contra el capital familiar que haya permitido costear la mayor cantidad de mejoras. Las nuevas élites políticas y económicas surgirán más que nunca de la capacidad económica, dando paso a una nueva clase social que mezclará la aristocracia tradicional, la burguesía arraigada y las clases emergentes que muchas veces se soportan en capitales mal habidos.

Pero, la brecha que hoy en día se limita al acceso a la buena educación, la buena alimentación y las relaciones sociales, se ampliará profundamente. Esta nueva élite tendrá unas diferencias fisiológicas claramente definidas y al cabo de un par de generaciones estas diferencias habrán creado una nueva raza de humanos genéticamente modificados con capacidades superiores frente a quienes no tuvieron los recursos suficientes. Muy pronto la ventaja será suficiente como para que puedan acceder más fácilmente a los escasos puestos de trabajo o para que soporten mejor las cada vez más exigentes condiciones medioambientales.

Este puede ser el escenario pesimista. Es posible que encontremos un camino en el cual todos puedan tener acceso a los beneficios de la terapia genética o en donde no abramos el espacio para convertirla en una herramienta de diferenciación y exclusión. Pero, lamentablemente la historia nos ha mostrado una realidad diferente hasta ahora: El bien general nunca está por encima de los beneficios económicos.

Por primera vez en nuestra historia el hombre ha logrado acercarse al nivel de dios y está a un paso de hacer realidad la teoría del diseño inteligente. El problema es que lo que podría ser una bendición parece más la caja de Pandora del siglo XXI.


Ahora, cuando le pregunten si desea usted modificar genéticamente a su hijo o a su nieto, ¿usted que diría?

miércoles, 29 de marzo de 2017

Religión vs. espiritualidad



En su último libro, Homo Deus[i], el historiador Yuval Noah Harari da continuidad a la revisión de la historia del ser humano y dirige su mirada hacia el futuro, con una visión algo pesimista que nos dará para muchas discusiones.

Lo que en este caso quiero rescatar es su visión sobre las religiones y la espiritualidad. Al respecto afirma que "La religión es un pacto mientras que la espiritualidad es un viaje." La religión es un pacto inamovible que establece las normas morales en que una sociedad se desarrolla. Recordemos que la religión fue la primera institución social que surgió en las sociedades primitivas y se encargó de modelar las relaciones entre nuestros antepasados primitivos. No solamente buscaba mediar la relación del hombre con la naturaleza y llevarle a los espíritus indómitos las suplicas por su benevolencia, sino que además definía las normas y valores que regulaban el comportamiento.

Como parte de la evolución y el desarrollo de la complejidad del ser humano, la religión fue adaptándose y complejizándose a su vez. Pasó del animismo primitivo a un complejo entramado de dioses humanizados, que finalmente daría paso a las religiones monoteístas con un dios todopoderoso, omnisciente y omnipresente.

Pero, para lograr esa cohesión y estabilidad social y política, en donde las religiones primero dominaron y después respaldaron al dominador, las religiones se debieron sustentar sobre sistemas dogmáticos, estáticos e indiscutibles, y trataron de mantener bajo esos sistemas a la sociedad. Esto ha tenido dos consecuencias principales. La primera es que las religiones se han convertido en un obstáculo para el desarrollo de las sociedades, porque asumen que aceptar cambios las pondrán en peligro como sistema de referencia y de imposición de valores. La segunda, que las religiones van perdiendo vigencia y se van desconectando de las personas que cada vez se sienten menos identificadas y menos representadas y deben buscar otras opciones para llenar sus necesidades.

El ser humano es un ser espiritual; suele cuestionarse sobre su papel en el mundo, sobre las razones de su existencia y la finalidad de esta vida que el azar le ha permitido vivir. Si bien estas preguntas se las hace desde el intelecto, el ser humano necesita sentir que las respuestas vienen de algo superior que le da un sentido especial a su existencia. Psicológicamente somos siempre unos niños indefensos que necesitamos el reconocimiento de un algo superior, algo que nos haga un compromiso y una promesa de cuidado, de trascendencia, de relevancia más allá de una mera existencia debida al azar en la mezcla de un cúmulo de átomos y moléculas.

Esa espiritualidad se manifiesta en el enfrentamiento entre la dualidad de lo bueno y lo malo, que heredamos de nuestros antepasados y que ellos a su vez plasmaron en los dogmas religiosos. Aunque no aceptemos esos dogmas ni el camino religioso, nos es imposible liberarnos de esa esencia dual que se manifiesta en todas las evaluaciones que hacemos de los actos propios y ajenos. Nuestra mente suele vivir en una lucha entre lo bueno y lo malo, que además tiende a rechazar lo relacionado con el cuerpo y con la inmanencia y a buscar lo relacionado con una supuesta alma y la trascendencia.

La lucha espiritual, esa búsqueda de nuestro equilibrio, de integrar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra posible alma (que en lo que a mí respecta es otra manifestación de la mente) es lo que se llama un viaje espiritual. De acuerdo con Harari, "todo viaje en el que dudamos de las convenciones y de los pactos del mundo material y caminamos hacia un destino desconocido se llama <<viaje espiritual>>… Tales viajes son fundamentalmente diferentes de las religiones, porque el objetivo de las religiones es cimentar el orden mundano, mientras que el de la espiritualidad es escapar de él.”

Cuando emprendemos un camino en nuestro interior para tratar de encontrar el verdadero sentido de nuestro espíritu, debemos romper las cadenas que nos atan a unos dogmas que nos han sido impuestos y en donde no podemos reconocer nuestra esencia. No solo los dogmas religiosos, sino también los dogmas sociales que nos han llevado por un camino profesional y familiar determinado, que cuando no se ajusta nuestras propias necesidades desata una crisis de la cual solo hay dos salidas: Resignarse y encajarse los dogmas a golpes, o rechazarlos, iniciar el viaje, encontrarse a sí mismo por el camino y regresar a recoger los pedazos que quedaron atrás y que aun puedan tener algún sentido.

Este viaje espiritual, que nos lleva a encontrar nuestra verdadera esencia o lo que hoy en día llaman reinventarse, es un proceso solitario, personal, porque cada quien debe encontrar su propia verdad. No puede hacerse en grupo aunque sus resultados puedan después ser adoptados por grupos. Por ejemplo, Jesucristo ayunó en el desierto durante 30 días, se encontró a sí mismo y regresó para compartir con otros su proceso, sin querer imponerle a nadie la realidad que había encontrado. Unos pocos años después de su muerte sus enseñanzas fueron interpretadas, ajustadas, ampliadas, dogmatizadas y hoy dominan en su nombre al 25% de la humanidad. Los grupos sociales conformados por personas que prefieren la imposición de dogmas al riesgo de recorrer su propio camino toman las enseñanzas disruptivas de algunos, las reinterpretan, las dogmatizan y acaban formando nuevas religiones. Un ejemplo aún más llamativo es el de Lao Tse y el Tao Te King, una filosofía plenamente inmanente que otros acabaron por convertirla en Taoísmo, religión que como todas ha llegado a generar muertes y enfrentamientos, todo a partir de un texto que simplemente buscaba mostrar uno de los tantos caminos que se pueden recorrer en el viaje espiritual. Los que se enfurecen contra las estructuras religiosas anquilosadas acaban forjando nuevas estructuras que la sociedad, necesitada de respuestas firmes e instrucciones férreas para mantener la cooperación colectiva, convertirá en religiones que acabarán por anquilosarse y entrar así en un ciclo de agujeros negros espirituales.

En conclusión, la espiritualidad es el más poderoso enemigo de la religión. Pero, y entonces, ¿cómo lograr mantener la cohesión y la colaboración de los grupos sociales a la vez que propugnamos por el desarrollo de los individuos? La respuesta para Harari es el humanismo, que se convertirá en el pacto entre ciencia y religión. La modernidad es el establecimiento de un pacto en el cual la humanidad ha renunciado al sentido de vida impuesto por la religión (y que le permitía a nuestros antepasados tener un tránsito por la vida alienado pero ligero y feliz) a cambio del poder que nos brinda la ciencia y el conocimiento.

El humanismo es un término algo etéreo, que sirve para expresar muchas ideas que no caben en otras definiciones. Esto se debe a que es un término vivo, que se desarrolla con el hombre, que evoluciona con él y que se adapta a la época en que lo pensamos. Si queremos definirlo de alguna forma, podemos decir que el humanismo es un movimiento que surgió en el Renacimiento y que rompió con las tradiciones escolásticas del medioevo para darle prioridad al ser humano, a sus experiencias, a su individualidad, a su capacidad de transformar el mundo. En mi opinión el logro más grande del humanismo fue que aceptó nuestra ignorancia y le dio paso al espíritu científico y al ansia de conocimiento.

Hasta el medioevo la religión monopolizaba el conocimiento y la respuesta a todas las preguntas se encontraba en los libros sagrados o en las interpretaciones que los padres de la iglesia hacían de ellos. La religión era la respuesta a las plagas, a las buenas cosechas, al milagro de la vida o al dolor de la muerte, a los aciertos de los monarcas o las equivocaciones de sus consejeros. Todo el conocimiento reposaba en los representantes de dios en la tierra. Con el advenimiento de la ignorancia, de la duda, con la búsqueda de la verdad y del conocimiento, con la ruptura de la certidumbre, el hombre tomó las riendas de su destino y entendió el valor de su individualidad como constructora del entramado social. Perdimos el sentido de la vida que nos daba la espiritualidad impuesta pero recibimos a cambio el poder de construir nuestro propio destino y de encontrar nuestra verdadera espiritualidad.

Por eso las religiones están en crisis. Porque en su anquilosamiento han dejado de avanzar al lado del ser humano. Porque han querido mantener sus dogmas en contra de la transformación. Porque no son un camino de búsqueda, porque no ayudan a generar preguntas sino que buscan imponer respuestas.

Pero el humanismo también está en crisis. En medio de su indefinición, ha encontrado múltiples propuestas en grupos o sociedades iniciáticas que buscan proponer un camino para el viaje espiritual y que se cierran a las masas o inclusive a los interesados. También hay guías en filósofos como André Comte-Sponville o Fernando Savater que no logran tener la difusión suficiente, o Michel Onfray, Cristopher Hitchens o Zygmunt Bauman que acaban siendo demasiado académicos y se alejan de la cotidianidad de las personas. Y finalmente porque se ha confundido humanismo con ateísmo y conocimiento con antirreligión, mezclando religión con espiritualidad, y hemos terminado por castigar la espiritualidad en pos del humanismo y el conocimiento.

Necesitamos un movimiento que le devuelva al hombre sus bases espirituales sin recurrir a los dogmatismos religiosos y que le permita retomar el sentido de su existencia desde su propio interior, para que le pueda dar sentido al poder que le ha otorgado el conocimiento y la ciencia. De lo contrario, ese conocimiento se vuelve vacío y abrumador a la vez, y lo empujará de nuevo a las delicias de la alienación religiosa.

Enorme reto el que nos espera para darles a nuestros hijos un mundo con poder pero a la vez con sentido. ¿Será eso lo que les faltó a los milenials?




[i] Harari, Yuval Noah. Homo Deus: Breve historia del mañana. Madrid. Editorial Debate, 2016. Pags 208 a 212.