La reciente publicación del estudio sobre el consumo de carnes rojas procesadas y su relación con el cáncer ha causado revuelo, angustia y reacciones de todo tipo. Desde los llamados a abandonar el consumo de carnes hasta las palabras de escepticismo y desconocimiento de cualquier posible riesgo.
No voy a entrar en detalles sobre el estudio; baste decir que es un llamado a la mesura en el consumo de carnes procesadas. Lo que me ha parecido interesante es la reacción de la mayoría de nosotros. Simple y sencillamente hemos criticado y desestimado el mensaje, la mayoría de las veces sin siquiera haber leído su contenido. La razón: le tenemos terror al diagnóstico. Preferimos seguir con nuestra vida cómoda e ignorante.
Esto no es solamente con este informe de la OMS; lo vivimos a diario. No nos gustan los exámenes en el colegio o la universidad, no nos gusta ir al médico, no nos gustan las evaluaciones de desempeño en el trabajo o los informes de los consultores o auditores. No nos gusta ser diagnosticados, como si el diagnóstico fuera lo que hace real a la enfermedad.
No importa lo que tengamos, lo mal que estemos, la enfermedad que sea, siempre y cuando no lo sepamos. Como quien dice, ojos que no ven, corazón que no siente. La ignorancia nos hace felices.
Pero, ese temor a enfrentar la realidad desconoce una de las capacidades más increíbles del ser humano: la resiliencia, esa capacidad que tenemos de superar las situaciones traumáticas. Todos vivimos convencidos de nuestros umbrales: Al dolor físico, al sufrimiento, al hambre. Creemos que tenemos unos límites definidos y que cualquier estimulo o situación que los sobrepasé no la podremos enfrentar. Pero la historia y el diario vivir nos han dado muestras de que ese umbral se puede mover tanto como sea necesario para asegurar la supervivencia de la persona.
Todos hemos dicho cosas como "Si pierdo a mi hija me muero con ella" o "Esa pobre mujer no va a superar el tratamiento contra el cáncer" o cualquier otra expresión de pesimismo y compasión. Y son muchos, muchísimos los casos en que las personas van más allá de sus propias expectativas, de sus propias capacidades. Es lo que en sabiduría popular se expresa como "dios no nos da más de lo que podemos manejar". Pues bien, la vida nos da de todo, y siempre logramos sobreponernos.
Así que hay que renunciar a la ignorancia, enfrentar nuestros temores, sobreponernos a ellos y seguir adelante. Tenemos una capacidad extraordinaria de enfrentar las dificultades y sobrepasarlas. Realmente lo que no nos mata nos hace más fuertes. No debemos refugiarnos en la autocompasión; hay que tener confianza en nosotros mismos y saber que siempre podremos dar un paso adelante.
Frente a la incertidumbre, bien sea de un diagnóstico, bien sea del mañana simple y sencillo, creo que la mejor fórmula es la oración de la serenidad del teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr, que adoptaron en Alcohólicos Anónimos:
Señor, concédenos serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar,
valor para cambiar las que sí podemos
y sabiduría para discernir la diferencia.